Opinión

Lo que se ocultaba detrás del duelo Clinton-Trump

Pedro Canales

Como en todas las campañas electorales de la Democracia - y esto es válido para cualquier país que respete los principios de los derechos políticos -, hay mucho más detrás de lo que se dice en los mítines y panfletos. Las alusiones, los mensajes subliminales, los silencios, suelen ser indicadores de lo que realmente está en juego. La campaña electoral norteamericana, seguida en todo el mundo por su trascendencia, ha sido un ejemplo.

Hillary Clinton, en nombre de los Demócratas, y Donald Trump, de los Republicanos, se han enfrentado en muchos terrenos. Estos han sido los principales escenarios:

    - La problemática interna en Estados Unidos, los derechos individuales, los derechos de las minorías, la sanidad, la educación, las cuestiones laborales. Mientras Hillary Clinton se mostraba partidaria de la continuidad, de llevar a cabo las reformas que el Congreso y Senado en manos republicanas han bloqueado a Obama, Donald Trump conectó con el profundo descontento de millones de estadounidenses y se centró en un nacionalismo populista, prometiendo mejoras y soluciones que no podrá cumplir porque cuestionan el sistema de economía liberal. Aunque algo hará.

    - Liberalismo o Proteccionismo. Clinton abogaba por la continuidad del Liberalismo, si bien introduciendo algunos correctivos por parte de la Administración pública para contrarrestar los efectos inhumanos o poco humanos, del extremismo liberal: exclusión de los estudios y la atención sanitaria para quienes están bajo el umbral de la pobreza. Trump, se mostró firme partidario del Proteccionismo en lo económico y en lo social. De ahí su xenofobia contra la inmigración, chivo expiatorio de todos los males y sinsabores de la gente de a pie.

    - Los poderes fácticos: las corporaciones multinacionales, los poderes financieros y el complejo militar-industrial. En este terreno la confrontación entre los dos candidatos ha sido con alusiones, con mensajes, sin llegar al fondo de las cuestiones.

Y aquí es imprescindible señalar la primera gran anomalía observada en estas Elecciones: mientras que Clinton era una candidata del establishment (como han sido siempre obligatoriamente todos los candidatos en todas las contiendas electorales en Estados Unidos), Trump era más bien un franco-tirador, un espontáneo que se lanzó al ruedo. Por esta razón, Clinton, creyendo asegurada su victoria, lanzaba guiños a los poderes fácticos, privilegiando a los armamentistas, que le financiaron la campaña, que tomaba un requisito imprescindible para lucirse. Trump en cambio, arremetió contra todos ellos, aunque menos a las petroleras, que han sido históricamente el bastión republicano.

La segunda anomalía es que Donald Trump ha sido prácticamente excomulgado por los líderes republicanos, por su propio partido. Y no sólo en sus comienzos cuando se enfrentó a los pesos pesados del partido, sino mucho más aún después, cuando apareció con gran poder de arrastre. ¿Por qué el partido Republicano quiso apartarle?  Porque temían que sus ataques al establishment iban también contra ellos.

La tercera anomalía ha sido que por primera vez, la campaña electoral estadounidense se ha alejado del folklore, de los homecoming universitarios o los cheerleaders de las animadoras del basket, para conectar con la América profunda, con los problemas reales de millones de gentes. Clinton no supo detectarlo, Trump lo olió y se colocó en la cresta de la ola.

Mientras que las empresas armamentistas financiaban generosamente la campaña de Hillary Clinton, Trump dejaba entender que si salía Presidente iba a poner un freno a los contratos multimillonarios y a la omnipotencia del entramado militar y de seguridad del país.

Los contratos de venta de armamento más importantes de la historia de Estados Unidos se han hecho durante la presidencia de Obama, siendo Hillary Clinton la pieza maestra de su realización. El megacontrato de más de 80 mil millones de dólares por la venta de aviones y helicópteros de combate, de misiles y baterías de artillería y de millones de municiones, se hizo gracias a la mediación de la candidata Clinton ante el rey Salman bin Abdulaziz. Este mismo verano se firmó un nuevo contrato entre Washington y Ryad, para el suministro de carros de combate, blindados, armamento pesado y misiles destinados a los aviones F-15 que EEUU ya había vendido a Arabia Saudita. Todo este material es para la guerra en Yemen, donde la coalición internacional liderada por los Saudíes apoya a un gobierno que se enfrenta a una rebelión popular. La ONU ha admitido que en esta guerra Arabia Saudita es cómplice de crímenes contra la humanidad.  

¿Por qué Donald Trump se enfrentó al complejo armamentista, pieza clave del poderío de la gran superpotencia norteamericana? No es por sus convicciones, ni porque en su trayectoria política anterior se haya mostrado pacifista o admirador de Joan Baez. Es entre otras razones porque tiene detrás como asesor en cuestiones internacionales al general Michael T. Flynn, miembro activo de su campaña electoral. El general Flynn fue el máximo responsable de la DIA, el espionaje militar entre 2012 y 2014. Flynn fue además uno de los creadores del JSOC, un Mando centralizado de todas las Fuerzas Especiales estadounidenses que operan en el mundo. Este asesor especial der Trump se opuso a la invasión de Iraq y a la guerra en Libia, y criticó la duplicidad de la Casa Blanca en su actitud hacia el movimiento terrorista del Estado Islámico. El ex-jefe de la DIA es hoy el cerebro de la seguridad exterior de Donald Trump.

Trump ha sugerido que está dispuesto a sacar más trapos sucios de la historia reciente del intervencionismo norteamericano en el mundo. Hillary Clinton propuso a Obama y éste aceptó, enviar a Libia comandos especiales americanos para preparar el terreno a la intervención aeronaval de la OTAN contra el régimen de Gadafi en 2011. La misión de los comandos era de limpiar el terreno, es decir liquidar físicamente el máximo de responsables libios susceptibles de organizar la resistencia a la intervención militar occidental, incluido el entorno Gadafi y él mismo.

Y más recientemente, la candidata Clinton ha sido la artíifice del apoyo americano a la "oposición armada" al régimen de Bachar el Assad. Según la entonces Secretaria de Estado, "la mejor manera de ayudar a Israel, es neutralizar el régimen sirio que es el punto de apoyo de Irán en la región, junto a sus apéndices del Hezbollá libanés". Para ello Clinton no dudó en aliarse con los yihadistas sirios enemigos de Assad.

Detrás de la conocida "primavera árabe" se encuentran los Servicios secretos de varios países occidentales, en primer lugar la CIA norteamericana. Hillary Clinton fue su respaldo institucional. A excepción de Túnez, las consecuencias de la "primavera árabe" han sido el caos, la guerra civil, el terrorismo y la destrucción de los Estados.

Pero quizás el pánico creado por Donald Trump en Washington ha sido su actitud hacia Rusia. Trump ha sido claro: no queremos la guerra contra Rusia, y podemos llegar a entendernos civilizadamente. Es un pensamiento simplista, ciertamente, pero que hizo sonar las alarmas en el establishment. Porque la lógica de la posición de la Administración Obama-Clinton era llegar a la guerra con Moscú. Desde el periodo de cerco a  Rusia (apoyo a las revueltas naranja en todos los países del entorno); la crisis de Ucrania con la separación forzada de Crimea;  la pugna americano-rusa en país tercero, Siria; las maniobras militares a las puertas de Rusia;  la instalación del escudo antimisiles en Polonia, que completa a los navíos norteamericanos de Rota y al radar de Turquía; la confrontación sobre el problema iraní. Todo ello conducía a la guerra. Y de pronto, el candidato a presidente Trump, dice que no quiere la guerra y quiere llegar a entenderse con el "enemigo" ruso viejo de siete decenios.

El recelo suscitado en Europa ante el triunfo de Donald Trump, que ya se mostró descaradamente durante la campaña electoral - cosa nunca vista anteriormente-, es probablemente más debido al miedo a que partidos populistas sigan el ejemplo, en Francia, en Alemania o en Italia. También existe el temor de que el proteccionismo del nuevo Presidente, y su desentendimiento de los problemas europeos, deje a las élites políticas del viejo continente solas. El nuevo brexit estadounidense desarma a Europa, y puede generar crisis importantes.

Pues si ponemos todas estas ideas y reflexiones en un plato, quizás predomine el hecho de que evitar una guerra con Rusia, de consecuencias impredecibles, basta para moderar el juicio ante la llegada a la Casa Blanca de alguien dispuesto a revolucionar el sistema.