La degradación de la democracia

F. Javier Blasco Robledo. Coronel (r)

El término y concepto Democracia tiene su origen en el griego a base de combinar dos vocablos, demos (que se traduce como “pueblo”) y kratós (que puede entenderse como “poder” y/o “gobierno”). Concepto y fundamento que comenzó a ser empleada en el siglo V antes de Cristo en la ya entonces muy avanzada Atenas.

En la actualidad, se entiende y define cómo democracia al sistema político y de gobierno, muy extendido en la sociedad, que permite organizarse a un conjunto de individuos para el desarrollo de una actividad, fundamentalmente política, donde el poder de decisión no radica en una sola persona; sino que recae y es responsabilidad de todos los ciudadanos que conforman dicha sociedad. Así, en función de sus normas o directrices, todas las decisiones del grupo se toman como resultado de la opinión de la mayoría eligiendo, normalmente, entre varias alternativas.

En la práctica, la democracia constituye una modalidad de gobierno y de organización de un Estado. Sistema mediante el cual, y gracias a determinados mecanismos de participación y votación directa o indirecta, el pueblo selecciona a sus representantes para que sean estos los que les gobiernen según los apoyos obtenidos. Se debe entender que es precisamente gracias a la democracia por lo que se alcanza un estatus político y social donde bajo la misma Ley, oficialmente igualitaria para todos, los ciudadanos gozan del mismo grado de libertad, poseen los mismos derechos u obligaciones, y sus relaciones económicas y sociales se establece para dicha sociedad en función de acuerdos y mecanismos contractuales de obligado cumplimiento por todos ellos.

Un avance político y social más de los muchos que les debemos a aquellas generaciones de prestigiosos pensadores que desde la perspectiva de la Lógica, la Filosofía, el Pensamiento Crítico definieron una Política con tendencia igualitaria y, por ello, contraria o enemiga a los modelos basados en poderes autoritarios, abusos o hereditarios y que gracias a su aplicación se llevó a la humanidad hasta cotas de grandeza y mucho esplendor mientras que su primigenia idea no se degradó.

Es bien sabido que, a lo largo de la historia de la humanidad y la evolución de la propia perversidad del hombre, hemos conocido otros movimientos muy distintos y dispares entre si y, sobre todo, contrarios acérrimos a la democracia, precisamente por entender que este movimiento o identidad igualitaria en su idea original, pretende defenestrar las diferencias entre los hombres por cualquier razón imaginable en todos los campos humanos, naturales, políticos, sociales, religiosos e identitarios.

La democracia, como cualquier movimiento político, también tiene su propia evolución, degeneración o desviaciones hacia diferentes matices o nuevas formas de entender las cosas y en el mayor o menor grado de otorgar o quitar aquellos poderes entregados en su día al pueblo, por entender que era en él donde deberían residir estos o en su mayor o menor grado de su transferencia a los representantes o gobiernos que aquellos elijan. Así, desde la mencionada aparición de la democracia en el mundo de la política se han conocido diversos tipos de ella, de los que son seis los más conocidos hasta la fecha

De esta misma clasificación y al tratar de profundizar en las diversas definiciones, vemos que no todas son tan ideales y completas. Hasta algunas, representan un cierto peligro real para el desarrollo de la vida y la convivencia de los ciudadanos bajo dicho tipo de gobierno. Destacan dos francamente peligrosas; las referidas en quinto y sexto lugar, las democracias conocidas como Parciales y las Populares.  

Es fácil entender que se pudieron haber alcanzado como resultado de cambios o degeneraciones legislativas permitidas a su vez por los gobernados o incrustadas a la fuerza por los gobiernos de turno sin un verdadero consenso popular. También puede que sean el resultado de una paulatina pérdida de interés de estos en la exigencia sobre la pulcritud y rectitud  política de sus dirigentes, en la aplicación de las leyes y normas por las que se rigen o porque mucha gente termina entendiendo que la democracia consiste solamente en aparecer ante una urna de vez en cuando –generalmente cada cuatro o seis años- para depositar su voto y dejar que aquellos que salgan elegidos, sean los que hagan y deshagan a plena voluntad sin el ejercicio y concurso del resto de los ciudadanos quienes por principio, tienen el deber y el derecho a participar.

En el campo de las degradaciones, transformaciones y mutaciones se debe advertir que también el propio votante tampoco se priva de su transformación. Un personaje que ha evolucionado y mucho para mal. En los países serios, con tradición democrática asentada o con no muchos años de experiencia en tal campo, los ciudadanos se solían interesar mucho por la evolución de los acontecimientos, las ideas, cambios en políticas y actividades de sus líderes y gustaban de tomar parte en los mítines, reuniones, evaluaciones y en la divulgación más o menos acalorada de los programas políticos de sus respectivos partidos. Se hablaba de la política y los políticos en las tertulias entre amigos, en casa y en cualquier lugar. Hoy ya nadie quiere hablar de estos temas ni en familia y mucho menos, en profundidad.

Colaborar espontáneamente con aquellos elegidos a ser sus dirigentes, mentores o asesores era una tarea cotidiana, ilusionante y en la que la mayor parte de la gente, cada uno dentro de sus capacidades y posibilidades reales, tomaba un papel activo, dinámico y hasta emocionante.

Pero, el paso del tiempo, ciertas malas artes, la aparición en masa de las redes sociales, las falsas noticias, las falacias y la posverdad han hecho que ya todo sea mucho menos interesante. Ya no hace falta un gentío impresionante para acudir a los mítines -cada vez menos en número y más selectivos y cortos en asistencia-; todo nos llega a casa, al móvil o al ordenador sin que tengamos que mover un pelo. Hasta nos mandan a domicilio cartas impresas o nos llaman a cualquier hora por teléfono con mensajes pregrabados por líderes de fuerzas con los que no tenemos relación ni identidad (En una semana he recibido en casa dos llamadas de un tal Iñigo Errejón al que no tengo el gusto de conocer y del que estoy seguro que, trascurrido este periodo electoral no me volverá a llamar más).

Los programas de todos los partidos están llenos de mentiras. Hasta ya se dice que en el argot popular aquello de “mientes más, que un programa electoral” o “los programas están para no cumplirse” o la última revelación “eso lo decía fulanito antes de ser presidente”.

Sabemos que nos mienten, lo hacen a sabiendas y hasta la saciedad; no cumplen sus promesas; mayoritariamente desconocemos el contenido de los programas porque además, nos importa un higo lo que en ellos se diga; confiamos en su contenido, a sabiendas que es falso y dirigido para no ser cumplido en una alta proporción; seguimos y apoyamos las campañas en redes, peligrosas y dirigidas tertulias y en empesebrados o comprados medios de comunicación, manejados por expertos de la mentira, la exageración o el agitprop (agitación y propaganda) y, por último, aunque no menos importante, nos cerramos a escuchar y detestamos las propuestas del contrario sin titubear.  

Los grandes discursos y debates electorales han desaparecido, no por carecer de idoneidad o necesidad, sino porque los políticos les tienen miedo o no se saben comportar en el juego liso, llano y estrictamente parlamentario del contenido de sus programas. Los que no esquivan sólo son usados para ofender o faltar a la verdad.  El empleo generalizado del tweet y la noticia corta, generalmente falsa, ha sustituido a los grandes mensajes o entrevistas, porque, además, las pocas que hay, carecen de toda imparcialidad, empezando por parte del entrevistador.

Los extraños compañeros de cama, por muy extraños y poco naturales que sean, ya no repelen a nadie; todo sea por el amor a la moqueta, el aparentar, el lujo superfluo o el malgastar creyéndose un rey mago para los demás.  Nadie se extraña ya de los abusos claros y manifiestos, corrupciones grandes y pequeñas, regalías, mamandurrias y enchufes repartidos a troche y moche ni de las promesas falsas, incumplidas o aplazadas a eternidad. Todo se perdona, nada se exige ni se guarda para pedir la menor responsabilidad. De nada vale que indicadores, entidades y bragados agentes nos avisen de una debacle por el mal camino decido y encarrilado hacia una completa fatalidad.

Ahora se lleva más, el pasar de puntillas, no contar una sola verdad durante toda la campaña electoral ni desvelar en que va a consistir su mandato, para así no tener, más tarde, que rectificar. No “meter la pata” es el verdadero lema de algunos listillos partidos para las próximas elecciones, no vaya a ser que la parroquia se pueda cabrear. Porque de los llamados “Lemas de campaña”, ya mejor no hablar, son tan poco originales, que hasta los copian de otros ya usados con mayor o menor éxito, aunque hayan sido muchas veces empleados en otras situaciones y temas de gran diversidad. Hoy se dice que, hasta hablar mal de ellos, es una forma de hacer propaganda.

Todo ello, hace que el votante –aunque se coloque muchas veces tras una pancarta o se le llene  la boca con la palabra democracia- se haya convertido en un triste, paciente y silencioso borrego, en alguien que traga con todo, que asiste al colegio electoral, introduce el voto de su partido y con las mismas -tras limpiarse el polvo de las manos- se va para su casa o a tomar unas cañas por aquello de que hay algo que celebrar.

Entiende que ese es su único papel, que ya no tiene nada más que hacer; no exige, no rechista ni ejerce sus derechos a opinar o protestar cuando vea que las cosas no son como a ellos les gustaría que fueran e incluso, en su interior más profundo crean que van mal o muy mal. Con esta postura nos vamos pareciendo más aun grupo de auténticos fanáticos que a ciudadanos normales y con capacidad de pensar.  

Como bien dice Ignacio Camacho, hoy en día, “se vota por desahogo, por ira, por impacto, por corazonada, por arrebato, y en ese clima de exaltación pasional sacan ventaja los demagogos que predican un populismo sin intermediarios”.

Repito; con cumplir calladamente, con soltar el voto con los dedos en la nariz o tapándonos la boca en el único momento al que hemos reducido el concepto de democracia es más que suficiente para que muchos se sientan orgullosos de su labor y de haber cumplido con el deber de ciudadano. Este triste cuento acaba con un simple adiós y a vivir que son dos días; hasta dentro de otros tantos años o hasta cuando la situación estalle por ser mala e inaguantable y todo se haya ido al guano.              

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