Opinión

¿Árabe, moro, musulmán y/o islamista?

Por Néstor Tazueco (*) 
Foto: Un grupo de mujeres jóvenes, modernas y musulmanas en Estados Unidos. 
 
Resulta cuanto menos curioso que a pesar de los siglos en los que el islam convivió en España, a los miles de árabes y aún más musulmanes que residen en Europa y a los extravagantes, pero deseados, jeques árabes que visitan las costas del Viejo Continente derrochando dinero como si no costara, todavía los términos árabe, moro, musulmán e islamista se confundan con tanta ligereza. Y es que, considerar a árabes, moros, musulmanes e islamistas como sinónimos resulta una torpeza tal como pensar que cristianos, romanos, occidentales y católicos también son lo mismo. El árabe se refiere a un grupo etnolingüístico que procede de la Península Arábiga y algunos territorios vecinos. Sin embargo, debido a la extensión que esta lengua experimentó por Oriente Medio y norte de África, desde el siglo VIII se denomina así a las personas que viven en esas zonas y tienen esta lengua materna, indiferentemente de su origen étnico o religión. Así, países como Arabia Saudí, Irak, Jordania, Siria, Líbano, Egipto, Libia,  Túnez, Marruecos, Argelia y Mauritania, conforman el territorio árabe. Mientras que Turquía, Irán y Afganistán, a pesar de estar en Oriente Próximo o Medio y tener mayorías musulmanas, no son Estados árabes porque no comparten el idioma. Además, en Túnez, Argelia y Marruecos conviven los árabes con los bereberes, que tampoco son poblaciones árabes, ni los kurdos de Irak, de Siria, de Irán o de Turquía. 
 
De hecho, a pesar de la creencia general de que los árabes son en su totalidad musulmanes, hay un 6% de cristianos -minoría importante en Egipto donde representan el 15% de la población, en Siria (10%) y Líbano (40%)-. Además, un 4%  procesa otras creencias distintas. Se calcula que hay más de 500 millones de árabes en el mundo, en los países árabes y en importantes asentamientos en Argentina, Francia, México, España, Brasil o Chile. Otro término que suele confundirse es el de ‘moro’, creado por los antiguos romanos para referirse a las poblaciones del norte de África, excepto Egipto. Bajo esta palabra se incluían a bereberes, cartagineses, colonos fenicios y griegos, poblaciones locales y hasta algunas tribus negras -como Shakespeare en Otelo: el moro de Venecia-. De hecho, durante los años en los que la Península Ibérica estuvo bajo influencia musulmana, también se llamaba moros a los habitantes procedentes del norte de África que se habían establecido a ese lado del Estrecho de Gibraltar. En sus inicios, moro no era despectivo y actualmente es un término de uso popular, con connotaciones peyorativas si se usa con esa intención, para designar sin distinción clara entre religión, etnia o cultura, a los naturales del noroeste de África y también de forma genérica a cualquier musulmán, independientemente de su origen. 
Musulmán se refiere a los creyentes de la religión islámica, independientemente de su origen étnico, lingüístico o nacionalidad. Por lo que es tan musulmán un árabe de La Meca como un alemán de Stuttgart que haya hecho del Islam su religión. El Islam fue fundado por los árabes y en la actualidad cerca de 1.600 millones de personas profesan su fe, aunque solo el 20% son árabes. De hecho, los países con un mayor número de musulmanes son Indonesia, con casi 200 millones, Pakistán, India y Bangladesh. Al igual que el cristianismo tiene diferentes corrientes: católico, ortodoxo y protestante, el Islam tiene el sunismo, chiísmo, sufismo y jariyismo. Aunque las dos primeras son las principales. Los suníes creen que la autoridad emana de las fuentes escritas, del Corán y de los Hadices (recopilaciones de los dichos y hechos de Mahoma que los musulmanes consideran como un ejemplo a seguir). Consideran que los cuatro primeros califas ortodoxos o lugartenientes del profeta (Abú Bakr, Ornar, Utmán y Alí) que eligió la comunidad a la muerte de Mahoma son sus legítimos sucesores. 
 
Para los suníes o sunnitas, las instrucciones de estos cuatro califas junto con las instrucciones y el ejemplo de Mahoma constituyen la sunna (tradición), que todo musulmán debe respetar. Tras la muerte del cuarto califa, el califato se estableció como institución dinástica hasta su abolición en 1924. La inmensa mayoría de los musulmanes, alrededor del 90%, son sunnitas y consideran que el califato no es necesario si los gobiernos de los Estados musulmanes respetan la ley islámica. Los chiíes o chiítas creen que Alí, primo de Mahoma, y su hijo y descendientes son los únicos sucesores legítimos del profeta. Alí se opuso a que el sucesor del profeta fuese un califa designado, por lo que para los chiíes, fue éste el que transmitió su sabiduría y se convirtió en el primer imán. Aspiran a una sociedad en la que se vivan con pureza los principios del Islam, por eso son muy críticos con la sociedad moderna y todo aquello que se aparte de la observancia estricta del Corán. Creen que la luz divina está presente en cada uno de sus líderes religiosos: imanes y ayatolás.  
 
El chiísmo tiene un clero, formado por los muyaidines y guiado por los ayatolás, cuya palabra tiene fuerza de ley para ellos. Sin embargo, al igual que sucede en cada fe, no todos los musulmanes viven el Islam con el mismo grado de religiosidad. Aunque desde Occidente se suela asociar el islamismo con mujeres con velos, estricta sumisión femenina, rígidos patriarcados, la abstención al cerdo y al alcohol y  rezar cinco veces al día, no es algo uniforme. Existen personas laicas que son musulmanas por herencia familiar pero no son practicantes, creyentes modernos que sí practican pero no velan a las mujeres, socializan sin importar el sexo y adoptan costumbres occidentales que compaginan con el Ramadán, la abstinencia de comer cerdo y pueden o no consumir alcohol. Este modo de entender el Islam resulta incomprensible para los creyentes conservadores y para los radicales. Estos segundos siguen el Corán y la Sharia –Ley Islámica- al pie de la letra y de ellos surgen los ‘fundamentalistas’, que consideran herejes a todos los que piensen diferente a ellos. Precisamente, estos musulmanes radicales, que pretenden crear Estados confesionales con códigos civiles y penales basados en el Corán, son los islamistas. Por ello, resulta especialmente grave que se use este término para referirse a cualquier musulmán, que no tiene porqué ser islamista. 
 
(*) Néstor Tazueco es periodista. Ha vivido en España, Italia, Estados Unidos y Polonia. Reside en Varsovia, donde dirige el periódico hispano-polaco ‘Polska Viva’.