Mosul, el nuevo Alepo

F. Javier Blasco, Coronel en la Reserva

En estos días se ha cumplido con creces un mes del inicio de la tan cacareada ofensiva sobre la ciudad donde se autoproclamó el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) nominándola como su capital, Mosul. Ofensiva, que fue presentada a la opinión internacional como el remate final de una maniobra conjunta y combinada de acoso a los yihadistas en la que la fusión de diferentes fuerzas locales y coaliciones exteriores sería más que eficaz y, a juicio de muchos, rápida y resolutiva.

Efectivamente, en esta batalla participan fuerzas de variopinto pelaje y procedencia; así nos encontramos con el apoyo por aíre, principalmente por la coalición liderada por EEUU y la aviación iraquí, y en el combate terrestre “oficialmente” se baten en diferentes frentes el Ejército regular iraquí, facciones chiitas mayoritariamente iraníes, facciones sunitas y unidades de peshmergas (combatientes kurdos).

Desde el inicio de la ofensiva el pasado 17 de octubre se han contabilizado, al menos, 28 ataques de la coalición en los que de forma oficiosa se habrían registrado unas 180 bajas civiles. Lo que nos indica que a pesar del grado de perfeccionamiento del armamento inteligente y el “oficial” cuidado para no ocasionar bajas ni daños colaterales, la cosa no es tan sencilla.

Como tampoco lo es el pensar que esto sería pan comido y que, debido a la desproporción de fuerzas y calidad del armamento del atacante, la ciudad y sus aledaños caerían en cuestión de días. Se pensaba que los yihadistas se batirían rápidamente en retirada en busca de mejores lugares para su defensa y, principalmente, para hacerse fuertes en Siria. Aunque, en su repliegue dejarían la ciudad llena de trampas de todo tipo por lo que se precisaría bastante tiempo para que fueran tratadas por fuerzas especializadas en el levantamiento y destrucción de este tipo de artefactos. Pero la realidad no ha sido así; tras un mes de encarnizados combates, la mayor parte de la ciudad aún permanece en manos de los yihadistas y, las partes ocupadas sufren, de vez en cuando, contraataques de mayor o menor intensidad y resultados.

Algunos analistas con cierta experiencia en el análisis de las tácticas y estrategias para el combate, no pensábamos lo mismo, solicitábamos que no se vendiera la piel del oso antes de cazarlo y recomendábamos determinada prudencia en el lanzamiento de ensalzados e irreflexivos análisis y perspectivas. El tiempo nos ha venido dando la razón. Porque aquellos que preconizaban una caída rápida y eficiente de la ciudad no tuvieron en cuenta una serie de factores que siempre influyen, y no poco, en el cumplimiento de la misión. 

En primer lugar, si atendemos al factor enemigo debemos tener presente que, en este caso, no es un enemigo convencional que se bate en retirada con una moral muy baja y temeroso por dar la batalla por pérdida. No, los yihadistas son “guerreros” fanáticos influidos por una peculiar interpretación del islam, que creen a pies juntillas en lo que están haciendo, siguen a ciegas a su líder y a lo que les predica, aunque sus arengas las anuncie a muchos kilómetros de distancia, e incluso, por algunos, se dude de la autenticidad de las mismas.  Saben que luchan por la defensa de lo que, para ellos, sigue siendo la capital de su Califato, factor muy importante en su ideología, que le da un gran valor añadido a su convencimiento por la lucha dado que esto supone la prueba patente sus señas de identidad: territorio, dominio y representatividad.

Además, se encuentran insuflados por el hecho de que su lucha hasta las últimas consecuencias será la llave para su salvación eterna en un mundo mágico lleno de todo tipo de lujos y placeres interminables, por lo que su empeño, coraje y arrojo se multiplica por mil.

En lo referente al factor terreno, los yihadistas han tenido mucho tiempo, algo más de dos años, para fortificar la ciudad y aledaños a su antojo y hacer de ella el paraíso del combate de defensa en poblaciones y de guerrillas a base de miles de trampas de todo tipo, trincheras, pozos de tirador, túneles y canales de comunicación, la mayoría subterráneos, que suponen una gran ventaja para el defensor que se enfrenta a un atacante que se aproxima, casi a pecho descubierto, y sin conocer bien ni el terreno, ni sus peligros adicionales.

Para el factor ambiente, cuentan con la existencia de cientos de miles de pobladores civiles atrapados entre ambos fuegos, que, sin duda, son y serán empleados como escudos humanos para impedir la libertad de movimientos y de acción del atacante, principalmente, por tener concentrado sobre ellos el foco informativo y la crítica internacional a todos los niveles oficiales y oficiosos.

Además, dentro de este mismo factor, nos encontramos con determinada repulsa y temor a las represalias por parte de ambos sectores de población (civil y militar) bajo la presión del atacante cuando este se aproxima u obtiene éxitos en su misión. Aunque no se conoce mucha propaganda ni se tiene una gran visibilidad de estas acciones, se sabe que se producen cuando una parte del terreno y su población caen en manos de las fuerzas atacantes en función de su procedencia y creencias.

Los horrores sufridos por estos o sus allegados a manos de los ocupantes yihadistas y de los que les corearon y aplaudieron sus fechorías durante estos algo más de dos años, hacen que ahora, al llegar la recuperación del lugar, los nuevos ocupantes traten de vengar dichas tropelías, aunque por desgracia, lo hagan a base de actos muy similares, o al menos, de las mismas consecuencias.

En el factor fuerzas propias, ya hemos mencionado que estas son de muy diversa procedencia, cultura, religión, interés, formación militar y equipamiento. Al mezclarse fuerzas regulares, más o menos bien entrenadas y equipadas, con otro tipo de facciones que, normalmente no siguen los mismos procedimientos y en los que la cadena de mando y la aceptación de órdenes y cometidos no obedecen a estándares normalizados, la coordinación y ejecución de sus acciones es harto difícil, así como sus consecuencias. Además, y nunca debemos olvidarnos de este punto, la moral de combate de cada una de ellas varía según las circunstancias.

Si repasamos la historia reciente vemos que, en las grandes confrontaciones como las dos guerras mundiales o las guerras napoleónicas, la mezcla de unidades de diversa procedencia, cultura, modos y maneras de lucha e intereses diversos siempre ha sido un hándicap importante para aquel que trataba de coordinarlos y dirigirlos; incluso, en ocasiones, hasta se han perdido grandes batallas por culpa de ello. Como ejemplo de lo nefasto de este tipo de acciones aliadas basta con recordar la toma de Berlín, la divergencia de los combates para ocupar la ciudad, así como el sistema establecido en los diferentes sectores y las represalias en ellos durante y tras su conquista según fuera la naturaleza y procedencia de la fuerza ocupante.  

Todos estos elementos, unido a una mala evaluación de las capacidades de combate y resistencia de un enemigo totalmente fanático e irregular como lo es este, han influido y seguirán influyendo en el resultado de los combates.

No dudo que, al final, esta batalla será ganada y que el ISIS perderá dicho bastión, pero, que su coste será mucho más elevado de lo previsto; tanto por el tiempo y la implicación de fuerzas necesarias para ello, la obligatoriedad de un mayor número de destrucciones, y, además, con un elevado número de bajas civiles y militares tanto directamente a consecuencia de los enfrentamientos directos, como por los llamados daños colaterales y las mencionadas represalias. A todo ello, no hay que olvidar añadir, por su importancia y la repercusión de su apoyo y control, la grave crisis humanitaria que los combates y su prolongación en el tiempo están ya produciendo.

Mucho me temo que si el tiempo necesario para tomar completamente la ciudad se prolonga más de lo calculado, el problema pueda llegarse a enquistar y que Mosul se convierta en un nuevo Alepo, que como todos sabemos, es una ciudad dividida en varias partes, casi totalmente destruida y donde los combates a diario se multiplican al igual que las bajas indiscriminadas, que por desgracia, ya casi no son noticia por lo repetitivo y lo crueles que son.

En Alepo se lleva combatiendo durante muchos meses, demasiados a mi entender, en gran parte, por la falta de un entendimiento real entre las fuerzas internacionales encuadradas en diversas coaliciones; por la divergencia de los intereses de las facciones en combate o de los que les apoyan desde el exterior; por la poca autoridad de la ONU y, por empecinamiento generalizado en no buscar una solución definitiva y aceptada por todos. Espero y deseo que Mosul no se convierta en otro Alepo; pero para evitarlo, queda mucho trecho por recorrer.  

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