Opinión

La Novena Sinfonía en Libertad

Antonio Regalado

La lucha contra el euroescepticismo y la destrucción de la UE debe ser prioritaria para los demócratas. Votar al Parlamento Europeo es votar por nuestro futuro y por la paz.

El domingo 26 de mayo tenemos una triple cita electoral en la mayor parte de España: municipales, autonómicas y europeas. En las pasadas generales los líderes políticos no dedicaron ni un segundo en sus debates televisivos al espacio comunitario. Y en esta ocasión tampoco se hablará de lo que representa la UE tras la tragedia de 1939-1945, un Mundo Nuevo.

Después de más de dos milenios en guerras permanentes, la Comunidad Económica Europea surgió para construir sobre las ruinas colectivas, un nuevo edificio de concordia, solidaridad y paz. Los seis países fundadores del Tratado de Roma comenzaron compartiendo el carbón y el acero para desde las cenizas del odio levantar, ladrillo a ladrillo, una patria común que alberga ya a más de 520 millones de seres humanos.

Principios greco-romanos

La Unión es el proyecto de integración democrática más ambicioso e importante en el mundo. Es la historia de un éxito cimentado sobre varias crisis, la última, la de las guerras balcánicas tras la muerte de Tito. Son éstos, territorios a incorporar a los 27 cuanto antes si es que Gran Bretaña decide seguir su camino a ninguna parte con un Brexit humillante para todos. Y luego, debería ampliarse a Israel, Bielorrusia, Ucrania y por qué no, hasta la Rusia de Vladimir Putin. La Federación Rusa tiene un alma eminentemente europea.

Trecientos setenta millones de ciudadanos con pasaporte color burdeos –el más apreciado en todo el mundo tras el de Estados Unidos- estamos llamados las urnas para elegir directamente a los 751 parlamentarios en la Novena Legislatura. Una Novena Sinfonía democrática para nombrar un nuevo Parlamento que defiende y defenderá, por encima de todo, los Derechos Humanos, la Igualdad, la Solidaridad y el bienestar de todos los ciudadanos.

La democracia griega, el Derecho Romano, y las enseñanzas sociales de la Iglesia Católica –el Sacro Imperio Romano-Germánico- han sido los pilares sobre los que se ha erigido una Institución que ha cambiado y mejorado nuestras vidas y haciendas durante los últimos 33 años. Los 54 europarlamentario españoles, van a defender nuestros intereses en esos palacios de cristal en el corazón de Bruselas y de Estrasburgo. La importancia no es menor: el 80 por 100 de las decisiones que rigen nuestra existencia cotidiana se toman en el Parlamento Europeo.

Tiempo de votar y decidir

Siguiendo una estrategia de comunicación equivocada durante décadas, ni la Eurocámara, ni la Comisión ni el Consejo publicitaron hasta ahora las elecciones temiendo pecar de injerencia en asuntos internos de los países miembros. El propio Junquer lamentaba recientemente no haber sido más beligerante en la defensa contra el Brexit. Por ello, este año, todas las instituciones comunitarias se han volcado en apoyar estos comicios, con un mensaje claro: Esta vez voto.

La baja participación tiene que terminar porque nos jugamos el futuro nuestro y el de nuestros hijos. La abstención es un crimen. Ha llegado el tiempo de votar y de decidir. Como siempre, en libertad.

El euroescepticismo no puede ser una opción porque, dado el nivel de lentitud en la toma de decisiones de los órganos políticos (Parlamento, Comisión y Consejo), y de los equilibrios que se buscan para los consensos, los cambios a nivel continental deben acelerarse debido a la agenda digital. Urge tomar medidas para desbloquear problemas que nos amenazan desde hace décadas y a las que hay que buscar soluciones compartidas: desde el cambio climático, a la inmigración pasando por el déficit digital y el uso de nuevas energías renovables que no paralicen ni la industria ni el campo.

Retos y populismo

Mantener el nivel de calidad de vida de las familias europeas (Empleo, Sanidad, Educación, Paro, Pensiones) no será fácil a partir de 2040 si nuestra tasa de nacimientos no supera el 2% anual. ¿Podemos garantizar el crecimiento permanente sin afectar a la sostenibilidad del sistema económico y social sin romper los paisajes?

¿Estamos dispuestos a admitir que, con la deuda acumulada a día de hoy en muchos casos como los de Grecia, España e Italia por encima del PIB, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos van a vivir peor? Sin unos salarios dignos, sin unos impuestos no confiscatorios y sin unos recursos financieros que no provengan de la generosidad del Banco Central Europeo, nuestro sistema pudiera colapsar. Las propuestas de la derecha y de la izquierda no se diferencian en Europa. Ninguno de los grupos aboga por lo más razonable: reducir el gasto. La cultura de la subvención no puede inundar todas las actividades porque mataremos –de un solo disparo- la iniciativa privada y la sociedad civil.

Los populismos han invadido nuestros países y el Parlamento común no es la excepción. Hace una década, los partidos tradicionales que construyeron la Unión (democristianos, socialdemócratas y liberales) se han visto superados por otros más pequeños que, primero sembraron el euroescepticismo y después han adoptado una posición destructiva respecto al gran proyecto europeo. Nuestro país ha experimentado un calambrazo populista que, sumado al de Unidas Podemos (2014) y los separatismos vasco y catalán complicarán la convivencia en el futuro.

Bastaría con que los tres grandes grupos (Conservadores, Socialdemócratas y Liberales) en la Eurocámara unieran sus votos y sus voces para conformar unas mayorías estables. Pero el resultado nacional después del 28-A (PSOE-PP-Cs) no garantiza tampoco la estabilidad disponiendo de esa inmensa mayoría. La lucha contra el euroescepticismo y la destrucción de la UE debe ser prioritario para los demócratas.

Si a ello añadimos la incertidumbre del Brexit, - el mayor error, quizás el mayor crimen político desde la II Guerra Mundial- con heridas abiertas en canal en Irlanda del Norte y Escocia; las posiciones antiinmigratorias de Polonia, Hungría, Italia y Eslovaquia, las protestas de los chalecos amarillos en Francia, los ataques contra la Constitución y la Monarquía en España y el pulso antieuropeo de Trump y Putin, llegamos a la conclusión de que los retos que tenemos por delante no son pocos ni pequeños. ¿Tenemos preparada alternativa a la nueva ruta de la seda liderada por China? La respuesta es no.

Defensa y Acción Exterior

La globalización ha pillado a la UE con las reformas a medio hacer tras el fracaso del Tratado de Lisboa. La indecisión de Londres pidiendo tiempo muerto en su salida ha complicado todas las soluciones. No solo por ser inéditas sino también porque no se avanza con pasos firmes hacia adelante: ni el terreno de la seguridad común (Defensa) –el presidente norteamericano tiene razón en que la contribución europea a la propia defensa dentro y fuera de la OTAN sea mayor- ni en el otro pilar esencial de una gran potencia económica: las relaciones internacionales. Pero esto tiene un precio mínimo: 13.500 millones de euros para crear el Euroejército.

La prueba más palpable la tenemos en la inacción europea contra el ISIS en Oriente Medio, en la descomposición de Libia, en la actitud desafiante de Irán y, sobre todo, en el ridículo y esperpéntico espectáculo de la comisaria Federica Mogherini después del grave problema de la dictadura venezolana con sus miles de muertos y sus 2,6 millones de desplazados, gracias a la eficaz represión de Maduro y sus amigos cubanos, que siempre ganan en lo económico, en lo político y en la opinión pública.

Proximidad al ciudadano

La fuerza de la moneda común, del pasaporte único y del libre tránsito de personas, servicios, mercancías y capitales no es suficiente para mantener la Unión Europea como gran potencia mundial. Tenemos muchos puntos vulnerables si le aplicamos el sistema DAFO. Pero nuestra fortaleza en los valores y principios, supera con creces las debilidades.

Somos, además un puente con Hispanoamérica y África y tras el tratado con Canadá, ultimamos otro con Argentina, que será el marco de referencia para extender nuestra solidaridad y nuestro comercio a todo Mercosur. Bruselas y Estrasburgo no pueden dar la imagen de vivir de espadas a los ciudadanos. Necesita una política de comunicación más proactiva, menos burocratizada; requiere decisiones más rápidas y una contundencia mayor contra el blanqueo de capitales, la lucha contra las mafias, contra los separatismos y contra regionalismos excluyentes.

Más libres, más iguales

Europa nació bajo un slogan sencillo: Unidad en la diversidad. Aquí se incluyen conceptos como la igualdad y la libertad. Ser más libres y ser más iguales. Esa es la cuestión. Tenemos un Colegio de Comisarios (Comisión) y un Consejo que representa a los Gobiernos de cada uno de los estados miembros, un Tribunal de Justicia de la Unión que ejerce labores jurisdiccionales, un territorio Shengen, un Tribunal de Cuentas que fiscaliza los Presupuestos de los 28 y un BCE, con sede en Munich, que nos ha perdonado siete vidas durante y después de la crisis de 2008 y ha saneado las cajas públicas.

Podemos decir, con orgullo, que desde que se puso la primera piedra del edificio comunitario, en la Ciudad Eterna, la misión fundamental de Europa es la de ofrecer paz, prosperidad y estabilidad a nuestros ciudadanos. Sus políticas liberales y socialdemócratas han superado las divisiones en el continente, han promovido la seguridad y el desarrollo económico y social, han preservado la diversidad de los pueblos, el cuidado del mundo rural y del medio ambiente, el respeto a los DDHH y han permitido escuchar una voz común en la mayor parte de los foros del mundo.

No solo es un orgullo sino un privilegio ser ciudadanos de la Europa de las Libertades. Esta Novena Legislatura será una nueva Sinfonía de Solidaridad que conecte definitivamente a todos los que vivimos en esta vieja tierra con los que quieren incorporarse a ella no como inmigrantes sino como ciudadanos libres con los mismos derechos y obligaciones. Una legislatura que, superado el Brexit –esperamos a los ingleses con los brazos abiertos- puedan abrir las puertas de par en par a los nuevos socios del Este.

En este proyecto ideado por los padres fundadores (Robert SchumanKonrad Adenauer, Jean MonnetWinston ChurchillAlcide de Gaperi, Paul Henriy Spaak, Altiero Spinelli y Walter Halsstein) no sobra nadie. Su impulso rompió la historia anterior con dos siglos de guerras permanentes en el territorio más violento de la historia de la Humanidad. Tenemos un Himno que escribió Shiller y al que puso música Beethoven. Toda una “Oda a la alegría”. Al futuro.

El pasado día 9 celebramos el Día de Europa para recordar que las guerras de raza, de religión y de fanatismo y, -que todas las guerras civiles, en suma-, se han terminado en el Viejo Continente. Solo por estos 74 años de paz, -el mayor periodo de prosperidad en el mundo- merece la pena ir a votar. ¡Por Europa¡ ¡Por ser ciudadano europeo¡ ¡Por la Democracia y por la Libertad¡ ¡Vota al Parlamento Europeo¡ Más España es más Europa.