Una vez más Bamako, otra vez África

Teniente Coronel Jesús Díez Alcalde

Mientras Mali intenta asentar un complejo proyecto de unidad nacional, la yihad ha vuelto a golpear en su capital Bamako. El objetivo, una vez más, ha sido dinamitar la línea de flotación de cualquier estado, su estabilidad; y también atacar a la comunidad internacional, secuestrando y masacrando a inocentes en el emblemático hotel Radisson Blu, insignia de la ciudad y donde se hospeda un gran número de extranjeros. En el ataque, murieron al menos 17 de ellos a manos de unos criminales que, al grito usurpado de «Alá es grande”, siguen imponiendo y proyectando su interpretación fanática, excluyente y violenta del Islam.

En clave de análisis de la amenaza, este nuevo ataque demuestra una alarmante certeza: lejos de desaparecer, la yihad ofensiva sigue muy presente en el Sahel, se está expandiendo peligrosamente hacia el sur, y tiene una mayor capacidad para preparar y ejecutar su campaña de terror. A pesar de la contundente batalla con la que las fuerzas armadas malienses, de Naciones Unidas (MINUSMA) y francesas (Operación Barkhane) se están enfrentando al fanatismo salafista en Mali, los terroristas están demostrando una preocupante resiliencia, que se nutre del descontrol en las fronteras (expansión y ocultación), de la inmensa criminalidad organizada que atraviesa la región (financiación), y de la ausencia del poder estatal –seguridad, gobernanza y desarrollo– en la mayor parte del norte del país (captación y radicalización).

En las redes sociales, dos milicias terroristas –ambas secuaces de Al Qaeda en África– se arrogaron la autoría de la matanza, aunque todo indica que, detrás de este nuevo acto de barbarie, está el argelino Mojtar Bel Mojtar, apodado ya el Bin Laden del Sáhara,  al que se ha dado por muerto en demasiadas ocasiones. Este, en 2013, anunció la creación de Al Murabitun, una nueva marca del terror que unía a Los Firmantes con Sangre –de mayoría árabe– con el Movimiento por la Unificación de la Yihad en África Occidental (MUYAO), formado por fundamentalistas mauritanos y de raza negra. Desde entonces,  se ha convertido en el grupo más activo en toda la región, aunque el entramado extremista de esta zona se completa con los terroristas tuaregs de Ansar Dine, que encabezó la ofensiva yihadista contra Bamako en enero de 2014; y el recién creado Frente de Liberación de Macina, que asesinó a doce personas en el atentando del pasado agosto en la ciudad de Mopti.

En clave interna, además de la repulsa y la preocupación por esta nueva barbarie, este atentado también deja otras evidencias, todas ellas de vital importancia para el futuro de Mali y más allá de sus fronteras. En el plano muy positivo, debe reconocerse el impresionante trabajo de las fuerzas de seguridad y policiales malienses, que asumieron el protagonismo de una operación de rescate extremadamente compleja y evitaron así –con el apoyo posterior de militares franceses y de Naciones Unidas– que la matanza fuese aún mayor. Desde 2013, la misión EUTM de la Unión Europea –con 117 militares españoles– está instruyendo a los soldados malienses; y, aunque queda mucho por hacer, lejos queda ya el año 2012, cuando fueron aniquilados y expulsados del norte de Mali por los rebeldes tuareg.

En el ámbito político, estos terribles hechos deben convertirse en una advertencia clara al gobierno y los movimientos rebeldes tuaregs de que, mientras no sean capaces de consolidar un acuerdo cierto de paz, los terroristas seguirán sacando rédito de la inestabilidad, de la debilidad endémica y de la pobreza extrema que aún imperan en el país. Por último, hay que subrayar el coraje y la voluntad del presidente Keita que, en nombre de su pueblo y ante el mundo, clamaba que «Mali no se va a cerrar por este ataque. Tampoco París lo hizo ni lo hará (…). En ningún lugar del mundo estamos seguros frente a estos bárbaros». Ante esta última muestra de salvajismo y sinrazón en Bamako, a la comunidad internacional solo le resta reforzar su determinación, coordinación y compromiso para erradicar el yihadismo que, desde África como desde cualquier otra parte del planeta, nos amenaza de forma directa.

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