Opinión

Democracia, populismos y totalitarismos; evolución y tránsito

F. Javier Blasco

Para analizar estos conceptos y la posible relación positiva o negativa entre ellos convendría empezar por desgranar el verdadero significado de cada uno de ellos y que pequeños aspectos diferenciadores encierran. En primer lugar, el término Democracia que viene definido y conocido como “El sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes”, proviene etimológicamente del griego “δημοκρατία” (democratía); es, a su vez. una palabra compuesta por otras dos; “δῆμος” (démos), que se traduce como “pueblo”, y “κράτος” (krátos), que significa “poder”.

En realidad y aunque este es la forma o sistema de funcionamiento de muchas iniciativas privadas, políticas de diversa entidad y en muchos y variopintos entes sociales, se puede asegurar a modo de resumen que, fundamentalmente,  la democracia es una forma de gobierno del Estado en el que el poder es ejercido por el pueblo, mediante ciertos mecanismos de delegación de sus voluntades que se materializan en su intervención en la toma de decisiones políticas como consecuencia de los resultados obtenidos en unos procesos electorales legítimos y universales en los que participan todos los habitantes de dicho Estado a partir de una edad mínima y necesaria para poder intervenir en ellos. “Siendo este mecanismo fundamental de participación y que se conoce como “sufragio universal”, libre, igual, directo y secreto, a través del cual la ciudadanía elige a sus dirigentes o representantes para un período determinado. Los resultados de las elecciones basadas en este sistema se materializan mediante el ejercicio del gobierno en función de las mayorías, por representación proporcional, o una combinación de ambos. El máximo representante de los ciudadanos en una democracia es quien ejerce el poder ejecutivo, es decir, el presidente del gobierno” [1].

Por otra parte, al referirnos al Populismo y por semejanza con el anterior término, aunque no forma parte del diccionario de la Real Academia Española (RAE) pero que, sin embargo, es de utilización muy frecuente en la lengua castellana y que en su acepción política viene a reflejar lo siguiente: “Tendencia política que dice defender los intereses y aspiraciones del pueblo”. Existen muchos conceptos o definiciones sobre el término, aunque generalmente se acepta con mayor grado que “Se trata de un concepto político que permite hacer referencia a los movimientos que rechazan a los partidos políticos tradicionales y que se muestran, ya sea en la práctica efectiva o en los discursos combativos frente a las clases dominantes.

El populismo apela al pueblo para construir su poder, entendiendo al pueblo como las clases sociales bajas y sin privilegios económicos o políticos. Suele basar su estructura en la denuncia constante de los males que encarnan las clases privilegiadas. Los líderes populistas, por lo tanto, se presentan como redentores de los humildes.” [2]

Por último, el Totalitarismo es un concepto estudiado y definido por diversos autores; según el prestigioso Raymond Aron “es una ideología que se manifiesta a través de un partido único y cuyo resultado es la dominación total de la sociedad, al no tener rivales políticos que lo detengan. Este concepto refiere a los regímenes y las ideologías que restringen la libertad individual y que acumulan todo el poder en el Estado, sin restricciones ni divisiones. Los gobiernos totalitarios buscan sumar el apoyo de las masas para aparecer como fruto de la voluntad popular. Al volverse masivos, persiguen a los opositores bajo el argumento de defender la voluntad y los intereses del pueblo. Para lograr el apoyo de la gente, apelan a la propaganda y a explotar la faceta carismática del líder” [3]. Es la fórmula que enmascarada en una u otra ideología, incluso de signos e ideologías antagónicas de extrema derecha o izquierda, se emplea para ejercer el poder único, indiscutible y absoluto en todas las dictaduras.

No hace falta ser una persona con mucha sagacidad ni pensar de forma excesivamente retorcida para entender que bastan ciertos y bien dosificados ajustes para pasar de un estadio al siguiente en orden creciente hacia la pérdida del control de la situación por parte del conjunto de la sociedad y las estructuras democráticas y que, además, este camino casi siempre solo es factible realizarlo en dicho sentido. El de retorno será siempre muy difícil de emprender salvo que lo sea como resultado de una potente y casi siempre muy cruenta revuelta masiva pública e interna en el país o del conjunto de ellos que se encuentran sometidos a dicho totalitarismo o gracias a una intervención política y/o militar llevada a cabo por agentes externos de forma individual o en coalición como respuesta a situaciones de abusos insostenibles en las que manifiestamente se conculcan, abusa en exceso o se aleja de todo tipo de respeto a los derechos humanos de forma manifiesta y fragrante.   

Hay múltiples ejemplos de este fenómeno a lo largo de la historia, repartidos y asentados en países de todos los continentes donde ha sido propicia la aparición, asentamiento, evolución y penetración de partidos o dirigentes totalitarios gracias a que a pesar de que aquellos hubieran sido gobernados durante décadas por regímenes más o menos democráticos, estos “nuevos y espontáneos partidos” que, rezuman políticas e ideologías populistas, que suelen estar dotados de buenos, impostados y bien adiestrados liderazgos, con mucha habilidad para la fácil intromisión y el calado, de rápida y simple respuesta resolutoria a las inevitables penurias económicas y sociales que florecen, flotan y aún sobreviven en ellos. Generalmente, aparecen, fructifican y se ramifican como consecuencia del espurio aprovechamiento de los sentimientos que suelen surgir entre las gentes de bien y con pocos recursos, tras  graves o grandes periodos de crisis, determinados abandonos de responsabilidades, rotura de compromisos electorales e incluso tras todo tipo de abusos o malos usos de las reglas y normas por parte de los gobiernos democráticos de turno.

No es ningún arco de iglesia llegar con ciertas garantías de éxito a los corazones de los que se encuentran o creen encontrase “desvalidos”. Basta con hacer un estudio de área y una encuesta de opinión sobre los problemas que, al parecer, azuzan o preocupan más a los que siempre se consideran pertenecientes a las clases más perseguidas y menos atendidas. Una vez identificada la muestra y cantidad del posible personal afectado y cuáles son sus preferencias o necesidades a ser “cubiertas”, se monta y cuidadosamente se expone todo un programa de alternativas, ofertas y posibilidades, a cual más elocuente, llamativa y hasta disparatada si fuera preciso; una serie de shows públicos y callejeros; manifestaciones de protesta –incluso de violencia creciente- por cualquier cosa o motivo incómodo y que atraiga la atención y el mayor número posible de fieles seguidores; se crean o buscan programas y tertulias políticas incendiarias y falsarias empezando por los medios propios (creados al respecto) o afines, para ir abarcando poco a poco a lo no son tanto –en todas las ajenas asoman su patita con cara de muy buenos y educados-; se continúa con una acción progresiva e incansable orientada a la conquista de todas las principales redes; se ocupan las calles por diversos motivos de protesta donde además de protestar y llenar titulares se desprecia e incluso denuncia a la autoridad con tiento pero sin pausa y cada vez más, se busca e invita a aquellos por los que “ellos dicen luchar” a que les secunden y acompañen en su lucha, porque según su verdad, esta lucha se ha transformado en la de ellos. No hay límite ni recato en alegrar el oído del que clama, en acosar, difamar y perseguir al político de la bancada contraria. Se busca la bronca en cualquier mitin, conferencia o exposición de la oposición hasta lograr su cancelación. Todo, sin el menor recato, se justifica públicamente ya que está demostrado que siempre hay un pobre despistado o inocente al que se le convence fácilmente y este, ayuda a encontrar otro u otros. El boca a boca, el compadreo y el compartir autobús, bocadillos, bota de vino, la dura marcha y la pancarta, hace a todos sentirse más fuertes, más unidos y hasta, invencibles, que caramba.

En esta fase del relato en la que nos encontramos, el populismo ya ha ganado muchos adeptos; no son solo un puñado de chalados o desesperados que piden la luna por la mañana y el sol por la noche. Son gente, mucha gente a los que alguien les ha agrandado sus problemas, llenado de odio y sembrad la desesperación creciente. Personas que hasta hora vivían tranquilamente y a la vista de aquellos revuelos y señuelos; ahora tienen una necesidad grave de ver cumplidas las muchas -algunas hasta recuperadas al estar ya casi olvidadas- promesas que en su día fueron ofertadas y nunca saciadas por el gobierno de turno.

Los populismos, con estas artes y consignas crecen de manera inesperada, inusitada e incluso, anormal en territorios donde tradicionalmente nunca ha habido problemas, y ello en cualquier sistema democrático se convierte en votos y; los votos, son los que te dan el poder. Un poder que con paciencia –puede llevar varios años-, estudiados falseamientos, adecuados enmascaramientos y con mucho tacto se puede vender para que, juntos o en coalición, llegar a un poder, al que por separado sería imposible lograrlo. Todo de apariencia muy democrática y siempre dentro de la Ley; nadie puede hacer el mínimo reproche salvo en la falta de coherencia de los planes perseguidos con la realidad y en los caminos empleados para crear la necesaria masa crítica para lograrlo. Las inclinaciones de los populismos podríamos definirlas como transversales y muy extremas, se inclinan tanto a la derecha como a la izquierda y siempre están listos para ofrecer acuerdos con aquellos que les sean más afines. Por último y no por ello menos importante, en el apartado de sus “cualidades” conviene recordar, que son personas a las que se denomina de “piel muy fina”; a pesar de que ellos emplean la falacia, el ultraje, el acoso, la mentira, la escenificación desproporcionada y la exageración constantemente y como el mejor medio para abatir a su contrario, no admiten ni un asomo de estas cualidades en el contrario político cuando se refiere a ellos, sus actuaciones, excesos o formas de actuación. Son muy tendentes a presentar denuncias o demandas colectivas e individuales  por sentirse ofendidos, difamados o ultrajados como un método más de achantar al que ose meterse con ellos.

Generalmente, no suelen obtener mayorías suficientes para gobernar en sus primeros intentos por la difícil digestión de su mensaje; aunque, con el tiempo, van llegando y enamoran mucho a personas de todos los niveles sociales, económicos e intelectuales. Por ello, se ven precisados a buscar el apoyo del su más afín o, si los números no son suficientes, no dudan en prestar los suyos a los logros de aquel. Solo falta encontrar en el otro partido al líder útil; uno que sea fácilmente moldeable, poco escrupuloso, quebradizo, muy ambicioso y lo suficientemente corto de entendederas para, sin mucho esfuerzo, ser capaces de venderle una moto averiada y hacerle creer que con ella dominará, en solitario, la clasificación de pilotos del mundial de Moto GP. 

Los populistas y sobre todo sus coaligados, quienes inicialmente eran totalmente democráticos, se crecen en la adversidad, se consideran insuperables, más listos que nadie y prácticamente intocables. Son capaces de emplear sin pestañear todo aquello que se han hartado de criticar cuando eran oposición. Sus patrañas y añagazas, no son para ellos, más que vericuetos políticos, totalmente legales. Aunque no sean claros ni muy usuales, los usan para, con todo descaro, saltarse los procedimientos, el papel de las cámaras y el valor intrínseco de todo lo reglamentado. Una vez asentados políticamente en las cámaras tratan de realiza sus movimientos como si fueran un grupo único y compacto. Movimientos que se basan en buscar todo tipo de huecos legales para, con ello poder dar visos de legalidad a sus propios actos que con votos y procedimientos normales no pueden hacer fructificar en ningún otro caso. Si este camino se les agota, suele ser cuando se ven precisados a disolver el parlamento y llamar a nuevas elecciones con la excusa de que no pueden gobernar, la “nefasta y grave oposición” les acogota, les oprime y deben obtener mejores resultados para ser autosuficientes con una muy amplia mayoría.

Para poder llevar a cabo este relato de pasos sucesivos y como maniobra previa o inicial y totalmente indispensable, hay que asaltar [4] y dominar los medios de comunicación oficiales del estado, país o región donde se quiera implantar este tipo de régimen. El dominio de los medios y redes afines no es suficiente para calmar las ansias y necesidades de una gran parte del público que tradicionalmente acostumbra a informarse en los medios oficiales, y ve que con este tipo de movimientos convulsivos muchas cosas cambian rápidamente en su entorno; no lo entienden ni comparten y se pueden alarmar. Por ello, antes de que esto ocurra, es necesario apartar y relegar al ostracismo a todas las voces y plumas que puedan suponer el menor elemento de discordia o discrepancia con la política llevada y “colocar a dedo” en los sitios de responsabilidad, con o sin méritos para ello, a los más empesebrados profesionales de la información, quienes por convicción, necesidad, fragilidad o presión solo viven para justificar y enmascarar cualquier acción de gobierno, por extraña o patética que sea esta. Los cambios en la opinión publicada hacen milagros en la opinión pública. Todos lo sabemos.     

Para iniciar, sostener e impulsar este tipo de añagazas poco usuales y, en cierto modo, hasta contra naturales, siempre hay alguien que, aun teniendo muy poco valor específico real, saca un máximo rendimiento al escuálido número de votos que porta al cotarro. Suelen ser los más díscolos y rayanos con la inconstitucionalidad y frecuentadores antaño de las más graves ilegalidades; en definitiva, aquellos, que de puro milagro, por necesidades espurias de los diferentes gobiernos de turno o gracias a mucha nariz tapada, pasaron en su día los escuálidos y blandos filtros que les permiten estar legalizados y presentes en unas cámaras que les importan un bledo y que solo están en ellas para obtener sus beneficios propios o de partido, pavonearse personalmente y de cara a su barrio o para enredar al más puro estilo de barra de bar. Por supuesto, estos no se arredran nunca ni ante nadie. Su capacidad de petición e insatisfacción es extraordinaria y creciente. Cada apoyo prestado, por mínimo que este sea, es cobrado anteriormente, en directo o de forma no muy diferida. Debo decir que estos no ocultan nada; dada su idiosincrasia y que su parroquia está siempre ávida de satisfacciones, todas sus piezas son cazadas de forma pública y notoria. Casi nunca con nocturnidad y lejos de los despachos o bancadas oficiales.

La satisfacción de tanta exigencia ajena a su partido y política intrínseca de grupos tan heterogéneos y hasta divergentes, llevan al que aparente y visiblemente gobierna -que se comprometió o arrodilló con y ante todos aquellos que le “ofrecieron” su apoyo- a situaciones de verdadero estrés; a escuchar y atender las mil exigencias como pago a sus apoyos, a constantes rectificaciones en sus decisiones y a defender igual y encarnizadamente tanto lo blanco como lo negro. Todo sea por mantener el poder; no importa el precio que se deba pagar o lo que haya que ceder o legislar en directo o diferido, por Decreto o saltándose los procedimientos. Hace caso omiso a los pocos que todavía tratan de guardar cierta cordura en su entorno y hasta arremete duramente contra ellos cuando intuye que cree que estos “no le entienden”.

Como ya se ha mencionado y conviene resaltar, esta estresante situación, continuada en el tiempo da lugar a que, en más de una ocasión, el gobierno resultante tenga que saltarse alguno o todos los procedimientos y reglamentos más bien pronto que tarde. Los arrastrados años de experiencia, el trabajo de los tribunales de justicia, el Constitucional y algunas añagazas anteriores suelen avisar a los legisladores de que, en democracia, aunque no debería ser así, todo es posible y por ello se suelen cubrir los posibles resquicios en el sistema para que este no salte fácilmente por los aires. A pesar de ello, con gran insistencia, ferviente tesón y mucha ruindad los soportes donde se asienta la democracia pueden ceder y causar su peculiar y desastroso desmoronamiento.

Es en esta fase de la historia, cuando hay que reconsiderar el camino seguido; analizar los objetivos logrados hasta el momento y decidir que apoyos son necesarios para continuar el inefable e imparable camino hacia el totalitarismo. Los coloquialmente llamados “tontos útiles” ya no son necesarios, estorban porque no entienden la realidad e incluso pueden arrepentirse en el último momento y crearse un problema con ellos. Otros de los que con elevado grado de probabilidad suelen formar parte del gran pelotón de olvidados, son los grupos sociales. Aquellos que fueron los primeros en ser engañados, captados y movilizados para poder dar los necesarios primeros pasos. Quedan relegados, olvidados y generalmente totalmente frustrados porque ninguno de aquellos sueños, finalmente, se han visto colmados o conquistados. Surtieron su efecto, conmovieron a muchos arrastraron a tantos, pero tras todo este proceso han pasado a convertirse en un gran estorbo y hay que silenciarlos, o por lo menos, arrinconarlos.

Para seguir hacia la fase totalitaria y/o liderarla hace falta ser un pleno convencido del alcance y el valor de este fenómeno desde el principio; alguien que necesite intrínsecamente aferrarse al poder como el que se agarra al oxígeno de una bombona cuando quiere respirar y está bajo el agua. Personas sin escrúpulos, que sean capaces de prevaricar constantemente. Que no titubeen en saltarse toda norma, cámara legislativa o tribunal constitucional que se oponga.

Si hace falta se crea un organismo paralelo al oficial y se aparta o ningunea a este. Se legisla y se cambia al antojo toda Ley orgánica y hasta ¿por qué no?, se dota al país de una nueva Constitución. Se perpetúa en el poder, aunque esto hubiera estado explicita y tajantemente prohibido. El siguiente y necesario paso consiste en controlar el tercer pilar del Estado que restaba sin asaltar del todo, el Judicial. Para ello, se nombran los más altos tribunales y se domina con toda impunidad a las fiscalías generales o superiores del Estado.

En siguientes pasos, se nacionalizan los bancos, el resto de entidades financieras y todas las grandes industrias y sistemas de producción de energía, agricultura, minería, pesca y transporte terrestre, marítimo y aéreo.

Por último y no por ello menos importante, solo les falta dominar las fuerzas de orden público y las fuerzas armadas; quienes cómo máximos garantes de la unidad e integridad de la Patria y del orden dentro de ella, se han venido manteniendo bastante al margen de la evolución política y a las órdenes y disposición del gobierno democráticamente establecido. Todo ello por tratar de evitar inmiscuirse en la labor de los políticos y originar un golpe de Estado de nefastas y muy graves consecuencias. Los fulminantes y absurdos cambios en las cúpulas y estructuras de ambas fuerzas son el camino para garantizar el traspaso incruento del control de los mayores poderes a manos de fieles y convencidos seguidores de su causa [5] –apoyado en la presumible disciplina y en la obediencia debida de personas de honor que solo suelen actuar cuando así se les ordena por sus jefes naturales-.   

En definitiva, todo queda bajo su control, se producen una serie de movimientos de intensidad y efectos crecientes que, bajo pretexto de ayudar a ejercer el control efectivo, distributivo y equitativo de los recursos y riquezas naturales o monetarias, suelen resultar en un abuso excesivo y despilfarro sobre o de los mismos. La corrupción, el descontrol y los excesos son la norma y nunca la excepción. La moneda, si s propia, se devalúa constantemente, el PIB se reduce drásticamente y tanto la deuda como el déficit internos y externos alcanzan cifras astronómicas y nunca vistas en tiempos recientes. Las hambrunas suelen hacerse presentes en todas las clases sociales, la falta de alimentos y elementos básicos e indispensables para la vida en general y el crecimiento de los niños en particular escasean de tal manera que es fácil recurrir a los robos, rapiñas y luchas intestinas e incluso entre los miembros de la misma familia. Los hospitales y farmacias quedan desabastecidos y es imposible seguir ningún tipo de tratamiento médico nuevo o endémico.

Las protestas civiles en la calle por parte de los ciudadanos descontentos y en situación precaria, suelen ser corregidas y controladas a base de brutales cargas policiales y militares, arrestos masivos y centenares de muertos. Las cárceles se abarrotan de personas sin causa o denuncia por cualquier tipo de hecho o simple denuncia. Como último recurso para su supervivencia y antes de finalmente abandonar su país -con maletas repletas de riquezas materiales en busca de sus caudalosas cuentas corrientes en paraísos fiscales- al deleznable gobierno totalitarista solo le queda vender su nación al mejor postor partiéndola en cachos o toda ella en solo lote a precio de saldo. Difícilmente, un gobierno totalitario admite su culpa, ni siquiera en una pequeña parte; todo es culpa de la oposición, los países vecinos o imaginarios intereses internacionales de las grandes potencias que quieren poner sus garras en su territorio.

La solución a este tipo de situaciones no es nada fácil; suelen costar muchos quebraderos de cabeza y discusiones diplomáticas, resistencias internas y casi siempre se basan en la búsqueda de apoyos en organismos internacionales, países o asociaciones de ellos por haber sido la Metrópoli del país en tiempos coloniales o en los que con carácter mundial, regional o vecinal prefieran brindar un fuerte apoyo a los que sufren dentro de aquel que cargar con las consecuencias derivadas de emigraciones masivas, rapiñas, trato de blancas y prostitución que todo este tipo de miserias descontroladas suelen provocar en los países de su entorno.  

Tengo la sensación de que estoy escribiendo un capítulo de una novela de terror; tras parar un momento, me doy cuenta de que no me invento nada. Que todo es real, que ya ha ocurrido en un tiempo reciente en países tan llamativos como Italia, Rusia, China, o Alemania; que está ocurriendo en Corea del Norte, Cuba, Turquía, Nicaragua o Venezuela entre otros y que, por las noticias que tenemos, si no le remediamos pronto, podría llegar a cuajar en alguno más de nuestro entorno Europeo y, por lo que veo, ciertos totalitaristas llevan tiempo empeñándose que esto se implante en Cataluña y últimamente, algunos otros, tratan de ampliarlo a toda España. Ojalá me equivoque; Dios dirá.  

[1] https://www.significados.com/democracia/

[2] https://definicion.de/populismo/

[3] https://definicion.de/totalitario/

[4] Término usado por ellos mismos de forma literal. No es invención del autor.

[5] No es ni será la primera vez que eminentes figuras y mandos de la máxima graduación y responsabilidad en las Fuerzas Armadas y en las de Orden Público han sido protagonistas y primeros espadas de movimientos populistas antes o después de abandonar sus cargos.