Opinión

Putin estudia cómo gastar los nuevos ingresos por petróleo

Antonio Sánchez-Gijón/CapitalMadrid.com

Pie de Foto: La po­bla­ción es­pera in­ver­siones y pen­sio­nes, aunque él tam­bién debe atender sus cre­cientes am­bi­ciones es­tra­té­gicas

Ahora que el precio del pe­tróleo sube rá­pi­da­mente, Rusia se ser­virá del au­mento de in­gresos para tres fines pri­mor­dia­les: frenar la caída de sus re­servas mo­ne­ta­rias, que ponía en pe­ligro el pago de las pen­sio­nes, dar tran­qui­lidad a las en­deu­dadas re­giones del in­menso país y afianzar su po­lí­tica mi­li­tar, no sólo de cara a Europa y Occidente, sino tam­bién para ex­pandir sus in­tereses de se­gu­ridad en otras re­giones del mundo donde no solía tener pre­sencia sig­ni­fi­ca­tiva.

El próximo 1 de febrero el gobierno eliminará los activos que quedan del llamado Fondo de Reserva, cuya la función era respaldar los presupuestos y se hallaba muy bajo ($17.000 millones), para fundirlo con el Fondo de la Riqueza Nacional, que financia el régimen de pensiones y proyectos de desarrollo. Esta entrada de dinero en un fondo con fin social debería aumentar la confianza de los pensionistas (40% del electorado) en la administración del presidente Putin, ahora que se aproxima el momento (marzo) en que habrá elecciones para la Jefatura del Estado. El Fondo de Reservas había servido en periodos de precios bajos del petróleo como hucha para cubrir los déficits fiscales resultantes (&118.000 millones en tres años), y bandear el estancamiento económico agravado en gran parte por el régimen de sanciones europeas y norteamericanas resultantes de su agresión militar rusa a Ucrania.

Con el petróleo a $70/barril, Goldman Sachs prevé un crecimiento económico ruso del 3%, y una caída de la inflación al 2%. El gobierno se muestra reservado sobre esos indicadores, no sea cosa de que crezcan entre la gente expectativas demasiado altas que luego no podrían ser satisfechas, sencillamente porque hay otras demandas más urgentes que la de elevar el bienestar general. Por ejemplo, los gobiernos regionales necesitarán ingentes cantidades de dinero para paliar sus déficits, quizás al ritmo de 50.000 millones anuales durante tres años. En septiembre habrá elecciones regionales, lo que añade presiones sobre la capacidad de formar reservas estables. Además, la banca necesita rescates posiblemente tan voluminosos.

Este potencial para la recuperación de la economía rusa se verá mermado en alguna medida por los efectos de la agresiva política de seguridad e internacional mantenida por la presidencia de Putin. Por ejemplo, el próximo día 29 el Tesoro de Estados Unidos anunciará nuevas sanciones dirigidas contra personas del entorno político y económico de Putin, que aunque no producirán gran daño a una economía en crecimiento, indican que Rusia seguirá perdiendo facultades para trabajar en los ámbitos económicos y financieros de alcance mundial, lo que a su vez tiene el efecto de reducir la presencia comercial de Rusia, aparte de los hidrocarburos, en los mercados exteriores.

Un efecto indeseado del aumento de precio de los hidrocarburos es que se reducen los incentivos para modernizar la agricultura y las tecnologías, y con ello la posibilidad de que éstos, algún día, salgan a los mercados mundiales a competir con productos de las economías en auge. Hoy por hoy, Rusia es importadora neta de alimentos.

El rimo e intensidad de las protestas sociales se incrementa a medida que se acercan las campañas electorales. En los tres primeros trimestres del pasado año se produjeron más de 1.100 manifestaciones de protesta. Se cree que Putin ha dado nuevas directivas para afrontar ese desafío de un modo menos represivo que en el pasado, y ha puesto a las fuerzas especiales del Ministerio del Interior bajo el mando de la Guardia Nacional, que responde solo ante él.

Nada interesa más a Putin, sin embargo, que hacer evidente que Rusia es una potencia mundial, capaz de medirse militarmente (hasta cierto punto, claro) con la potencia militar de los Estados Unidos y sus aliados.

Dedicadas a éstos últimos, se celebraron entre el 14 y el 20 de septiembre pasado las maniobras bautizadas ‘Zapad’ (Oeste), en territorio de Bielorrusia, que en opinión de fuentes occidentales implicaron la participación de contingentes (entre 50.000 y 60.000) muy superiores a los permitidos por el tratado de Cooperación y Seguridad en Europa (13.000 efectivos humanos). En otros momentos se desarrollaron maniobras multinacionales en el sur de Rusia, así como otras navales y de defensa aérea. En octubre pasado, Putin justificó estos preparativos militares el pasado octubre diciendo que, después del fin de la Guerra Fría, las potencias occidentales se dedicaron a “una redistribución de esferas de influencia”, dando a entender que Rusia sólo hace que responder al expansionismo occidental.

Su intervención en la guerra civil de Siria y su final puede que no supongan el repliegue estratégico de Rusia, que tanto ayudaría a su recuperación económica. Visto su éxito en aquel conflicto, son varios los países que se aprestan a solicitar los cuidados militares de Rusia. Ya conocíamos el interés de una facción de las fuerzas que luchan en Libia (la del general Hiftar), pero recientemente se ha sabido que el presidente del Sudán, al-Bashir, ha invitado a Putin a construir una base naval en el mar Rojo. Bashir, de todos modos, no hacía sino seguir el ejemplo de Eritrea y Somalia, que habían pedido lo mismo poco tiempo antes.

¿Darán los ingresos extras del petróleo para tanto despliegue del poder civil y armado de Rusia?