La inmigración no es un problema europeo; es el problema

Álvaro Frutos Rosado/diarioabierto.es

Tal vez “el Aquarius sea una de imagen, pero no para los 629 seres humanos que al desembarcar tienen un halo de esperanza en sus vidas. La política hace tiempo que se construye con imágenes y gestos, ¡malo es cuando sólo es eso! Cuando con ello se marca una línea política y aviva un debate necesario en busca de soluciones es otra dimensión.

El fenómeno migratorio es, sin duda, el mayor problema que tiene Europa en estos momentos y realimenta a todos los demás. La fractura política que recorre el viejo continente mucho tiene que ver con ello. No tiene solución fácil y si las hay, serán a muy largo plazo. Pero reconocer que está afectando a la convivencia europea y que hay que encontrar el camino definitivo y no poner solo parches es importante.

Una de las causas principales de la crisis de la socialdemocracia está en no haber sabido dar un acertado explicativo a la emigración política y económica de las últimas décadas y no haber arbitrado medidas estructurales que lo afrenten en raíz. La llegada masiva de “expatriados forzados” ha tenido una clara consecuencia en el electorado socialdemócrata. Los migrantes han pasado a ser consumidores de los servicios públicos y beneficios del estado del bienestar que había sido una conquista de las clases sociales más desprotegidas y de las clases medias urbanas. Los ciudadanos consideran mermada la funcionalidad de lo público y su crecimiento por nuevos usuarios. Consideran injusto haber tenido que compartir, en igualdad con ellos, los recortes provocados por la crisis económica.

Se ha culpabilizado a los inmigrantes de la escasez del empleo y de la precariedad salarial (siempre hay un emigrante dispuesto a ocupar el puesto de trabajo con menor salario). La socialdemocracia ha mantenido, como no podía ser de otra manera, el carácter humanitario de la acogida de aquellos que huían de la violencia y el hambre. No han reparado que este fenómeno, cada vez más masivo, venía a cambiar la configuración del modelo de bienestar y con ello su percepción política.  En toda Europa el mapa electoral ha ido mudando su voto desde posiciones de izquierda a discursos con un alto componente xenófobo que ha dado lugar al crecimiento electoral de los partidos populistas de extrema derecha. La actitud humanitaria debería haber sido compaginada con políticas más contundentes para evitar las causas.

A la derecha europea la inmigración también le ha provocado un grave problema en su electorado: Reino Unido, Francia, Alemania, Austria, Italia, Holanda… por no hablar de los países del Este europeo. El ideal demócrata cristiano y liberal ha visto tambalear sus cimientos ideológicos, la realidad les ha superado al cifrar sus soluciones en poner barreras físicas, expulsión y aportaciones económicas a países limítrofes para situar la frontera más allá del territorio europeo. El crecimiento del nacionalismo va ganando peso elección a elección y ocupando, poco a poco, posiciones de gobierno que serán jadeadas por un electorado que responde a emociones y no a planteamientos racionales.

No podemos engañarnos más, ni dejarnos engañar. Los flujos migratorios masivos son parte de la historia de la humanidad, pero ahora, tras ellos, se esconde una grave cuestión de seguridad pública internacional; el tráfico de personas corre paralelo al de drogas y armas.  Son organizaciones empresariales dedicadas a los crímenes más rentables de esta época.  Ello obliga a una decidida y contundente intervención policial e incluso militar para combatir las redes de mafias. La UE tiene que dejar de actuar de forma timorata con este tema. El Sahel es un polvorín con la llama encendida.

Lo que se ha puesto hasta ahora son parches paliativos. Reforzar FRONTEX o crear campos de internamiento extramuros de la UE quedara desbordado en poco tiempo y además estos campos serán nuevos viveros para las mafias.

La única solución posible es larga en el tiempo, costosa económicamente y llena de incertidumbres políticas, pero es la que puede cambiar la tendencia y racionalizar el problema.  La llamada política de cooperación al desarrollo tiene que ser una en Europa y no errática.  Las actuaciones puntuales son insuficientes, sean apoyos financieros para la construcción de infraestructuras o actuaciones para solventar puntualmente pandemias, escasez de alimentos y agua. Han podido paliar situaciones de urgencia, pero no consolidados territorios seguros en Estados viables en lo político (no corruptos), social y económico.

La primavera árabe no fue un proceso de revolución democrática, sino una revolución del malestar. Un malestar que es aún mayor y más inhumano en África subsahariana. La trashumancia de personas del Sur al Norte ha sido una constante desde hace más de dos décadas y las instituciones europeas no han dado respuesta efectiva, con unión de criterios y políticas, sacrificando intereses europeos y manteniendo una firmeza en la política exterior común.

O se propicia la democratización y desarrollo social y económico de los Estados africanos, muchos de ellos fallidos, y que son origen de los migrantes, o nunca se verá la luz al problema.

Por otro, o se hace un gran esfuerzo de pedagogía política entre la ciudadanía europea, haciendo entender que el efecto llamada es su hambre y miedo y nuestro bienestar a veces desbordado en imágenes de opulencia. Los datos son sencillos, basta con comparar la renta per cápita de Francia, Italia y España, por ejemplo, con la de Nigeria, Ghana y Kenia (países con mayor porcentaje de emigrantes a Europa en la última década). Los estudios aproximativos dicen que desde 2010 más de un millón de subsaharianos han entrado en Europa irregularmente sin contar los procedentes de otros lugares. Otros dos millones y medio han cambiado de un país africano a otro buscando su supervivencia, creando problemas internos de convivencia.

Es fácil comprender que el problema no remite, sino que va creciendo, a la par que los orígenes del mismo.

Hay que dejar de hacer diplomacia con la cooperación al desarrollo para hacer política. Una política contundente y unificada. Reclamando a los europeos los esfuerzos fiscales necesarios para cambiar la realidad social del origen de la inmigración. Actuando con contundencia contra las mafias y con mayor contundencia con los gobiernos de la mayoría de los países africanos que ven en este problema una cuestión de otros y no propia. Otra cosa es poner tiritas donde es necesario aplicar cirugía.

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