El idioma universal

César Calvar

El pasado 13 de junio se cumplieron 35 años del comienzo del Mundial de España ‘82, que para los millones de jóvenes que acabamos de superar los cuarenta tacos supuso el despertar en la niñez a ese fenómeno global que es el fútbol. Un deporte que ha emocionado a generaciones enteras, capaz de traspasar fronteras, ideologías, idiomas y religiones y cuyas ramificaciones se funden con lo político, lo económico y lo social.

España, que entonces pugnaba por sacudirse los restos de una dictadura, organizó el XII Campeonato del Mundo de Fútbol en un ambiente de inestabilidad: un año antes se había producido un golpe de Estado, eran los años de plomo del terrorismo y Adolfo Suárez había tenido que dimitir y ceder el testigo en el Gobierno a Calvo Sotelo.

Pero el fútbol es más que un juego, aunque algunos no quieran creerlo, y aquel mundial que tuvo como mascota a Naranjito fue un soplo de aire fresco.

Igual que muchas personas recuerdan qué hacían cuando se enteraron del asesinato de Kennedy, de la llegada del hombre a la Luna o de la destrucción de las Torres Gemelas, todo aficionado al fútbol lleva grabados a fuego en el corazón sus primeros recuerdos vinculados al balompié. Y para mi generación, el Mundial fue el revulsivo que nos descubrió un lenguaje universal.

Recuerdo bien la tarde de aquel remoto 14 de junio de 1982 en que mi padre me llevó de la mano por primera vez a ver un partido internacional. La Italia de los hoy legendarios Dino Zoff, Paolo Rossi, Cabrini, Gentile y Tardelli –que a la postre ganaría el Mundial- se enfrentaba en Balaídos a la potente Polonia de Lato y Boniek, que venía pisando fuerte desde el otro lado del Telón de Acero. Tan fuerte que llegaría a semifinales.

Dos equipos, dos grandes pueblos europeos, dos lenguas y dos formas opuestas de entender el mundo se citaban en una ciudad pequeña de un país lleno de complejos para hablar y entenderse en el idioma universal del fútbol. Sin cañones, ni trincheras, ni fusiles, sólo hombres tras la pelota.

Aquel Mundial fue el primer escaparate para que el español de a pie pudiera asomarse a otras culturas. Italia volvió a jugar días después en Vigo contra Perú y Camérun. América Latina y África desparramaron por la ciudad su exuberancia y las aficiones –sobre todo la ruidosa y colorida hinchada camerunesa- asombraron a todos.

En el resto de España, millones de personas pudieron ver también por primera vez a seres humanos venidos de lugares exóticos como Nueva Zelanda, Honduras, Kuwait, El Salvador, Argelia o Brasil. Incluso de países hoy desaparecidos como Yugoslavia, Checoslovaquia y la URSS. El mundo se hacía pequeño ante nuestros ojos.

Aquel choque cultural dejó anécdotas como la del Francia-Kuwait disputado en Valladolid. Cuando los galos marcaron su cuarto gol, el jeque kuwaití Fahid Al-Ahmad Al-Sabah saltó al campo desde el palco para discutirle al árbitro la validez del cuarto gol francés. Tras varios minutos de tangana, el colegiado ruso anuló el tanto, decisión que le costaría la suspensión a perpetuidad por la FIFA. Aquel combativo jeque tampoco tendría mucha suerte: moriría en 1990 defendiendo a su país después de que Sadam Hussein lanzará su ejército sobre Kuwait en la Primera Guerra del Golfo.

España ‘82 tuvo episodios vergonzosos, como el partido Alemania Federal-Austria, en el que las dos selecciones pasearon por el campo sin atacarse. Habían pactado el resultado para dejar fuera a Argelia, equipo revelación del grupo. El público de Gijón abochornó a los jugadores con gritos de “¡Que se besen, que se besen!” y “¡Argelia, Argelia!”. Demencial fue el arbitraje del Brasil-URSS disputado en Sevilla. En plena Guerra Fría, el colegiado español Lamo Castillo anuló un gol a los soviéticos y les pitó dos penaltis en contra para regalar el triunfo a sus adversarios.

También fue sospechoso lo ocurrido en el España-Yugoslavia jugado en Valencia, en el que el árbitro danés mandó repetir un penalti fallado por López Ufarte. A la segunda, Juanito marcó un gol que luego sería decisivo para clasificar a España, que caería eliminada en la segunda fase.

Es difícil imaginar cómo habríamos tomado conciencia del fútbol los niños de 1982 sin el Mundial de Naranjito, que nos mostró los valores del deporte y su alcance mundial. Hoy nos parece normal aterrizar en Nepal o Mozambique y que algún niño se acerque y nos recite la alineación de nuestro equipo a cambio de unas monedas. O que haya países que utilicen la organización de grandes torneos para exhibirse ante el mundo. El fútbol sigue siendo un idioma universal. Que no calle.

Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato