Cal y arena

Por Javier Fernández Arribas
Foto: Ciudadanos paseando por la Rambla de Barcelona.
 
España está viviendo unos tiempos revueltos donde se mezclan el amor y el odio en cantidades preocupantes, por sus consecuencias, y poco frecuentes por su volatilidad. Amor y odio, cal y arena en el sentir de una ciudadanía que tiene todo el derecho a castigar a los responsables políticos que son incapaces de solucionar sus problemas porque prefieren el enfrentamiento y la guerra sucia frente a la posibilidad de acuerdo y consenso en asuntos de Estado, el más acuciante de los últimos años, el paro y la crisis económica de la mano de una profunda crisis de principios y de valores. A esta ineficacia y negligencia, se le añade una corrupción que parece más galopante de lo que realmente es, aunque ya de por sí  es inaceptable e intolerable en una sociedad que se precie. La cultura del pelotazo y del gasto desenfrenado y que pague el que venga, que arree, ha intoxicado y podrido demasiados estamentos de diversos sectores de la sociedad española. No solo son incapaces y corruptos algunos políticos, también algunos empresarios, algunos funcionarios, algunos periodistas y repito el término algunos porque en el otro lado de la balanza está una mayoría de ciudadanos esforzados y trabajadores que no se merecen en absoluto los daños que están sufriendo.
 
El esfuerzo colectivo de todos los españoles, con un liderazgo difuso, ha conseguido que se empiece a remontar una crisis que a punto ha estado de resquebrajar totalmente a toda la sociedad,  a su economía, a sus organizaciones civiles, a sus instituciones públicas y privadas pero no ha podido con el núcleo de la familia que se ha convertido en uno de los principales bastiones para resistir y poder salir adelante. La capacidad de sobreponerse y luchar para superar las adversidades es la que se ha impuesto en España, un gran país con una población diversa y extraordinaria, donde se empieza a recuperar el empleo y los datos macroeconómicos son positivos. Por eso, no debemos permitir que algunos incapaces y corruptos, algunos oportunistas populistas y nacionalistas, aprovechen el enorme y lógico malestar de una parte relevante de los españoles para echar por tierra un país que merece la pena, una democracia imperfecta pero con mucho margen de mejora y una convivencia entre todos con un nuevo nivel de consenso, progreso y bienestar ganado a pulso. 

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