Carles Puigdemont y Kim Yong-Un o la enfermedad del infantilismo revolucionario

Pedro Canales

Estos dos personajes de la actualidad tienen algo en común: quieren cambiarlo todo y viven en un sueño irreal. Eso se llama infantilismo revolucionario. No les gusta el mundo en el que viven. No hay nada más que ver su sonrisa boba cuando, uno aprieta el botón de los misiles, y el otro firma decretos. Son las primeras víctimas de su propia enfermedad. La corte que les rodea, los generales al asiático, y los independentistas a ultranza al español (que lo es aunque le duela; y si no, miren el pasaporte con el que ha ido a buscar apoyo al Tio Sam), sí saben que esa locura no tiene salida; pero ellos, no, y están persuadidos de que les espera la gloria.

Pero no hay que equivocarse: ni Kim, ni Carles van a dar marcha atrás. Otros les pueden parar, eso sí, pero ellos seguirán, aunque se hunda el mundo. Y en el caso que nos toca más en directo, el 1º de Octubre habrá consulta. No sé cómo lo hará, si llevando las urnas en volandas, poniéndolas en los rellanos y vestíbulos, escuelas rebeldes, si los okupas le permitirán utilizar “sus” casas, no lo sé, pero intentará hacer todo lo posible. El 2 de octubre, Carlesa Puigdemont puede estar en la cárcel o en búsqueda y captura, pero el 1º la armará gorda.

Será su minuto de gloria. Es posible que en la primera semana de octubre haya follón en las calles catalanas, enfrentamientos, violencia, los anti-sistema estarán en su salsa. Pero después, más bien pronto que tarde, volverá la normalidad, los transportes funcionarán, habrá agua y electricidad, y los supermercados abastecidos. Los que están detrás de Puigdemont lo saben; después le echarán la culpa a él, y esperarán las próximas Elecciones para asaltar el cielo. A menos que los tribunales, con buen juicio, declaren ilegales los partidos que han cometido semejante tropelía, los de la CUP y el JXSí, y colorín colorado.  

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