Opinión

Identidad y exclusión, claves en la captación de jóvenes por el terrorismo yihadista

Chema Gil y Manuel J. Gazapo Lapayese/columnacero.com

International Security Observatory

Pie de foto: Son jóvenes, nacidos y/o criados aquí, aparentemente integrados pero que guardan sentimientos de exclusión los preferidos por el terrorismo yihadista para su captación y radicalización.

Tras atentados de dimensiones como los perpetrados el pasado 17 de agosto en Barcelona y Cambrils surge la necesidad, en el imaginario común, de encontrar respuestas inmediatas a cuestiones tales como quiénes nos han atacado, de dónde son, por qué han cometido semejante masacre.

La necesidad de encontrar respuestas que nos ayuden a entender algo así puede llevarnos a conclusiones primarias que nacen sobre todo de las ‘tripas’ y no de la razón. Necesitamos aplicar una inteligencia razonable para identificar correctamente a los autores, entender qué elementos operaron en su dinámica grupal, en definitiva necesitamos realizar una buena anamnesis que nos permita abordar con eficiencia y eficacia, en primer lugar, medidas policiales adecuadas para evitar nuevos ataques de otros posibles miembros de esa estructura terrorista o de otras similares y, de una vez por todas, medidas en el ámbito social, educativo, comunitario desde el que puedan operarse acciones adecuadas para impedir que otros jóvenes puedan ser captados, radicalizados y determinados en este tipo de conductas.

El terrorismo yihadista es un fenómeno criminal multidimensional y poliédrico que requiere de respuestas coherentes a tales características; es decir, tenemos que enfrentarnos al mismo sabiendo que cada dimensión y cada cara de este poliédrico fenómeno nos exige adquirir el conocimiento suficiente para enfrentar adecuadamente el reto que nos plantea. Es evidente que allí donde este terrorismo se expresa bélicamente, tenemos que responder bélicamente; donde este fenómeno se expresa asimétricamente -característica ‘natural’ del terrorismo- tendremos que responder con un arsenal legislativo potente, de tal manera que nuestros servicios de inteligencia y nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado -que deben ser dotados de recursos humanos y tecnológicos conformes al reto que supone esta amenaza- puedan responder al desafío, incluso adelantarse al mismo, de tal manera que podamos evitar, dentro de lo posible, la compleja operativa de este fenómeno criminal y la de los individuos que se vinculan al mismo.

Conviene señalar, por mucho que pueda parecer un argumento manido y que aparentemente, en sí mismo, explica poco de las actividades terroristas, conviene señalar -decía- que este fenómeno criminal es una consecuencia indeseable de la globalización. Es la primera vez que el mundo enfrenta un fenómeno terrorista verdaderamente internacional, porque sus estructuras centrales, las adheridas, franquiciadas, vinculadas o simplemente inspiradas se conforman o están integradas por individuos que, desde los cinco continentes, se han unido al fenómeno y porque éste se proyecta expresamente como una amenaza internacional ya que su teleología, es decir, el gran objetivo final que verbalizan los grandes actores terroristas (Al Qaeda y DAESH) es la creación de un califato global en el que sólo podrían vivir quienes comparten su raquítica manera de entender el mundo, la vida y la propia existencia.

Estamos ante un fenómeno criminal, el ‘terrorismo yihadista’ que es en sí mismo una ideología que se dota de una pátina religiosa con la que pretende, de un lado secuestrar el hecho religioso en el que viven 1.600 millones de personas en el mundo generando una falsa y aparente identidad ‘musulmana’, delimitada por los parámetros de la propia ideología. Este terrorismo yihadista considera que todos los musulmanes han de seguir su bazofia ideológica como si fuese la versión válida y auténtica del propio islam y, desde esa perspectiva conformar una ‘ummah’ (una comunidad). En ese planteamiento totalitario, aquellos musulmanes que rechazan tal ideología deben morir, y ese es un objetivo prioritario, así nos encontramos con que más del 87 por ciento de las víctimas de este fenómeno son musulmanes. De otro lado, autoconformados como una comunidad, como una ‘ummah’, han establecido una guerra internacional orientada, por una parte, a la conquista de territorios y por otra, a acabar con el resto de sociedades -las de Occidente- que ellos califican de infieles a las que acusan de querer acabar con el Islam.

Occidente y los valores que representa se convierten, pues, en uno de los grandes objetivos contra los que actuar y de hecho, cuando eliminamos sin dificultad la pátina religiosa del discurso de la narrativa yihadista se observa prima facie que en la misma hay más de antioccidentalismo que de discurso religioso al que, por otra parte, tan sólo recurren para tratar de dotarse de una especie de ‘dignidad’ que sirva de reclamo para -entre otras cosas- lograr captar individuos -en esas sociedades occidentales también y prioritariamente- ofreciéndoles una identidad en la que reconocerse. En esta identidad, en el reconocimiento que el terrorismo yihadista ofrece a los sujetos a los que dirige sus mensajes, construidos y distribuidos con una gran eficacia de forma segmentada para llegar a más individuos, podemos encontrar algunas respuestas a las cuestiones que nos planteamos tras cada ataque en las plazas y calles de las ciudades de nuestros países.

La identidad, la identificación y afecto con el entorno familiar y social de los individuos implicados en los atentados terroristas, que se han producido en Europa en los dos últimos años, son aspectos sobre los que tenemos que reflexionar porque del análisis de estas cuestiones podemos sacar conclusiones útiles.

Es evidente que los conflictos en Siria e Irak, protagonizados por DAESH y Al Qaeda, se conforman como un elemento catalizador del repunte de la actividad terrorista en Europa; al tiempo que aparentemente se debilita la actividad de estos actores en aquellos escenarios bélicos (aunque muestran fortalezas desconcertantes a las que no son ajenas apoyos sociales significativos en determinados espacios) el fenómeno terrorista necesita hacerse presente en la realidad de aquellos países que integran la coalición internacional que, con sus ataques y actividad antiterrorista son los causantes de la sangría que están sufriendo las filas del ‘califato’ liderado por Abu Bakr al Bagdadi, tal y como reconocen en sus comunicados los propios terroristas. Estas circunstancias forman parte de los conceptos que la ideología yihadista combina con elementos endógenos en nuestros países que coadyuvan a la propagación y consolidación de esta ideología criminal que dirige su acción proselitista entre una mínima cantidad de musulmanes de Francia, Bélgica, España, Italia, Holanda o Alemania que, mayoritariamente -es sólo una cuestión estadística- son de origen magrebí.

Cuando digo que hay determinados elementos o factores endógenos en nuestras realidades sociales que coadyuvan a los intereses del propio terrorismo yihadista no estoy diciendo -evidentemente- que exista voluntad o deseo de que, esto sea así sino que la realidad de nuestras sociedades han generado umbrales o espacios en los que el terrorismo yihadista opera con eficacia para beneficiar su criminal espectro teleológico. Estos factores aparecen unidos al sentimiento de exclusión que algunos jóvenes musulmanes experimentan, por más que aparentemente puedan vivir ‘integrados’ en nuestros pueblos y ciudades. El término ‘integración’ apenas significa algo más que una conducta aparentemente normalizada de estudio, trabajo, deporte como si, por el simple hecho de llevar así una vida ‘normal’, los individuos no pudieran experimentar sentimientos de exclusión en relación con su entorno o realidad social sean por causas propias de la realidad del sujeto o inducidas por elementos externos a la realidad inmediata de estos sujetos.

¿Qué puede causar ese sentimiento de exclusión? La ausencia de perspectivas sociales seguras, la inexistencia de políticas de gestión eficiente de las cuestiones identitarias, culturales o religiosas; el auge o instensificación de manifestaciones racistas o xenófobas, el sentimiento de estigmatización o criminalización del ser musulmán que se experimenta se sea o no practicante de tal fe; el fracaso escolar y el paro en determinados entornos que desvían a ciertos individuos al mundo del crimen o la delincuencia que terminan con éstos en prisión, siendo el entorno penitenciario el lugar en el que se han inducido procesos de radicalización y/o captación por parte de individuos que en ese espacio despliegan con eficacia todo tipo de actividades proselitistas. Estos pueden ser alguno de esos elementos que antes citaba como coadyuvantes de los intereses del terrorismo yihadista que, ante las vulnerabilidades que manifiestan determinados individuos, ayudan a que los dinamizadores radicales se muestren eficientes a la hora de objetivar, en los más vulnerables, sentimientos de victimización respecto de un entorno al que objetivan como hostil y determinado contra ellos por el simple hecho de ser musulmanes. Estos individuos, ya sea en un proceso endógeno o producido exógenamente experimentan una crisis de identidad y encuentran un entorno que les reconoce en espacios o comunidades que son controlados -de una u otra forma- por movimientos islamistas radicales que en no pocas ocasiones se revisten de discursos moderados sólo por pura táctica de supervivencia, para no ser perturbados por las autoridades, mientras adoctrinan en un islam excluyente, conducta que podemos atribuir a sujetos integrados en movimientos como los Hermanos Musulmanes y alguna de sus franquicias vinculadas, grupos como el denominado Partido de la Liberación Islámica o movimientos como el de Justicia y Espiritualidad que, a lo largo de los años se han mostrado como verdaderas incubadoras de individuos extremistas. No son pocos los sujetos que han pasado por este tipo de grupos y han terminado por incorporarse a lo que identificamos como la corriente del ‘salafismo violento o yihadista’. Una ideología o corriente de pensamiento islamista (que nó islámico) que imputa al Occidente judeo-cristiano, ni más ni menos, que la responsabilidad de lo que ellos describen como la ‘decadencia del mundo musulman’.

Este discurso es homologable al que mantenía Sayyid Qtub en el Egipto de los años 50 quien inspiraría algunos de los grupos más violentos y el surgimiento extraño -ya que no era propio del mundo sunnita- del takfir, es decir, la corriente o movimiento que se otorga la capacidad de declarar la apostasía sobre otros musulmanes que no admitan sus tesis y, hecha esa declaración de apostasía sobre un individuo, grupo o incluso sociedad poder atacarlos recurriendo incluso a conductas basadas en el engaño, en la conducta del disimulo, de la ‘Takya’ para poder ejecutar su ‘yihad violento’ su ‘yihad ofensivo’. Desde esta perspectiva radical se alimenta por parte de estos grupos, en Europa, pero también en países arabo-musulmanes, un odio visceral contra todo lo que no se someta a esta visión excluyente del Islam que se expresa violentamente y que, de forma muy evidente, se ha venido manifestando en la intensificación de la actividad terrorista tanto de Al Qaeda como del DAESH -a veces de forma coordinada- desde enero de 2015 hasta los atentados perpetrados en Cataluña el pasado día 17 de Agosto en suelo europeo, al tiempo que ha desplegado su violencia más cruel en diferentes escenarios. Pensemos que más del 80 por ciento de los atentados de este fenómeno terrorista se han producido en los últimos años en Irak, Siria, Afganistán y Nigeria por más que sólo nos estremezcan y conmocionen aquellos ataques que se han producido en nuestro entorno.

Nuestros yihadistas

En los ataques de París a lo largo del año 2015, con especial importancia los perpetrados en enero y noviembre; o en los perpetrados en Bruselas en marzo de 2016; en Berlín, en diciembre de ese mismo año; en Manchester, en marzo de 2017 y ahora en Barcelona y Cambrils en el mes de agosto hay un denominador común entre los jóvenes que cometieron los diferentes ataques, sus orígenes familiares se encuentran en el Magreb (Marruecos, Argelia, Túnez y Libia), aunque en realidad los propios jóvenes tenían unos muy escasos anclajes afectivos en los países de sus familias, donde viven los abuelos en la mayoría de los casos. Los propios jóvenes apenas conocen esos países de origen ya que o bien han nacido en los diferentes países europeos en los que cometieron los atentados, o llegaron a los mismos teniendo apenas unos meses o en la más tierna infancia, hasta el extremo de que algunos de ellos ni siquiera tienen la nacionalidad de los padres, sino la de los países en los que han crecido.

Fijémonos en un ejemplo claro de cuáles son las verdaderas raíces de estos individuos y concluiremos que, en muchos de ellos, la identidad de los mismos se caracteriza por la desidentificación, si se me permite la expresión.

Los autores de la matanza de ‘Charlie Hebdo’ (enero de 2015) fue perpetrada por los hermanos Chérif y Said Kouachi, de 32 y 34 años, nacidos en París. Sus padres eran originarios de Argelia. Su padre los abandonó y su madre, siendo ellos unos adolescentes se suicidó. Los dos hermanos fueron criados por los servicios sociales en el centro de Francia entre los años 1994 y 2000. Conocemos que durante su estancia en los centros de protección de menores ambos eran unos verdaderos aliados, conducta propia de los hermanos que viven la experiencia de quedar huérfanos o abandonados y se crían en un centro de protección. De las declaraciones de quienes convivieron con ellos, compañeros y educadores, sabemos que eran chicos que no manifestaron ninguna conducta radical, ningún pensamiento hostil contra el entorno social diferente a las que pudieran manifestar otros chicos de su edad en un ambiente similar. Fue después del año 2000, cuando dejaron de estar bajo la protección del sistema, cuando se produjo la transformación de estos jóvenes. Cherif y Said nacieron en París, pero París, para ellos, nunca fue la ‘Ciudad de las Luces’; París, para ellos, no era la ciudad de los Campos Elyseos. Ser franceses, nacidos y nacionales de un gran país como Francia no significaba nada, porque para ellos su realidad era la de la ‘banlieu’.

La agencia de noticias France-Presse contaba que estos hermanos se integraron en un grupo de jóvenes musulmanes franceses adoctrinados en los años 2000 en París. “Chérif, el menor de ellos, fue condenado en 2008 a tres años de cárcel, tras ser detenido cuando iba a viajar a Irak, señalaba el cable de la agencia. Said, el mayor, estuvo en 2011 en Yemen, donde recibió entrenamiento militar, según fuentes estadounidenses. Ambos estuvieron vinculados a la llamada red de Buttes-Chaumont -nombre de un parque del norte de París donde los integrantes hacían ejercicios físicos-, que reclutaba combatientes para hacer la yihad ("Guerra Santa") en Irak. Tras desbaratar la red, la policía describió a Chérif Kouachi como un joven que odiaba a los "infieles" y que tenía intención de actuar en Francia. En cambio, sus vecinos de Gennevilliers, al noroeste de París, donde vivía con su esposa integralmente velada, describían un hombre "servicial" y "cortés". En la mezquita de la ciudad, donde Chérif oraba algunos viernes, el responsable, Mohammed Benali, afirma que no mostraba ‘ningún signo de radicalización’. Sin embargo -continúa el relato periodístico- recuerda que antes de las elecciones presidenciales de 2012, había manifestado su disgusto cuando el imán solicitó a los fieles que concurrieran a votar. Los dos hermanos estuvieron bajo el cuidado de los servicios sociales entre 1994 y 2000 en un centro educativo del centro de Francia. El jefe del servicio educativo del centro, Patrick Fournier, los describió como ‘perfectamente integrados’ y sin ‘problemas de conducta’”.

Una investigación sobre el recorrido vital de los hermanos Kouachi nos muestra que ambos contactaron con el entorno de un joven ‘emir’ (así lo llamaban) conocido como Farid Benyettou, quienes lo adoctrinó en domicilios privados o mezquitas de Stalingrad, un barrio popular del noreste de París. Este contacto se produjo, por parte de Cherif en el año 2003, el joven experimentó un progresivo proceso de ‘conversión’ que le llevó a abandonar la marihuana, a respetar los ritos y preceptos religiosos. Pero ese adoctrinamiento que, aparentemente tuvo consecuencias positivas en la conducta del individuo, era el escenario en el que se realizó su proceso de radicalización y de captación, pues rápidamente se introdujeron argumentos como la guerra de Irak -recién comenzada en ese momento- Benyettou apoyaba la yihad en Irak, un tema que trató en particular con Chérif, a quien le decía que el islam considera ‘legítimo’ los atentados suicidas. Retomamos la información de la AFP para citar al propio terrorista cuando contaba qué experimentaba en ese proceso, se lo decía a los investigadores cuando lo detuvieron en 2005 (dos años después de iniciarse el proceso de radicalización y captación) cuando se disponía a viajar a Irak para incorporarse a Al Qaeda en este país (curiosamente el grupo que después se transformaría en DAESH). Cherif dijo a los investigadores "Cuando Benyettou me hablaba tenía la impresión de que en cierta manera me decía: '¿ves? Las pruebas están delante tuyo'. Cuando él hablaba, tenía la impresión de que la verdad estaba ahí, delante de mí”.

Chérif, en ese momento, negó que tuviera intención de atacar en Francia y no fue procesado. Sin embargo, Benyettou que también fue arrestado, lo describió como "muy impulsivo y muy agresivo", y afirmó que Chérif Kouachi le habría hablado "de su intención de atacar a la comunidad judía en París antes de irse para participar en la yihad". Algo que a la postre no realizó en enero de 2015, pero en cambio, de forma coordinada en aquellos días sí lo hizo Amedy Coulibaly cuando atacó el supermercado Kosher en el centro de la capital francesa; siendo esta cadena de atentados la primera vez que vimos la colaboración entre individuos de Al Qaeda y Daesh en suelo europeo, ya que éste segundo terrorista (Coulibaly) actuó en nombre del autodenominado ‘Estado Islámico’ de Abu Bakr al Bagdadi.

En 2004 Chérif puso de manifiesto sus deseos de viajar a Irak para convertirse en un muyahidín y Benyettou le ordenó que se uniera a la rama irakí de Al Qaeda, dirigida en ese momento por Abu Musab al Zarkaui, uno de los líderes terroristas más crueles de los que haya conocido este espectro criminal. En sus conversaciones, Benyettou -según declaró el propio Chérif- "hablaba de setenta vírgenes y de una gran casa en el Paraíso" y de "estrellar contra una base estadounidense un camión cargado de explosivos", es decir promesas basadas en la manipulación de los textos religiosos utilizados como estímulo para acabar induciendo en el sujeto la realización de acciones que le harían merecedor de tales ‘gozos espirituales’. Todo el arsenal propagandístico que el escenario de la guerra de Irak generó para el fenómeno fue utilizado, y aún hoy es utilizado, para intensificar el odio hacia Occidente y estimular la necesidad de venganza, por más que la realidad inmediata del individuo nada tenga que ver con las imágenes y el relato que le es mostrado; su vinculación a aquello que sucede en Irak o en otros territorios deviene de la identificación de él mismo como víctima del Occidente en el que vive y que le ha condenado al ostracismo, un Occidente que le habría condenado a vivir como un paria por el hecho de ser musulmán, de que esa es su identidad, la misma de aquellos hermanos que sufren a Occidente en guerras como la de Irak. Según contaba el propio Chérif el uso de las imágenes que todo el mundo conoció de las torturas a los detenidos en la prisión de Abu Graib era una constante en los encuentros.

En 2005 Cherif fue detenido justo antes de que materializara sus deseos de incorporarse a Al Qaeda en Irak haciendo escala en Siria como paso previo. Tras su arresto estuvo tres años en prisión, hasta 2008, fecha en la que fue juzgado y condenado a tres años, por lo que se le puso en libertad pues ya había cumplido la pena durante su prisión provisional. Pero en estos tres años en la cárcel, el joven se vinculó a uno de los que podemos considerar referentes del islamismo radical de nuestro país vecino, Djamal Beghal quien definitivamente influyó en la conducta y convicciones de Cherif. Cherif fue el elemento dinamizador que vinculó a la ideología yihadista a su hermano Said, ambos recibieron después entrenamiento en Francia y, por lo visto, también en el extranjero.

Así observamos que este joven pasó de afeitarse la cabeza y ser un rapero con aspiraciones, tal y como hemos visto en vídeos del año 2004 -apenas empezado su proceso de captación- a convertirse en un terrorista con la voluntad y determinación criminal más abyecta; un chico que pasó de estar ‘perfectamente integrado y sin problemas de conducta’ a convertirse en unos de los tres terroristas que alteraron la vida de Francia y Europa durante mucho tiempo ya que desde sus acciones aquel 7 de enero de 2015, nuestro país vecino se encuentra en máxima alerta antiterrorista y en ‘Estado de Emergencia’.

Procesos de radicalización más o menos similares ya habíamos conocido antes en Francia basta recordar el caso de otro joven francés, de origen argelino, como Mohamed Merah que acabó con la vida de varios niños judíos en la puerta de su colegio y de soldados franceses musulmanes en Tolouse y Mantouban; pero lo hemos visto también en los terroristas que han atentado cada mes y medio en suelo europeo desde hace dos años y medio. En cuanto a los atentados de París (13 de noviembre de 2015) cabe señalar que los individuos implicados eran jóvenes belgas y franceses que habían vivido y crecido en estos dos países. El suicida Ismail Omar Mostafai (alias Abu Rayane) era de nacionalidad francesa, de ascendencia argelina; Samy Amimour (alias Abu Qital), Fouad Mohamed Aggad (alias Fouad al Faransi) eran de origen marroquí, pero sin ningún vínculo con este país. En el caso de los atentados del día 22 de marzo de 2016 en Bruselas nos encontramos con situaciones parecidas, es decir jóvenes belgas, de origen marroquí, pero sin ningún vínculo con su país de origen, como en el caso de los suicidas Najim Laachraoui, Mohamed Abrini, Khalid el Bakroui y Brahim el Brakorui.

Los atentados en Cataluña fueron cometidos por una célula yihadista compuesta por, al menos, 12 individuos de origen marroquí y un español, nacido en Melilla, con escasos anclajes afectivos con el país de origen y cuyas edades oscilaban entre los 17 y los 28 años, residentes de forma permanente en España donde crecieron, algunos desde los primeros meses de vida tras emigrar sus padres de Marruecos a nuestro España. El cabecilla ideológico de la célula, y que se hizo pasar durante años como imam, Abdelbaki Essatty (de 44 años) tenían antecedentes penales por tráfico de drogas y tráfico de personas y ya apareció vinculado tangencialmente en diferentes investigaciones por asuntos relacionados con el terrorismo yihadista.

Ni que decir tiene que demonizar el país de origen de los terroristas tan sólo puede ser resultado de un análisis realizado desde premisas falaces ya que la realidad de estos jóvenes terroristas es que muchos han nacido aquí, se han criado aquí, no conocen el país de origen de sus padres y como individuos determinados en esta ideología, integrados incluso en estos grupos terroristas, respecto de Marruecos sentirán el mismo odio que pueden sentir contra España pues, tal y como señalara en su día el actual líder de Al Qaeda, Al Zawahiri, Marruecos es para ellos un país de apostatas y la orden general enviada a gtodos sus muyahidines en la zona es que “se conviertan en una espina clavada en la garganta de su régimen” (mirada de odio y rechazo en la que coinciden con movimientos como el de Justicia y Espiritualidad que, por cierto, en España cuenta con algunos de sus más fervientes defensores y dinamizadores por más que en un comportamiento táctico de engaño y disimulo lo nieguen mil veces).

En definitiva, estos jóvenes, si España y Europa quieren abordar políticas que puedan llevarnos a un cierto éxito en la necesaria lucha que debemos establecer, también desde la sociedad civil, contra este fenómeno, estos jóvenes -insisto- deben ser reconocidos como lo que realmente son, ciudadanos europeos. Algún periodista o medio de comunicación, incluso algún analista del fenómeno, por motivos espúreos unos y otros por error en la fundamentación del análisis pueden trasladar la idea engañosa de que Marruecos es un exportador de terroristas que actúan en Europa, como si hubiere una predisposición genética a la violencia por parte de los marroquíes y así extender la xenofobia sobre el resto de la comunidad marroquí en nuestro país. Esta reacción puede ser muy efectista y apelar a seguidores primarios que en modo alguno ayudarán a hacer de nuestras sociedades más cohesionadas y seguras. El análisis honesto debe conducirnos -en mi opinión- a abordar con honestidad la radicalización de los jóvenes como consecuencia del fracaso de las políticas de integración agravado todo ello con problemas de identidad en las segundas generaciones, las frustraciones socioeconómicas, el sentimiento de exclusión y rechazo, etc que son factores que hacen que el ‘terrorismo yihadista’ se ofrezca como algo atractivo que se ofrece como -en sí mismo- un hecho aparentemente religioso más importante que los propios sujetos que son invitados a incorporarse al mismo mediante su reconocimiento, ofreciéndoles una identidad desde la que ser útiles a sí mismos y a otros que como ellos han sido condenados al ostracismo en su propio país o en otros lugares lejanos.

Sin lugar a dudas, la amenaza que suponen estos jóvenes terroristas europeos de origen magrebí, sitúa a Europa ante un nuevo paradigma de terrorismo en masa, inspirado por el DAESH que se ha convertido en un extraordinario reto para los servicios de seguridad europeos en general y españoles en particular; pero es que también se ha convertido en un reto para las fuerzas de seguridad de los países de origen pues el conocimiento de las fechorías de estos terroristas, en el entorno en el que nacieron, también puede suponer un estímulo atractivo para la generación de nuevos terroristas. Por todo ello hay que insistir en subrayar la dinámica excelente de la cooperación antiterrorista entre los reinos de España y Marruecos, como lo es entre el país norteafricano con el resto de los países de la UE, que ha hecho posible la detención de cientos de terroristas; así como abortar multitud de planes de ataques por parte de células yihadistas dispuestas a sembrar la muerte y la destrucción.