El plan regionalista marroquí suscita interés en África

Pedro Canales

Pie de foto: El continente se enfrenta a crisis tribales, étnicas y religiosas extremas. Imagen de Mohamed VI en Marrakech.

La agitación política y diplomática que conoce en los últimos tiempos el continente africano, es un síntoma de que tanto las grandes potencias como los países emergentes están considerando la profundidad estratégica de África y su importancia para el futuro a medio plazo.

El viaje del presidente norteamericano, Barack Obama, en África en el verano de 2015, la reactivación de la diplomacia rusa y el aumento de la penetración china en el continente, son una clara muestra de ello. Por parte europea, sin embargo, los problemas del terrorismo y la inmigración acaparan la política de Bruselas, a la que falta una visión estratégica.

En el entorno africano, países como las monarquías del Golfo Pérsico, Egipto, Argelia y Marruecos, se están volcando hacia el sur. Después de la cumbre árabe-africana de 2014, países como Arabia Saudita, Catar, Irán, han intensificado sus relaciones con el continente, y no solamente con los países de predominante musulmana.

Argelia, que desde hace años intentaba privilegiar el eje Argel-Lagos-Pretoria, vertebrador decía de la prosperidad de la Unión Africana, se ha dado cuenta de que se le estaba escapando la realidad del continente, y desde hace unos meses intenta relanzar las relaciones bilaterales con los países del Golfo de Guinea, de África Occidental y del hemisferio sur.

Las giras emprendidas por el rey Mohamed VI de Marruecos por varias regiones de África en los tres últimos años, han mostrado el interés estratégico de Rabat por el continente. Más allá de la ganancia diplomática que puede significar el apoyo de varias capitales africanas a la cuestión del Sáhara Occidental según la óptica marroquí, los viajes del soberano alauita y su petición de ingresar en la Unión Africana (UA) - fue uno de los miembros fundadores de la Organización de la Unidad (OUA), que posteriormente se transformó en UA después de que Marruecos saliera de la organización por causa del conflicto del Sáhara -, han significado un vuelco a la política tradicional de Marruecos sobre el continente.

En las capitales visitadas por el soberano marroquí ha suscitado particular interés el modelo de regionalización que Rabat se dispone a implantar en todo el territorio, en particular en el espacio del Sáhara bajo su administración. La novedad, vista desde los países visitados por Mohamed VI, Ruanda, Tanzania, Etiopía, y anteriormente Costa de Marfil, Guinea, Gabón y, particularmente, Senegal, es que todos estos países sufren de desequilibrios territoriales enormes, germen de divisiones y de guerras civiles. La variedad de etnias, de religiones, de tribus que conforman la inmensa mayoría de países del continente, hacen propicio el surgimiento de situaciones de enfrentamiento social, político y a veces militar, que despedazan África.

Por tales razones, el modelo territorial que Rabat se dispone a implantar, es visto como un escenario a seguir para evitar rupturas y escisiones territoriales. La mayor parte de países africanos, surgidos de la descolonización de los años 50 y 60, poseen estructuras administrativas estatales híper-centralizadas, herencia del jacobinismo del estado colonizador, sea Francia, Italia o Gran Bretaña. Por lo que un modelo de descentralización avanzada, con capacidad de autogobierno para las poblaciones que lo habitan, el manejo de sus recursos naturales y la administración de la economía, la sociedad y la cultura locales, aparece como idóneo y factible de combinarse con la necesaria centralización estatal de la defensa, la moneda, la bandera y la representatividad internacional.

La minicumbre de Estados africanos que se celebra estos días en Marraquech, coincidiendo con la Cumbre del Medio Ambiente, abordará en las discusiones bilaterales y multilaterales el porvenir del continente, y no faltará la evocación del escenario de la descentralización. 

España tiene aquí una oportunidad única, por su experiencia en la gestión autonómica, y el modelo de Estado surgido después de la Transición democrática. La mayoría de países africanos son conscientes de ello, pero depende de la diplomacia del nuevo gobierno el sacarle el máximo provecho y colaborar con una experiencia internacional novedosa y prometedora.

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