Aferrados al poder

Chema Caballero/MundoNegro.es  

Pie de foto: Imagen del presidnete de Togo, Faure Gnassingbé.

Desde hace algunas semanas, centenares de personas se manifiestan en muchas de las ciudades de Togo pidiendo un cambio político. Una de las más numerosas fue la del miércoles 6 de septiembre, cuando miles de ciudadanos salieron a la calle con eslóganes contra el presidente Faure Gnassingbé. El momento álgido en ese día se produjo con la llegada del líder de la oposición, Jean Pierre Fabré, al epicentro de la concentración, la rotonda Be Gakpoto, lugar de las protestas que dejaron cientos de muertos tras la elección de Gnassingbé en 2005.

Gnassingbé fue nombrado presidente de Togo por el ejército tras la muerte de su padre, Gnassingbé Eyadéma, en 2005, el cual llevaba gobernando desde 1967, tras acceder a la jefatura mediante un golpe de Estado. Desde entonces ha sido reelegido en varias ocasiones en unos comicios cuya validez siempre fue cuestionada por la oposición y por la comunidad internacional. La familia Gnassingbé lleva gobernando el país desde la independencia, es decir 50 años. La mayoría de la ciudadanía perece estar ya cansada de ella; por eso, la oposición demanda la limitación del mandato presidencial y elecciones a dos vueltas, algo que el régimen ha prometido varias veces pero que nunca implementa. En la actualidad, existe un anteproyecto de ley, que posiblemente será discutido en el Parlamento en octubre, cuyo contenido no está muy claro. Sí parece contemplar la limitación del mandato presidencial, pero esta medida no sería retroactiva, por lo que Gnassingbé podría volverse a presentar a las próximas elecciones. De hecho, ya anunciado que lo hará.

Esto es lo que está detrás de las actuales manifestaciones convocadas, principalmente, a través de las redes sociales bajo las etiquetas de #TogoDebout y #TogoEnMache. En agosto, en las primeras que se organizaron, la policía utilizó gases lacrimógenos y disparó para dispersar a la multitud. Como consecuencia dos manifestantes murieron y otros trece resultaron heridos. En la del 6 de septiembre, la policía también se empleó a fondo contra los ciudadanos, pero no hubo que lamentar muertos.

Tras esta última, el Gobierno decidió cortar el acceso a Internet. Los ciudadanos buscaron nuevos medios de comunicarse y lanzaron una nueva campaña que copia el eslogan de los activistas anglohablantes del oeste de Camerún: #BringBackOurInternet  y #KeepItOn. Al día siguiente, se celebró una nueva manifestación en la que Fabré solicitó al presidente que “tome nota de las aspiraciones del pueblo togolés soberano, que exige la apertura inmediata de discusiones relativas a las condiciones de su salida del poder”. Una vez más, las fuerzas de seguridad recurrieron a los gases lacrimógenos para dispersar a la población. A pesar de ello, los manifestantes mantuvieron una sentada.

El empecinamiento de Gnassingbé se enfrenta a la voluntad de la oposición y de gran parte de la ciudadanía que reclaman un cambio político en el país. África es un continente donde, no se sabe muy bien por qué, los jefes de estado muestran una especial predisposición a perpetuarse en el poder. Esta es una tendencia que poco a poco desaparece debido, sobre todo, a la presión de la sociedad civil y, muy especialmente, de los jóvenes que cada vez están más formados, informados y conectados con el resto del mundo gracias al acceso a internet. A pesar de ello, África copa los puestos de cabecera de los presidentes que más tiempo llevan en el poder. Al frente de este elenco encontramos a:

·       Teodoro Obiang Nguema, Guinea Ecuatorial, presidente desde 1979.

·       Paul Biya, Camerún, desde 1982.

·       Yowerei Museveni, Uganda, desde 1986.

·       Robert Mugabe, Zimbabue, desde 1987.

·       Omar al-Bashir, Sudán, desde 1989.

·       Idriss Déby, Chad, desde 1990.

·       Ismail Omar Guelleh, Yibuti, desde 1999.

·       Paul Kagame, Ruanda, desde 2000.

·       Joseph Kabila, República Democrática de Congo, que sucedió a su padre en 2001.

Hemos eliminado de la lista a Eduardo Dos Santos que asumió la presidencia de Angola en 1979 y, que, tras 38 años en el poder, decidió no presentarse a las elecciones del pasado 28 de agosto. Eso no impidió que el candidato designado por él, Joao Loureço, y el partido que gobierna el país desde la independencia en 1975, el MPLA, continúen en el poder.

Una cosa es verdad, los dirigentes africanos son muy creativos a la hora de encontrar excusas para justificar su permanencia en el cargo. Un ejemplo lo encontramos en Sierra Leona donde el presidente Ernest Bai Koroma no sabe cómo prolongar su mandato más allá de los dos periodos que le permite la Constitución. En teoría, en marzo de 2018 deben celebrarse elecciones presidenciales en el país, a las que él, en el poder desde 2007, no puede presentarse.

Hace un año, Koroma inició una campaña para extender su presidencia cinco años más, que es lo que dura un mandato presidencial según la constitución del país. La excusa utilizada fue que su segundo mandato se había visto obstaculizado por la epidemia de ébola (2014-2015), que causó la muerte de, al menos, 4.000 personas, y devastó la economía del país. Los partidarios de esta teoría argumentaban que la crisis humanitaria había impedido al presidente implementar su Agenda de desarrollo, por lo que necesitaba un tiempo extra para completarla.

La oposición argumentó que, si la única razón esgrimida para alargar la presidencia era la epidemia de ébola, esta también sería válida para Liberia y Guinea Conakry (los otros dos países afectados por la enfermedad). Sin embargo, en ninguno de los dos se ha utilizado esta excusa: Guinea celebró sus comicios en 2015 y Liberia lo hará el próximo mes de octubre.

Ante la fuerza de estos argumentos y la presión internacional, Koroma desistió de su intento, pero, en las últimas semana ha vuelto a las andadas con un argumento derivado de la última tragedia vivida en el país. El 14 de agosto, debido a las fuertes lluvias que cayeron sobre la capital sierraleonesa, Freetown (pero también a la corrupción que permite construir en cualquier parte a cualquiera capaz de sobornar a un funcionario del Ayuntamiento, la gran deforestación a la que están sometidas las colinas de la capital y al cambio climático, que ha provocado que entre el 1 de julio y el 14 de agosto se registrase un 300 por ciento más de lluvia que en años precedentes), un fuerte corrimiento de tierras en las afueras de la ciudad originó la muerte o desaparición de más de 1.000 personas y dejó a otras 5.000 sin hogar y expuestas a todo tipo de amenazas.

Los partidarios de Koroma argumentan que el estado de excepción que vive el país justifica que se suspendan las elecciones presidenciales hasta que se recobre la normalidad, lo que acreditaría una extensión del mandato presidencial hasta que la situación se normalizase y las víctimas encuentren reparación. Según la ley electoral vigente en el país, si existe un estado de excepción las elecciones pueden ser pospuestas seis meses, periodo que puede ser prolongado indefinidamente. Este es un ejemplo más de cómo presidentes en distintos países africanos no dejan de buscar triquiñuelas para alargar sus mandatos más allá de los límites impuestos por las constituciones nacionales.

Como contrapartida observamos que cada vez son más las personas que se oponen a estas intentonas. Lo vimos en 2012 en Senegal, cuando el presidente Abdoulaye Wade no quiso reconocer la victoria en las elecciones de su opositor, Macky Sall. La ciudadanía se organizó en torno al movimiento Y’en a marre (Estamos hartos) y la etiqueta #OccupySenegal y consiguió que se restaurase el orden democrático. También lo vivimos en 2014 en Burkina Faso cuando la población se manifestó contra Blaise Compaoré bajo el movimiento conocido como la Balai Citoyen (La escoba ciudadana) y consiguió que el dictador dejase el poder tras 27 años en él. Últimamente, la historia se ha repetido en Gambia, cuando en enero de este mismo año, Yahya Jammeh se negaba a reconocer su derrota en las urnas y se aferraba a su sillón presidencial en el que llevaba sentado 21 años. Finalmente, no tuvo otra alternativa que exiliarse del país.

Es verdad que no todos son éxitos en este sendero de afianzamiento de la democracia en África. En el caso de Burundi o República Democrática de Congo, las protestas ciudadanas no han conseguido remover a los dirigentes del poder. Pero eso no desanima a la ciudadanía a continuar con su labor de presión en los diversos rincones del continente para conseguir mayores cuotas de libertad y democracia, como estamos viendo en estos momentos en Togo.

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