Opinión

El Hirak del Rif desnuda al régimen marroquí

Mounaim Aoulad Abdelkrim. Hispanista y activista marroquí de Derechos Humanos

Después de la muerte del pescadero Mouhcin Fikri aplastado en un camión de recogida de basuras en Alhucemas, nadie pensaba que las protestas populares allí iban a prolongarse por más de ocho meses. Lo que se presentaba como un accidente o hecho aislado se convirtió en el detonante de unas de las más largas y fuertes movilizaciones sociales del Marruecos independiente (1956). La brutal escena de la muerte de Fikri, sumada a la nefasta gestión de los hechos derivados de ella por parte de las autoridades marroquíes, reabrieron las profundas heridas del pasado de la zona del Rif en su relación con el régimen marroquí. Unas heridas que remontan a la época de la Guerra del Rif cuando Abdelkrim El Jatabi denunció una tácita complicidad del Majzén con las fuerzas colonizadoras españolas y francesas para el derrocamiento de su resistencia, en el cual se emplearon hasta armas químicas (1921-1927). Hay que recordar también que todavía siguen muy vivas en la memoria colectiva de los rifeños las imágenes de las crueles represiones de las insurrecciones en la zona contra la marginación, la pobreza y la tiranía en los años 1958-59 y 1984.

 No obstante, la llegada de Mohamed VI al trono, en 1999, significó la apertura de una nueva era en la relación de esa zona con el Estado marroquí, ya que el entonces nuevo monarca protagonizó una serie de actos que se vieron por parte de los ciudadanos del Rif como gestos de reconciliación. Al contrario que su padre, Hassan II, quien mantenía un claro distanciamiento con el Rif, llegando a tildar a sus ciudadanos de “chusma” en antena en 1984; el rey Mohamed VI pasaba sus vacaciones en la zona y paseaba por las calles de sus ciudades libremente, atendiendo a la gente sin o con un muy ligero protocolo.  Hubo unas ciertas reformas que afectaron básicamente a las infraestructuras urbanas de algunas poblaciones costeras, además de la construcción de la nueva Carretera Mediterránea que pretendía enlazar las ciudades de la zona, a lo largo de unos 507 kilómetros, e insertarlas en el tejido geográfico nacional, después de unas largas décadas de profundo aislamiento. No obstante, estos esfuerzos fueron insuficientes para provocar un verdadero desarrollo social, humano y económico en la zona.

A partir del 28 de octubre de 2016, se iniciaron en la zona del Rif, en general, y en Alhucemas, en particular, una serie de protestas populares, primero, por la manera ilegal en que le fue confiscada a Mouhcin Fikri la carga de pez espada por las autoridades y su consecuente trituración dentro de un camión de basuras. Pero, la cosa no se quedó allí, y rápidamente saltaron a la palestra las históricas reivindicaciones sociales, económicas y culturales de los ciudadanos de esa zona. Hasta la hora, los principales ingresos económicos de la zona del Rif siguen siendo el cultivo del hachís y las remesas recibidas desde el extranjero de parte de los emigrantes rifeños residentes en Europa, a falta de infraestructuras industriales sólidas y de otras alternativas agrícolas y en presencia de la fuerte corrupción que sacude el sector pesquero en la zona.

Pie de foto: Mounaim Aoulad Abdelkrim. Hispanista y activista marroquí de Derechos Humanos

Las legítimas reclamaciones populares encontraron de inmediato un portavoz elocuente, valiente y de confianza, el carismático Nasser Zefzafi. Este joven desempleado de 38 años y ciudadano de a pie supo representar y transmitir de manera fidedigna los sentimientos de malestar e indignación de la gente con un lenguaje simple y llamando a las cosas por su nombre. Sus osados mensajes y llamamientos transmitidos por las redes sociales eran ampliamente seguidos y tenían un profundo calado entre los ciudadanos del Rif, primero, y luego entre todos los marroquíes.  A medida que iban pasando los meses, la tensión en el Rif iba a más, ante la tremenda inoperancia e ineficiencia de las administraciones del Estado en las que se delegó la gestión del conflicto en sus primeras semanas y ante un gobierno en funciones que duró más de la cuenta y que seguía con las manos cruzadas el desarrollo de los hechos en el Rif. La brecha entre los indignados ciudadanos y las autoridades fue en aumento, el lenguaje del líder del movimiento popular, Nasser Zefzafi se iba endureciendo mientras los multitudinarios actos de protesta se sucedían de manera pacífica y muy bien organizada.

Al principio, las reivindicaciones se limitaban a un hospital oncológico, un centro universitario y mayores oportunidades laborales. No obstante, la tímida respuesta oficial a estas reivindicaciones, que los activistas del Hirak tildaron de inconvincente y escamoteadora, no fue capaz de contener esa ira popular. No era posible ser más tonto en gestionar esa crisis, pero si se podía ser más burdo. Las acusaciones de traición a la patria y separatismo lanzadas contra los activistas del Hirak desde Rabat echaron más leña al fuego y las reivindicaciones sociales, culturales y económicas empezaron a tener tintes políticos también, cuestionando la eficacia de las políticas de estado llevadas a cabo en la zona, el modelo político establecido, la clase política dominante y pidiendo una delimitación de responsabilidades…

Ante esta subida de tono por parte de los activistas del Hirak, dentro de los centros marroquíes de decisión, hubo quien optó por recurrir a la mano dura.  Así, pues, empezaron los encarcelamientos, las torturas físicas y psicológicas a los presos, las violentas represiones de las manifestaciones, las persecuciones, las intimidaciones y las amenazas contra todo lo que se moviera en el Rif. Se creó un clima de furia y de cólera impropio de los estados democráticos. El régimen volvió a mostrar su cara fea en el Rif y en las demás regiones que se solidarizaron con él y con ello se esfumaron todos esos discursos oficiales de Estado de las leyes y derechos, modelo democrático líder, Excepción marroquí, protección de los Derechos Humanos, transición democrática, Nueva Era, Justicia y Reconciliación, independencia del poder judicial, etc. al tiempo que se volvían a respirar los aires de los años de plomo, caracterizados por las sistemáticas violaciones de los derechos humanos.  

El Hirak del Rif ha supuesto un buen test democrático para el régimen marroquí en el que ha fracasado estrepitosamente, demostrando una más que preocupante falta de gobernabilidad y un gran trecho entre los discursos y las prácticas. Estamos ante un incongruente régimen que aplica mano dura en su respuesta a las reivindicaciones justas y legítimas de los ciudadanos a la vez que aplica mano suave ante la flagrante lacra de la corrupción que afecta gravemente al país.

Después de todo lo sucedido en estos últimos ocho meses, podemos decir que el régimen marroquí anda completamente desnudo en Alhucemas y se arriesga con acabar haciendo el ridículo.