Estados Unidos es peculiar

Manuel Hernández Ruigómez. Diplomático y Doctor en Historia de América/The Diplomat

El diplomático Jorge Romeu ha presentado en Madrid su libro “La Corte y los soberanos. Un acercamiento europeo a la singularidad estadounidense”, publicado por Marcial Pons. Entre otros puestos, el autor ha vivido diez años en dos ciudades norteamericanas: Nueva York y Washington. La obra repasa algunas características estadounidenses a ojos de alguien que procede de un país englobado en la misma civilización occidental y judeo-cristiana. Es decir, lo normal hubiese sido no sorprenderse. Sin embargo, el autor ha logrado captar la originalidad de la gran potencia dentro de Occidente. Es el “excepcionalismo estadounidense”, como lo califica.

Romeu hace una selección de las singularidades estadounidenses y al efecto se ayuda de una amplia gama de sentencias del Tribunal Supremo. Esta institución es, junto con la Constitución de 1787 y sus enmiendas, la gran protagonista de la obra. Porque si hay una peculiaridad de peculiaridades en el sistema político norteamericano esa es la fuerza e independencia del Tribunal Supremo en el marco de una separación de poderes (checks and balances) auténtica y única en el mundo.

Los Padres Fundadores se aseguraron de que ninguno de los tres poderes tuviera preponderancia sobre los demás. Pero es el Tribunal Supremo quien fija indeleblemente la posición del Estado Federal en cualquier controversia. Por ello, es un acierto que Jorge Romeu se haya guiado de sus sentencias para explicar la esencia estadounidense en un conjunto de aspectos de su realidad nacional: la tensión centro-periferia; la influencia del cristianismo; la sagrada libertad de expresión; el derecho a portar armas; la pena de muerte y la salud pública.

“Quizás sea la influencia de lo religioso en lo política lo que la hace más peculiar”

Quizá sea la influencia de lo religioso en la política lo que le hace más peculiar. Según el presidente George Washington (1789-1797), “es imposible gobernar rectamente al mundo sin Dios y sin la Biblia”. Pero como demuestra Romeu, la cuestión es compleja. Desde un punto de vista legal, la Primera Enmienda a la Constitución prohíbe que el Estado tenga una religión oficial y garantiza el libre ejercicio de las creencias religiosas. Y, sin embargo, los políticos –no sólo Trump- utilizan siempre conceptos religiosos o expresiones ligadas a las creencias cristianas en todas sus manifestaciones, en especial, en campaña electoral. Y es que son conscientes de que esos instrumentos oratorios llegan con facilidad al corazón de los electores.

En cuanto a las armas, creo que la libertad de portarlas guarda relación con el mantenimiento de la pena de muerte. No existe hoy país occidental que permita el libre porte de armas, ni que contemple la pena capital dentro de su ordenamiento jurídico-penal. Con todo, hay que intentar comprender la lógica oculta. Consentir que el común de los ciudadanos pueda portar armas implica, de algún modo, tolerar el ejercicio individualizado de la violencia. Y es evidente que, en el marco de esa mentalidad, la manera más adecuada de combatirla es castigando su uso ilegítimo y/o desmedido con la pena de muerte.

Esta realidad, consustancial a la esencia de Estados Unidos, no nos debe llevar a menospreciar a esa sociedad; tampoco a acusarla de primitiva. Todo lo contrario, porque los estadounidenses viven en un constante debate sobre lo que es y lo que debe de ser, en el marco de una absoluta libertad de expresión. “No debemos temer la expresión de las ideas sino su supresión” (Harry Truman 1945-1953). Esto sí caracteriza de modo indeleble a uno de los sistemas democráticos más avanzados y evolucionados del mundo.

Enhorabuena a Jorge Romeu. Le animo a seguir en la senda investigadora que ha iniciado con este libro. Es muy remuneradora, intelectualmente hablando.

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