Dáesh, Christchurch, tratar de raíz la enfermedad

Anwar Zibaoui

Mientras el llamado Estado Islámico o Dáesh pierde su último bastión en Siria, la batalla por expulsar definitivamente a este grupo marca el octavo aniversario de la Primavera Árabe y la cuestión del regreso de los miles de retornados extremistas con sus familias se ha convertido en una de las principales preocupaciones de muchos gobiernos del mundo, en Nueva Zelanda un radical de extrema derecha racista, utilizando los mismos métodos de Dáesh, masacra a medio centenar de personas en dos mezquitas como respuesta de su guerra santa racial.

Estos grupos, se llamen como se llamen, están motivados por las mismas creencias. Sus acciones permiten que prosperen la tiranía y la islamofobia. Desafortunadamente, hay un efecto secundario que puede causar inmensas complicaciones y conflictos si no se maneja correctamente; algo que ver con nuestro juicio. No juzgamos objetivamente. Es triste ver cómo la campaña que se basa en el principio de culpabilidad colectiva ha creado un conflicto más amplio y las sospechas y la desconfianza se han convertido en un obstáculo para buscar soluciones.

Los extremistas han secuestrado las religiones y causas nacionales y han creado un mundo lleno de problemas que se ve amenazado por los belicistasxenófobos y racistas. Hay que reflexionar sobre por qué se perpetúan ciertos clichés y estereotipos, etiquetar a las personas en función de raza, credo o condición social, y sobre la falta de constancia de los que prefieren una elasticidad que les permite proteger ciertas opiniones extremistas y tipificar como delito otras.

El conflicto de civilizaciones ha cundido no sólo como explicación de la realidad sino como doctrina. Desde el fin de la guerra fría hemos pasado de las divisiones ideológicas a las divisiones identitarias. Con la globalización se ha globalizado el ultranacionalismo como forma de negación del principio de ciudadanía. El triunfo del modelo occidental paradójicamente ha debilitado Occidente. El pecado de Europa y Occidente no ha sido imponer sus valores sino renunciar a sus propios valores en la relación con los otros.

Hay que luchar contra las narrativas de los extremistas y encontrar soluciones justas a los problemas crónicos culturales e ideológicos. Más allá de los mercaderes del miedo, del choque de civilizaciones, que cotizan en la bolsa del odio, el fanatismo y la crisis de identidad. No se puede legitimar la tiranía que oprime en nombre de una religión o una patria.

Daesh no nace del vacío, son los hijos de una situación deteriorada, de la tiranía, la ausencia de democracia y las condiciones de desarrollo miserable en unas sociedades que crearon el fuerte contraste entre los dueños de la riqueza y las grandes multitudes en la pobreza, el atraso y la ignorancia, el apoyo al terrorismo del estado, los hijos de la cultura de divisiones. Dáesh vino a llenar la falta de liderazgo en países que se desintegran, con comunidades desgarradas.

Se ha pagado el coste de no apoyar la Primavera Árabe, que ha pasado de la esperanza a la desesperación, la pérdida de legitimidad de la política, el terrible fracaso de los Estados de pertenecer a una era. Políticas viejas pintadas de tiranía. Los ríos de odio por otro diferente. Y décadas de incitación y escuelas fanáticas. El fracaso económico, la injusticia y la grave crisis de fanáticos de identidad facilitados por el secuestro de las universidades y las pantallas y agarrando el derecho de hablar en nombre de las masas.

El desempleo, la lucha contra la corrupción y una mayor participación democrática fueron factores fundamentales de los movimientos de protesta de la llamada Primavera Árabe. Pero, ocho años después, el cumplimiento de estas expectativas se ve lejano y el duro invierno ha provocado que decenas de miles de jóvenes decepcionados no ven futuro debido al fracaso político y económico, sus vidas se han transformado en un infierno, solo disponen de dos opciones: quedarse o emigrar lejos de la guerra y la miseria. Los jóvenes necesitan tener esperanza, estabilidad y prosperidad. Nada es más poderoso que la esperanza de una vida mejor.

Transformar la derrota en victoria requiere tratar de solucionar los problemas reales. Para frenar la tragedia hay que proporcionar herramientas, un proyecto, alternativas para acomodar la enorme energía de la juventud. No se les puede decir “siéntate y permanece callado” o se les está empujando al bando equivocado. Es preciso usar esa energía para reconstruir la región, liberarla del sectarismo, la tiranía y la injusticia.

La respuesta a los conflictos sangrientos que asolan varios países no son las soluciones militares que han demostrado su ineficacia. No se ganará esta guerra con bombas, liberando territorio y destruyendo ciudades. Porque la derrota de Dáesh no eliminará el nacimiento de un nuevo monstruo con otra marca o forma, y en otros lugares. La semilla venenosa volverá a crecer si no se trata de raíz la enfermedad.

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