Opinión

Un país de adolescentes

Paco Soto

Pie de foto: Un numeroso grupo de adolescentes españoles participa en un botellón.

Se suele decir que la adolescencia es un período de la vida de la persona comprendido entre la aparición de la pubertad, que marca el final de la infancia, y el inicio de la edad adulta. Creo que se podría aplicar esta definición al ámbito social y político. Es lo que pretendo hacer en este artículo, porque considero que en muchos aspectos una parte sustancial de la sociedad española no consigue salir de la adolescencia política. La crisis catalana, cuyas consecuencias se han extendido al resto del país, demuestra, en mi opinión, la afirmación un tanto contundente que he hecho. Antes de seguir, quiero aclarar que una sociedad no es una realidad homogénea y pétrea, una especia de foto fija que únicamente envejece con el paso de los años, como afirman los nacionalistas, que se inventan un pueblo mítico y al margen de la Historia. Al revés, una sociedad es una realidad dinámica, cambiante, en continuo movimiento. Y en el caso de España es una realidad extraordinariamente diversa desde el punto de vista ideológico, político, cultural, religioso, social. Afortunadamente. Por lo tanto, cabe recalcar que cuando hablo de la sociedad española no me refiero a toda una compleja comunidad humana sino a importantes sectores de la misma. Estos sectores, formados por jóvenes y no tan jóvenes, en muchos casos personas de clase media que han vivido toda su vida o casi en democracia, suelen adoptar posicionamientos políticos y comportamientos sociales propios de la adolescencia e incluso abiertamente infantiles.

Me explico. Es normal que un chico de 14 o 15 años que empieza a enfrentarse a la vida real con todas sus consecuencias y contradicciones, algunas muy dolorosas, pueda llegar a tener una visión terrorífica del mundo. Y busque soluciones radicales. Lo que ocurre es que con el paso de los años, las personas razonablemente inteligentes aprenden a canalizar mejor sus emociones, se van formando intelectualmente, y hacen suya una ideología, la que sea, a partir de la cual elaborarán con mayor o menor fortuna posiciones políticas concretas. Esto es lo que le ocurre a mucha gente que ha seguido una evolución digamos normal. Es gente que ha madurado; y cuando una persona madura desde el punto de vista intelectual, emocional y psicológico, lo razonable es que aprenda a matizar, a no ver el mundo en blanco y negro.

El matiz es una chispa que nos despierta la inteligencia. Desgraciadamente, no todas las personas siguen esta evolución. A pesar del paso de los años, de la experiencia, algunos individuos son reacios a dar al paso de la adolescencia en el sentido amplio del término a la etapa adulta. No quieren –o no saben cómo- madurar, no están dispuestos a dar el salto cualitativo que la propia vida les reclama. Con 40 o 50 años quieren seguir pensando, viviendo y actuando en el mundo exactamente de la misma manera que cuando tenían 16 o 18 años.

Alguien que observe a estas personas desde fuera podría llegar a pensar que son divertidas o excéntricas. A mí los individuos que no han madurado me parecen simplemente patéticos. ¿Qué tiene que ver lo que he dicho con la realidad social de España en este momento? Tiene que ver y mucho. Si trasladamos los comportamientos inmaduros y caprichosos individuales al terreno de la vida pública, creo que nos daremos cuenta que amplios sectores sociales, una parte sustancial de la población española, no han logrado salir de la adolescencia política y social.

El poeta Jaime Gil de Biedma, en su poema ‘No volveré a ser joven’, dijo: “Que la vida iba en serio/uno lo empieza a comprender más tarde/-como todos los jóvenes, yo vine/a llevarme la vida por delante”. La mayoría de las personas inmaduras no han leído el poema de Gil de Biedma. Pero esto no importa. Lo que es francamente desolador en la España de 2017 es ver una cantidad impresionante de personas que nacieron y se criaron en democracia, o eran muy pequeños cuando murió el dictador, que no han conseguido madurar, ser adultos en su manera de pensar y actuar en las vida diaria en general y en la vida política en particular. Generalmente no pertenecen a los segmentos sociales más humildes y empobrecidos sino que hacen parte de las capas medias, disfrutan de un buen nivel de vida, tienen estudios universitarios, hablan idiomas, han viajado…

Pertenecen a las dos últimas generaciones de españoles. Han vivido en una España que ha experimentado las transformaciones sociales, económicas, culturales y políticas más profundas de su historia contemporánea. Han vivido en un país democrático donde cada uno puede pensar lo que le dé la gana, votar por quien quiera y defender las ideas que considere más oportunas. Los únicos límites para no vivir en la selva los marca la ley que emana del ordenamiento constitucional. Como en todos los países democráticos. Insisto: como en todos los países democráticos. Sin embargo, ¿qué ha pasado para que en Cataluña tantos ciudadanos hayan renunciado a esta condición y se hayan apuntado a un movimiento nacionalista reaccionario, xenófobo e insolidario con el resto de España y dirigido por una pandilla de burgueses clasistas de los barrios altos de Barcelona y pequeñoburgueses iluminados de las zonas más ricas de Cataluña cuyo único objetivo es la independencia del terruño a cualquier precio? ¿Qué ha pasado para que tantos españoles universitarios, profesionales liberales y funcionarios del Estado hayan votado a partidos ideológicamente perversos y políticamente demagogos y mentirosos como Podemos y sus aliados en la España periférica?

Pie de foto: Pablo Iglesias e Irene Montero, la pareja que dirige Podemos en la actualidad.

Politólogos y sociólogos pondrán sobre la mesa muchas causas para tratar de buscar una respuesta a estas dos preguntas: la crisis económica de 2008, el desempleo juvenil, la precarización del trabajo, la enorme corrupción de los grandes partidos tradicionales como el PP, el PSOE, la antigua Convergència de Jordi Pujol, la parálisis de las instituciones… Creo que todas estas causas son correctas pero no son las únicas. Pienso que falta un elemento decisivo, y es la infantilización de la sociedad. La profunda inmadurez de una sociedad en la que fallan la familia y la escuela en la educación y valores como el esfuerzo, la excelencia, el trabajo bien hecho son desechados en aras de la diversión, el ocio sin límites, el consumo a ultranza y el individualismo tontuno. Este es el contexto social en el que han nacido y vivido millones de españoles de las dos últimas generaciones.

¿Cómo se expresan muchos de estos españoles en el terreno estrictamente político? O no se expresan, porque ni se molestan en ir a votar, o lo hacen como verdaderos adolescentes, aunque tengan 40 o 45 años. Corríjanme si me equivoco, pero ¿qué quieren que piense de estos jóvenes universitarios barceloneses de clase media que tienen la desfachatez de decir públicamente que el franquismo ha vuelto a Cataluña? ¿Qué puedo pensar de algunos dirigentes podemitas de origen pijo que están convencidos de que en España vivimos una situación política como en los peores momentos de la dictadura? ¿Se creen sus idioteces? ¿Actúan por mero cálculo político y electoral? ¿O son simplemente analfabetos víctimas del deficiente sistema escolar español y de una sociedad débil donde no se han podido formar como ciudadanos responsables, seres autónomos y políticamente maduros?

Los sucesos de Cataluña de las últimas semanas demuestran que algo falla en la sociedad catalana para que tanta gente esté dispuesta a vulnerar la ley y el ordenamiento democrático y apoye a políticos irresponsables que en muchos otros lugares de Europa ya llevarían mucho tiempo en prisión. ¿Alguien su sano juicio puede creerse que los políticos catalanes independentistas están en la cárcel por sus ideas y no por ser unos meros delincuentes que durante años se han burlado de la Constitución y las leyes vigentes, y en algunos casos han robado todo lo que han podido? ¿Cómo puede ser que en Madrid, Valencia o Santiago de Compostela miles de personas estén dispuestas a comulgar con ruedas de molino y denuncien la existencia de presos políticos en España?

Ya sé que son muchas preguntas las que planteo. Creo que a veces en la pregunta está la respuesta. Durante años de democracia y bienestar económico generalizado la sociedad -y por supuesto la mal llamada clase política y buena parte de los medios, sobre todo las infames televisiones privadas- ha tolerado e incluso alentado la vulgaridad en muchas esferas de la vida, la fealdad estética más escalofriante, la educación deficiente en valores y materias, la incultura, el sectarismo en las ideas, el pensamiento hueco, la sustitución de la filosofía y la reflexión fruto del conocimiento exhaustivo por la consigna, el griterío y el pataleo. Esta sociedad española de la riqueza, el Estado del bienestar y la democracia que entró en crisis hace una década no ha pedido nada a cambio. Al revés, ha impulsado la vagancia, la superficialidad más espantosa y la insolvencia intelectual.

La sociedad se ha negado mayoritariamente a formar ciudadanos autónomos y ha contribuido a que surgieran masivamente, se expandieran y se consolidaran seres humanos inmaduros, eternos adolescentes capaces de decir las peores barbaridades. Si fuéramos una sociedad seria, responsable y culta nos tendríamos que preguntar qué ha podido pasar para que un engendro anarcofascista como las CUP sea un actor político de primera magnitud en Cataluña; y qué hemos hecho mal para que en Andalucía un matón como Andrés Bódalo sea un referente sindical; o en qué hemos fallado para que el Ayuntamiento de Barcelona esté en manos de una figura como Ada Colau.

Si fuéramos una sociedad más madura cívica y democráticamente, y más culta políticamente, no hubiéramos permitido que un partido financiado por la mafia chavista bolivariana de Venezuela y el régimen teocrático iraní y dirigido por una pareja y su clan de oportunistas sin principios y nuevos vividores de la cosa pública fuera la tercera fuerza parlamentaria del país. De los polvos del pasado que no supimos limpiar a tiempo vienen los lodos del presente. Costará mucho tiempo y esfuerzo limpiar el país de tanta mediocridad e inmadurez. Y no está escrito en ninguna parte que vayamos a conseguirlo.