Lo que nos pasa

Melitón Cardona. Ex embajador de España en Dinamarca/The Diplomat

Las democracias occidentales actuales ya están padeciendo los efectos de esa tiranía de la mayoría que presagió hace más de siglo y medio uno de los pensadores políticos más poderosos de la Historia, Alexis de Tocqueville, quien consideraba que “la democracia inmaterializa el despotismo” y que éste acabaría siendo “más extendido y más dulce, susceptible de degradar a los hombres sin atormentarlos”; en él veía “una multitud innumerable de hombres parecidos e iguales replegados en sí mismos para procurarse pequeños placeres vulgares con los que llenar el vacío de sus almas. Cada uno de ellos retirado y apartado, como si fuera ajeno al destino de los demás, reduciendo la especie humana al círculo de sus familiares y amigos y … por encima de ellos, un poder inmenso y tutelar encargado de asegurar sus disfrutes y velar por su suerte” de lo que se deduce que, en un sistema democrático, el despotismo puede llegar a ser indetectable si consigue hacerse pasar por “Estado de bienestar”.

Ese despotismo dulcificado por la estulticia igualitaria generalizada es el que hoy predomina en nuestra sociedad. Basta tener la paciencia de ver programas de televisión como por ejemplo “First dates”, para percatarse de que el material humano que exhibe impúdicamente, básicamente dedicado a “procurarse pequeños placeres vulgares”, podría definirse, en frase feliz de Ignacio Ruiz Quintano, como una mezcla de sinvergonzonería y subnormalidad. Inquieta contemplar una fauna humana propensa al tatuaje y a la perforación de su dermis se dedica a intercambiar banalidades y a alardear de su ignorancia, sobre todo si se tiene en cuenta que dispone de derecho al voto. Alarma constatar la degradación del nivel educativo de alumnos que sacrifican la excelencia en aras de una igualdad que les nivela por abajo mediante la posesión de un mismo título académico.

“No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa”, escribió Ortega y Gasset. Más allá de la aparente frivolidad del retruécano hay que concordar en que nada es más desconcertante en una crisis que la incapacidad de saber diagnosticarla para tratar de remediarla. Por eso, para entender la de la sociedad europea actual conviene tener muy presente aquel presentimiento clarividente del vizconde francés según el cual “si la humanidad debe elegir entre libertad e igualdad, siempre decidirá en favor de la segunda, incluso a costa de alguna coacción, siempre y cuando el poder público proporcione el mínimo nivel necesario de vida y seguridad”. Lo recalcó Lord Acton al afirmar que “la mejor oportunidad que jamás se presentó al mundo se desperdició porque la pasión por la igualdad hizo vana la esperanza de la libertad”.

El problema es que el concepto de igualdad es impreciso y más bien prescriptivo que descriptivo. Pierre Decourcelle ironizó al escribir que “la igualdad consiste en considerarnos iguales a quienes están por encima de nosotros y superiores a quienes están por debajo.” El gran pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila (no es contradictio in terminis, como alguno pueda pensar) sentenció que “mientras más iguales se sienten los hombres, más fácilmente toleran ser tratados como piezas intercambiables, sustituibles y superfluas. La igualdad es la condición psicológica previa de las degollinas científicas y frías” siquiera porque “la libertad es derecho a ser diferente y la igualdad, prohibición de serlo”.

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