Siria, el país donde no hay un acuerdo para la paz, ni voluntad

Alexandra Dumitrascu

Pie de foto: Siria es el escenario en donde la presencia de múltiples actores exteriores imposibilita el alcance de un acuerdo de paz para el país.

El 15 de septiembre se han cumplido cinco años y medio desde que un grupo de jóvenes de Daraa desafiaron el statu quo en Siria por medio de distintas protestas que contagiaron al resto del país. La ola expansiva de la así llamada primavera árabe derivó en este país en una guerra civil que parece no tener fin. La injerencia de distintos actores externos, así como la presencia de grupos terroristas, imposibilitan una salida al conflicto que ya ha causado más de 400.000 muertes, de acuerdo a Naciones Unidas.

Días antes del desolador aniversario, el 13 de septiembre, los ciudadanos sirios amanecieron sin víctimas por primera vez desde el inicio del conflicto. Un nuevo acuerdo de alto el fuego entre Estados Unidos y Rusia lo hizo posible.

El pasado 10 de septiembre, el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, y el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, anunciaban en Ginebra un nuevo cese de las hostilidades en el país árabe que, de haberse respetado durante esta semana, habría posibilitado la constitución de un centro de mando conjunto para coordinar ataques contra posiciones de los grupos yihadistas en el país.

Sin embargo, ya en el cuarto día de tregua medios locales informaban acerca de la existencia de combates entre las fuerzas gubernamentales y grupos opositores en el barrio de Jobar, a las afueras de Damasco, sin saber con claridad el principal responsable del inicio de las hostilidades. Sin embargo, lo que irremediablemente podría peligrar la tregua es el ataque aéreo llevado a cabo por Estados Unidos el sábado en Deir Ezzor contra cuatro posiciones del Ejército del presidente Bashar Al-Assad. El incidente, asumido y calificado de “no intencionado”, ha llevado a una reunión de emergencia en el Consejo de Seguridad de la ONU, que consistió en un duro intercambio de acusaciones que ha abierto una nueva crisis en las relaciones entre Washington y Moscú, ya de por si frágiles.

Si bien los puntos del acuerdo no se habían hecho públicos, el entendimiento del alto el fuego compromete a Rusia y a Estados Unidos por partes iguales. Como firme defensor del presidente Al-Assad, Rusia debería persuadir a su aliado árabe a que cese las hostilidades contra las posiciones de los rebeldes. Desde septiembre del año pasado, a petición del presidente sirio, Rusia ha estado prestando apoyo militar que, en la mayoría de las ocasiones se ha traducido en bombardeos indiscriminados en zonas rebeldes con el pretexto de combatir a los yihadistas.

Por su parte, Estados Unidos se habría comprometido a presionar a los insurgentes a separarse de los grupos terroristas que operan en el país, y cuyo objetivo común consiste en derrocar al régimen de Al-Assad.

Este propósito común ha hecho que desde hace meses, los grupos rebeldes se unieran en los combates con los yihadistas, especialmente con el antiguo Frente Al Nusra, ahora Frente Fatah al Sham (Frente de la Conquista del Levante). Basma Kodmani, miembro del Alto Comité para las Negociaciones, organismo que reúne a los principales grupos y milicias contra el régimen, justificó la estrategia de los insurgentes por el cerco que el Ejército leal a Al-Assad ha ejercido especialmente sobre Alepo, ciudad considerada fundamental dentro de la guerra, y que anida a la mayor parte de los grupos que luchan contra el régimen.

Los grupos terroristas de la talla del Daesh y el Frente de la Conquista, han quedado fuera del acuerdo, pero como tal, en caso de haber sido incluidos, poca credibilidad tendría su palabra.

Al igual que los anteriores acuerdos, este último también está destinado a un fracaso seguro. La desconfianza que define desde hace tiempo las relaciones entre Estados Unidos y Rusia hace que cualquier gesto se mire con recelo. Poco después del anuncio del alto el fuego, un portavoz del Departamento de Defensa de Estados Unidos advirtió mediante un comunicado que el Pentágono “observará y controlará el cumplimiento del acuerdo preliminar alcanzado”, y solamente el respeto firme del mismo podrá llevar a una potencial cooperación militar con Rusia. Aunque esta cláusula ha sido violada justamente por el mensajero, ahora Estados Unidos amenaza con que la cooperación no será posible hasta que no se permita la entrada de ayuda humanitaria, bloqueada, supuestamente, por el régimen sirio en colaboración directa con su socio ruso.

Este cruce de acusaciones que conlleva a nuevas condiciones para el acuerdo, junto con las acciones anteriormente mencionadas, es lo que hace suponer que la tregua pende de un hilo.

Múltiples proxy war

Sin embargo, lo que hace más difícil la posibilidad de respetar las sucesivas treguas que permitan negociar una paz para Siria son los intereses cruzados de los múltiples actores presentes en el país, y que llevan a cabo su propia guerra por medio de alianzas locales.

La guerra de Siria desde hace tiempo no es solamente una guerra civil, sino una macroguerra en la que confluye una serie de confrontaciones que han hecho de Siria el escenario perfecto para las disputas personales.

En el plano regional, Arabia Saudí e Irán siempre han visto en Siria una oportunidad perfecta para su confrontación por el liderazgo regional. Ambos han utilizado a sus respectivos aliados sunníes y chiíes, respectivamente, de tal modo que en ocasiones, el conflicto adquirió tinte sectario.

La alianza de Irán con el régimen sirio se remonta a la década de los 80. A lo largo de los años la alianza de los dos Estados se ha intensificado y fortalecido a través del eje que han conformado con la organización libanesa Hezbolá unidos por la adversidad que mantienen hacia Israel y Estados Unidos, y que se ha conformado como un núcleo de resistencia en contra de la hegemonía de estos en Oriente Medio. El respaldo que desde Irán se ha conferido al régimen de Assad para hacer frente a los rebeldes se ha alimentado de la ayuda política, económica, militar y logística que el Gobierno persa ha proporcionado a Damasco, ayudando a este a persistir en el poder hasta la fecha.

Desde el inicio del conflicto, el presidente sirio ha permitido la entrada de las Fuerzas Quds, el brazo de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica iraníes, para entrenar a unidades de autodefensa chií. Además, sumado a la ayuda financiera multimillonaria que el régimen iraní proporcionaría cada año a su aliado sirio, este habría fomentado a través de entrega de dinero y armamento la creación de Jaysh al-Sha´bi, un grupo paramilitar que cuenta con decena de miles de efectivos formado por milicias locales chiíes y alauitas, y que, supuestamente, recibe entrenamiento militar por parte de miembros de Hezbolá y los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica.

Por su parte, Arabia Saudí comenzó a tomar parte del conflicto sirio al convertirse en un enérgico defensor de los rebeldes sirios, incluidos los grupos terroristas. El amparo saudí a los rebeldes sirios se tradujo en ayuda militar, principalmente, aunque también financiera. Esta ayuda sigue presuntamente vigente en la actualidad, y es una de las estrategias que comparte con Estados Unidos, que también ha basado su intervención en el apoyo a los distintos grupos rebeldes, que en ocasiones, han sido difícil de distinguir como moderados o terroristas.

Uno de los principales destinatarios de esta ayuda saudí sería el Frente de la Conquista, el antiguo Frente Al Nusra que, en el mes de julio, cortó sus lazos con la matriz de Al Qaeda. Este grupo de corte salafista, que tiene como principal objetivo derrocar al régimen sirio para después implementar un estado de corte islámico basado en la sharia, habría recibido presiones por parte de Arabia Saudí y Qatar entre otros, para distanciarse de la organización terrorista por no tener que ver asociados sus nombres con los países financiadores del terrorismo, de acuerdo con algunos analistas. La separación, que ha sido aprobada por el líder de Al Qaeda central, Ayman al- Zawahiri, buscaría en un principio dejar de ser el blanco de los bombardeos de Estados Unidos, y de Rusia, por desvincularse de la organización terrorista, lo que le posibilitaría la consecución de nuevas alianzas entre las fuerzas rebeldes, o estrechar lazos con los que ya opera.

Frente de la Conquista es el segundo grupo yihadista de Siria, después del Daesh, con el que se disputa la supervivencia en el suelo sirio. Este tiene el apoyo de numerosos grupos rebeldes en contra del presidente Assad, tal como Ahrar al-Sham, una coalición de varios grupos de corte islamista.

Al enfrentamiento Irán-Arabia Saudí, se suma la presencia de distintos actores internacionales, en una coalición liderada por Estados Unidos y que tiene como principal objetivo, la lucha contra el terrorismo yihadista a base de bombardeos aéreos a posiciones del Daesh. En la coalición también forma parte Arabia Saudí, así como otros estados de la región, no así Irán. La ocupación de territorios sirios por parte del Daesh ha llevado a una concentración de los combates en este país con el objetivo de evitar que esta organización terrorista se expanda aún más, y por consiguiente, se termine eliminando. En esta lucha contra el Daesh, uno de los principales aliados regionales de Estados Unidos han sido los kurdos, hecho que ha incomodado un tanto a Turquía, también aliado de Estados Unidos. Los progresivos avances de las Unidades de Protección Popular kurdas (YPG) han llevado a Turquía a llevar su propia guerra en contra de esta minoría que tiene aspiraciones territoriales al sur de país.

La entrada en escena de Rusia en septiembre del año pasado al lado del presidente sirio, ha desencadenado una nueva guerra fría con Estados Unidos, cuyo estado ya conocemos. Desde su entrada en escena, Rusia ha ayudado a las fuerzas armadas sirias a bombardear posiciones de rebeldes considerados moderados.

A estos enfrentamientos de orden nacional, se suman las hostilidades entre los numerosos grupos y milicias, todos ellos insurrectos, cuyos intereses resultan en ocasiones dispares y/o entrecruzados. Entre estos se encuentran las hostilidades entre Frente de la Conquista contra el Daesh, a los que se suman las milicias insurrectas palestinas de Aknaf Beit al Makdis. Estos últimos también combaten, asimismo, a los miembros del Frente para la Conquista.

El denominado Ejército del Islam, una agrupación de varios grupos salafistas, no sólo combate a las fuerzas armadas leales al régimen de Assad, sino a otros grupos que comparte con este el mismo objetivo. Uno de ellos es el Ejército Libre Sirio, grupo constituido por ex oficiales sirios, pero cuyos combatientes han desertado, por otra parte a otras agrupaciones islamistas.

Como se desprende, Siria, que goza de una importante ubicación estratégica, es el escenario en donde confluye una amalgama de conflictos e intereses que hacen difícil pensar en una paz a corto plazo. Un aspecto importante que es sistemáticamente obviado, es que en la actualidad casi todos los actores implicados tienen como objetivo combatir a los terroristas del Daesh.

Uno de los principales errores que impiden una solución al conflicto es negarse, justamente, a admitir el enemigo común, al dirigir los esfuerzos hacía diversos escenarios de forma simultánea, forma de actuar de determinados actores. Seguir renegando un acuerdo que implique la presencia de Assad como aliado en contra del Daesh, el objetivo inmediato a combatir, es un error que únicamente contribuye a prolongar ad infinitum la actual situación. Considerar a Assad el “mal menor”, y dejar de lado el cinismo con el que han actuado algunos actores en esta guerra es cuestión de voluntad real para que haya finalmente paz en Siria.

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