Opinión

La vorágine libia, crónica de un fracaso occidental

Santiago Mondéjar

Pie de foto: REUTERS/SUHAIB SALEM

El glamour que rodea la leyenda de Lawrence de Arabia no podría contrastar más con la aversión que sigue causando la caótica intervención occidental en Libia, en 2011. Si Dante hubiese concebido un círculo infernal para alojar a los culpables de crear vacíos de poder, se parecería mucho a Trípoli y sus aledaños, región esta que se plagó ipso facto de facciones armadas, con Al-Qaeda y el ISIS campando por sus respetos por todo el país, causando una crisis humanitaria que aún persiste, y cuyos refugiados han resucitado de rebote las miasmas de lo peor de Europa.

Mención aparte merece la OTAN, incapaz de influir decisivamente o con convicción en la zona, y que acabó dando apoyo junto con la ONU a un pasteleo denominado Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN), trufado de elementos vinculados a las milicias radicales, y que controlan parte del sector noroeste de Libia. Con la excepción del suroeste, bajo dominio Tuareg, el resto de Libia quedó bajo el control del Ejército Nacional de Libia (ENL), liderado, 'manu militari', por Khalifa Haftar.  El ENL se distinguió en tiempos recientes por llevar a cabo operaciones más o menos quirúrgicas contra grupos terroristas en el sur de Libia. Este esfuerzo fue coordinado oficialmente con gobiernos extranjeros que se mencionan a menudo como patrocinadores entre bambalinas del ENL. 

El pasado 4 de abril de 2019, Haftar anunció oficialmente el inicio de una ambiciosa operación militar a gran escala sobre Trípoli, acción para la que se supone que cuenta con el plácet de Egipto, los Emiratos Árabes y Francia, y en menor medida, de Nigeria y el Chad, lo que explicaría lo que a todas luces parece como el intento rápido y definitivo de Haftar de hacerse con todo el poder en el país para establecer un nuevo status quo antes  de que tenga lugar la conferencia nacional organizada por la ONU,  que busca la formación de un nuevo gobierno de transición, y que cuenta con el firme respaldo del ejercito oficial libio.

La clave para el triunfo de Haftar está por lo tanto en imponer la lógica y las consecuencias de una guerra relámpago abrumadora, que impida una reacción coherente de otros agentes internacionales que puedan ver confirmadas las suspicacias que les hacían sospechar que la ofensiva de Haftar esconde un intento de los Emiratos Árabes y, sobre todo, de  Francia, de hacerse con el control de facto de la producción de petróleo libio.

A día de hoy, las fuerzas leales a Haftar ya controlan los cuatro puertos petroleros en la zona oriental del país, junto con los principales campos petroleros en esa zona, lo que convierte este sector en el principal corredor de crudo a lo largo del este libio. Pero naturalmente, la explotación de estos recursos requiere unidad de acción nacional, y, sobre todo, precisa del cese de las violentas confortaciones que frecuentemente interrumpen el suministro petrolífero. Además de las componendas políticas con actores nacionales, cuya colaboración es necesaria para que, por ejemplo, los campos petrolíferos de Sharara, capaces de extraer 300.000 barriles diarios (el 25% de la capacidad extractora libia), reanuden su producción, lo cual depende de las decisiones que tome la National Oil Corporation, cuya sede está en Trípoli.

La estrategia de Haftar, buena parte de cuyas tropas recibieron entrenamiento militar soviético, parece estar centrada en conseguir una rápida supremacía aérea, para denegar el apoyo exterior a las tropas oficialistas. Si este es el caso, parecen estar teniendo un cierto éxito, habiendo logrado que AFRICOM, el Comando de África norteamericano anuncie la evacuación de sus tropas en Trípoli, lo que augura enfrentamientos en la capital y el riesgo de que el contingente de EEUU se encuentre aislado por las fuerzas de Haftar, que ya controlan 3/4 del territorio libio, pero que no obstante aún se enfrentan al formidable reto de la milicia de Misrata, que supera en número a las tropas de Haftar, que no deja de ser un grupo armado heterogéneo, que hoy por hoy, dista mucho de poder ser tomado como un ejército de corte tradicional, siendo más bien una alianza oportunista y volátil compuesta por múltiples milicias que defienden intereses antagónicos, con un alto componente tribal, religioso y salafista, y que para conseguir sus objetivos y metas,  depende en gran medida de ‘fait accompli’ logrados gracias al desconcierto de sus enemigos y a la inacción de las potencias internacionales con intereses en Libia.