Un vago mea culpa y de vuelta a empezar

Alexandra Dumitrascu

Piede foto: después de los últimos atentados terroristas de Bélgica, los Estados de la Unión Europea han acordado reforzar las medidas de seguridad…de nuevo.

La lucha contra el terrorismo yihadista no es, a pesar de lo aparente, la prioridad número uno de los Estados europeos. Francia es uno de los países de la Unión Europea de donde más ciudadanos han viajado a Siria o Irak para luchar por la causa del Daesh; alrededor de 1.400. Pero esta cifra asciende a más de 2.000, según el primer ministro francés Manuel Valls, cuando se habla de ciudadanos franceses o residentes implicados directamente en redes yihadistas. Uno de los fenómenos más preocupantes en este pais es el hecho de que, a raíz de los atentados del 13 de noviembre en París, cerca de 800 personas, que exultantes por la demostración de fuerza de Daesh en Europa, anhelan en este momento viajar a Siria. Y, obviamente, no por razones lúdicas. Por su parte, Bélgica es el país europeo con más proporción de combatientes extranjeros per cápita. Se estima que más de 500 ciudadanos belgas hayan viajado hasta la fecha a Oriente Medio para afiliarse al Daesh.

Tanto en el caso de Francia como de Bélgica varios de los que viajaron, especialmente a Siria, han retornado.  En ambos países en conjunto, la cantidad de los combatientes extranjeros ya regresados supera la fría cifra de 400. Esto quiere decir que, únicamente tomando en consideración el caso de Francia y Bélgica, hay en la actualidad en el seno de Europa más de 400 potenciales terroristas que, especializados en el arte de la guerra en Siria o Irak, podrían perpetrar atentados con una magnitud similar o superior a los que ya se llevaron a cabo en París y Bruselas en cualquier momento.

Pero la lucha contra el terrorismo no es la prioridad número uno de Europa. A pesar de estas estadísticas, en la Unión Europa, pero también a nivel internacional, nuestros líderes se han limitado a hacer un seguimiento de las estadísticas y ver como la cifra de los ciudadanos de diversos países occidentales engrosaba la fila de los combatientes extranjeros. Y como si de una competición se tratara, lamentar al Estado que más afiliados al Daesh sumaba, mientras suspiraban aliviados con las bajas incidencias en otros, a la vez que pegaban gritos al cielo, con las manos cruzadas, por cuán horrible fenómeno.

A pesar de su gravedad, los líderes internacionales se han acotado al estudio de este fenómeno, nuevo en su principio, y tras tres años de boom migratorio de ciudadanos europeos yihadistas, Naciones Unidas todavía necesita indagar aún más las razones profundas que están detrás de la voluntad de los ciudadanos occidentales para afiliarse al Daesh. Mientras, no se ha puesto en marcha ninguna medida - no que muestre su eficacia, por lo menos -, que trate de disuadir o de evitar la salida de esos ciudadanos. Aunque, lo más grave de todo es que gran parte de esos ciudadanos hayan salido y entrado a su voluntad. El regreso de estos se ha plasmado estadísticamente, pero no ha habido una legislación a medida para lidiar con tal fenómeno. Y los fundamentalistas islámicos no solamente lo supieron, sino que se aprovecharon e incluso se mofaron de esta situación. Tal como Abdelhamid Abaaoud, el presunto cerebro de los atentados de París, que llegó a presumir de la impune libertad de la que disfrutaba para viajar a Siria.

En un año y tres meses, Europa ha sido testigo de múltiples ataques terroristas cuyos objetivos han sido una revista, un supermercado judío, una sinagoga, un intento frustrado en un tren que unía dos países europeos, una sala de conciertos, cafeterías, un estadio de fútbol, y finalmente un aeropuerto y una línea de metro.  Más de 40 yihadistas formaron parte de la red terrorista que perpetró los atentados de París y Bélgica. La mayor parte de ellos, ciudadanos franceses y belgas, algunos con vínculos entre ellos. Hizo falta una masacre como la de París para descubrir que Bélgica, el corazón de Europa, anidaba un importante número de radicales extremistas. Es más, fue en ese país en donde fueron organizados los atentados de noviembre del año pasado.  

Tres días antes de los sucesos de Bélgica de la semana pasada, todos aplaudíamos la detención de Salah Abdeslam, el fugitivo en busca y captura desde los atentados de París. Un aplauso a medias por la lentitud del operativo y por saber que es probable que en ningún momento éste haya podido estar en otro país que no fuera Bélgica, adonde regresó en la misma noche del 13 de noviembre. Su arresto desencadenó o precipitó otro ataque terrorista, lo que denota que el tiempo que las autoridades tardaron en encontrarle fue suficiente para planificar un nuevo golpe.  

Tanto en el caso de los atentados de París como en los de Bruselas, el shock inicial de los sucesos se tradujo, a modo de réplica, en un aumento de los bombardeos por uno y otro país a las posiciones del Daesh en Siria. Una medida fruto del impulso vengativo que no hace más que servir de parche y ocultar el inmovilismo dentro de la propia Unión Europea.

No obstante, los atentados de Bélgica pusieron en evidencia la ineficacia del servicio de inteligencia belga y la deficiencia de su operativo antiterrorista, por una parte, y la falta de cooperación entre las agencias de inteligencia europeos, por otra. “Un Gobierno de incompetentes”. Con esta dureza calificó el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, al Gobierno belga tras saber que uno de los suicidas, Ibrahim El Bakraoui, fue deportado hasta en dos ocasiones desde Turquía por intentar cruzar la frontera a Siria. En su momento, las autoridades turcas alertaron acerca de la amenaza que suponía, aunque esta fue ignorada y minimizada por las autoridades europeas por no registrar vínculos con el terrorismo. Debido a esto, a El Bakraoui no sólo no se le detuvo, sino que en ningún momento se le interrogo.

La falta de cooperación a nivel europeo ha sido ya confirmada por los líderes europeos en la reunión de los ministros de Interior de los Veintiocho, que mantuvieron la semana pasada, tras los atentados de Bruselas. En la misma asumieron un mea culpa vago al reconocer también que las medidas de seguridad con las que se comprometieron hace cuatro meses no han sido aún aplicadas. “Los que perpetraron los atentados en Bruselas eran bien conocidos por los servicios de inteligencia. Lo mismo ocurrió en París”, confesó el comisario europeo de Interior, Dimitris Avramopoulos. Ante esta revelación, el ministro del Interior en funciones español, Jorge Fernández Díaz, justificó la falta de cooperación aludiendo a que el intercambio de inteligencia no es un asunto fácil debido a que “nunca se sabe quién es el último destinatario” de la información proporcionada; España ha confirmado que los terroristas que atentaron en Bruselas no figuraban en las bases de datos españoles, aunque sí se tenía un “conocimiento indirecto” de los mismo. Frente a esto, el aislamiento y que cada uno se apañe como pueda.

Europa no necesita de medidas y planes adicionales, sino aplicar con mayor celeridad las que ya han acordado meses atrás. El registro de pasajeros aéreos, una medida que lleva tiempo juntando polvo, apenas ha recibido el compromiso para ser  aplicado y es previsto que entre en vigor en el mes de abril. Está bien asumir el error, aunque más que eso Europa debe tomar ya consciencia de la amenaza real que supone el Daesh y sus combatientes para la estabilidad y seguridad internas, y priorizar la lucha contra el terrorismo a base de mayor celeridad a nivel interno, con medidas concretas y eficaces. Reforzar los bombardeos a posiciones del enemigo a distancia es una predisposición con resultados visibles a largo plazo. Sin embargo, no se puede ignorar la naturaleza del conflicto cuya asimetría requiere de acciones multidimensionales y multidisciplinares. La lucha contra el terrorismo yihadista debe pasar por una estrecha colaboración de los Estados y la toma de decisiones a nivel interno de cada país, que no exclusivamente deberían pasar por un aumento de la seguridad. A esta altura la sociedad internacional debería tener un conocimiento perfecto del enemigo, que es por donde comienzan a ramificarse las decisiones. Daesh solamente ha demostrado hasta la actualidad su capacidad de adaptarse a cualquier circunstancia, muy por encima de la capacidad de respuesta de los Estados europeos.

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