Opinión

El tiempo de la turbopolítica

Antoni Gutiérrez-Rubí @AntoniGR/ETHIC

Ilustración: Carla Lucena

Nuestros políticos parece que están permanentemente agitados en la cinta de correr de un gimnasio: se mueven, sudan, contabilizan pasos y metros… sin llegar a una ninguna parte. Es la metáfora perfecta. Tan perfecta como alarmante.

El tráfico de datos móviles en España se multiplicará por seis. En concreto hasta 6,3 exabytes (un exabyte = mil millones de gigabytes). Será entre 2017 y 2022, según el Informe Cisco Visual Networking Index (VNI), que también estima que en 2022 habrá 41 millones de usuarios móviles, el 88% de la población, y 103 millones de dispositivos y conexiones de Internet de las cosas (IoT) móviles. El informe también detalla unas cifras mareantes a escala mundial. En la edición del Mobile World Congress de este año confirmamos el dato de que dos tercios de la humanidad ya usan un móvil y que mil millones de nuevos usuarios se han unido en los últimos cinco años. El número de líneas móviles supera por primera vez a la población mundial.

Se acortan los tiempos entre pensar, decir y hacer. La relación causal se desvanece frente a las relaciones simplemente concurrentes. La confusión nos está obcecando. Paradójicamente, en tiempos de abundancia (de información), la escasez (de reflexión) aumenta. Todo sucede en tiempo real. Cinco segundos es nuestro límite de paciencia cognitiva. La vida (y la política) en cinco segundos. Sin paciencia no habrá consciencia, ni conciencia.

Mi amigo Francesc-Marc Álvaro, en un interesante artículo, «Democracia acelerada y periodismo bajo sospecha» (2013) ya alertaba: «Los medios se han acelerado de manera extraordinaria mientras la política sigue unida a procesos de ritmo mucho más lento y reposado, lo cual choca con las expectativas ciudadanas de respuesta automática, alimentadas de manera inercial por el discurso periodístico que –como sabemos– sustituye el presente por la actualidad». Finalmente, el tiempo mediático (y en especial el digital) ha acabado ganado la batalla: la política urgente y contingente lo fagocita todo.

«Hemos dejado de atribuirle al tiempo el valor garante de la calidad o la relevancia. Si tarda, no vale. Triste época»

David Konzevik (economista argentino y autor de la teoría de la revolución de las expectativas) afirma que «las expectativas van por el elevador y el nivel de vida por la escalera» y esa incongruencia tiene profundas implicaciones políticas. La aceleración de nuestras vidas, a través de la pantallización, alimenta el deseo y la necesidad permanentemente, mientras la vida real es lenta. La no obtención «inmediata» provoca frustración, ansiedad y un estado permanente de agitación personal. Hemos dejado de atribuirle al tiempo el valor garante de la calidad o la relevancia. Si tarda, no vale. Triste época. En el libro Pensar rápido, pensar despacio de Daniel Kahneman descubrimos que la aceleración permanente inhibe la vinculación entre hecho, causa y consecuencia.

La aceleración de nuestro entorno relacional y cognitivo, así como la conectividad como elemento central en la construcción de valor (para las personas, las organizaciones y las ideas), provoca algunas disfunciones en la política democrática. Estas podrían ser las más significativas:

1. Importante / Urgente

La acción política orientada a las audiencias, permanentemente, conlleva una política de la contingencia que altera el carácter estratégico de la política. Reducir lo importante a lo urgente alimenta el tacticismo pueril que desvanece lo relevante, sustituyéndolo por lo inmediato.

2. Conocimiento / Atención

La agitación acelerada exige competir por la atención de los electores. Esta pugna constante por la atención jerarquiza la propuesta y el contenido político a la hegemonía del efectismo superficial en toda la cadena relacional. La lucha por la atención destroza la política basada en argumentos y conocimientos.

3. Reflexión / Acción

Como consecuencia de la urgencia y de la atención extremas, la respuesta como objetivo único acaba devorando las preguntas necesarias, la acción desplaza a la reflexión imprescindible. La política queda sometida a una frenética actividad que la aleja del carácter reflexivo que toda decisión merece, y más cuando se trata del interés general.

Tomando prestadas las palabras del filósofo Daniel Innerarity, «a medida que crece la aceleración de la historia, el análisis objetivo de las situaciones tiende a ser sustituido por la futurología. La imaginación ocupa una buena parte del espacio que era propio de la observación».