Opinión

La autonomía del Ulster

Javier Fernández Arribas

Pie de foto: Imagen de Tony Blair con Martin McGuinness e Ian Paisley.

Por cuarta vez desde que se firmaron los Acuerdos de Viernes Santo, en Stormont, en 1998, el Gobierno británico del laborista Tony Blair ha decidido suspender la autonomía de Irlanda del Norte para superar una crisis política. Es la Asamblea del Ulster, y no los acuerdos, lo que ha quedado en suspenso para darle aire a un proceso de paz asfixiado por la desconfianza mutua entre católicos y protestantes…  releo la crónica de Walter Openheimer en el diario El País del 15 de octubre de 2002. Londres volvía a hacerse cargo de la autoridad de una provincia como el Ulster, que ha sido uno de las más conflictivas en Europa durante muchos años con 3.254 muertos.

Las anteriores suspensiones fueron técnicas y duraron poco tiempo. La del 2002 duró cuatro años hasta la firma de nuevos acuerdos entre personajes tan irreconciliables como Ian Paisley, Martin McGuinness y Gerry Adams. Solo hace 15 años… Hace pocos meses, una nueva crisis por falta de acuerdo para formar gobierno estuvo a punto de llevar a una nueva suspensión. La tensión política es inherente a la problemática de una convivencia difícil por la sangre derramada, los odios y venganzas superados y por la cesión imprescindible por cada parte para lograr una convivencia estable.

Cuando algunos vivimos la experiencia del Ulster, éramos conscientes de las grandes diferencias que existían con la situación en el País Vasco y nos resistíamos a caer en la trampa de los terroristas de ETA y sus acólitos de establecer comparaciones. Lo único en común era el dolor y la sinrazón de las acciones terroristas que sólo provocaban más odio y más ánimo de venganza. Por supuesto que la situación en Cataluña tampoco tiene punto de comparación con lo que ocurría en Irlanda del Norte porque la transición de la democracia española, basada en el consenso que propició la Constitución del 78 y los posteriores estatutos de autonomía se hizo en paz, con generosidad y con un escrupuloso cumplimiento de la Ley como base fundamental de la convivencia.

El recuerdo de la suspensión de la autonomía del Ulster, por parte de un líder laborista, viene a cuento para reforzar la responsabilidad y legitimidad de los dirigentes políticos de tomar decisiones para preservar el interés general y el cumplimiento de la Ley. Con los recursos suficientes y bien desplegados, con el respaldo judicial para preservar el estado de derecho y el mayor consenso político posible, hay decisiones que algunos sediciosos hacen inevitables.