Irán y Rusia: La alianza imperfecta

Alejandro Martín Iglesias

Pie de foto: Los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y de Irán, Hassan Rohaní, estrechan sus manos. 

A medida que el conflicto sirio va agravándose día tras día, el mundo parece asistir a una nueva guerra fría, especialmente en esas zonas siempre calientes del planeta que son Oriente Medio y el Golfo Pérsico. Si la pugna ideológica entre Irán y Arabia Saudí parece la punta del iceberg en esta nueva confrontación, la realidad es más parecida a un complicado juego de alianzas y rivalidades donde no existen los bloques homogéneos. Tampoco los amigos ni los enemigos permanentes. Rusia emerge hoy como una potencia desafiante y reclama un papel decisivo frente a la tradicional hegemonía estadounidense, hallando en el tumultuoso panorama de los países árabes una oportunidad para expandir sus fuerzas. Sin embargo, otro actor político trascendental se cruza en su camino. Puede ser tanto un obstáculo como un útil aliado, dependiendo de sus buenas o malas relaciones. La vecina incómoda de Rusia no es otra la República Islámica de Irán.

Históricamente, ambas naciones han compartido un devenir común y unas relaciones contradictorias. En el plano ideológico, lo primero que llama la atención es la asunción de discursos que tienen como meta el liderazgo en sus respectivas zonas de influencia. En el caso ruso, el eurasianismo de Vladimir Putin, que busca establecer un puente entre Europa y Asia con la nación rusa a la cabeza. En el caso iraní, la singularidad religiosa que el actual país de los Ayatolás representa desde hace siglos, con el islam chií como religión mayoritaria. Además, los dos países tienen en común el haber vivido un proceso de occidentalización parcial, y en cierta medida, incompleto. Hoy más que nunca, las posturas antiimperialistas de sus respectivos líderes son similares, o cuanto menos, comparables, pero el vínculo que une estas dos naciones está lejos de ser sólido y duradero, más bien puede cambiar en cualquier momento si la situación lo requiere.

Acercamientos y rivalidades

Durante los primeros tiempos de la República Islámica, la URSS era el gran enemigo después de los Estados Unidos y una fuente potencial de inestabilidad. Con la caída del muro y la “pax americana”, la colaboración ruso-iraní era inevitable, comenzando un acercamiento formal durante los 90 que incluyó la venta de armas por parte del Kremlin. A cambio, esperaba la garantía de Teherán de no exacerbar los ánimos islamistas dentro de las fronteras rusas. Por otra parte, la época de Ahmadineyad ha supuesto para Rusia una política más firme, de arbitraje frente al complicado tema nuclear. Algo, aún así, intolerable para una República Islámica que recibió la indiferencia rusa ante las duras sanciones económicas impuestas por la ONU.

Rusia contempla al vecino iraní como un rival a largo plazo, y tolerará el expansionismo ideológico de este último únicamente en la medida en que coincida con sus intereses. Precisamente en ésto divergen sus caminos; mientras que Irán aspira a consolidarse en su zona geográfica, el objetivo de Rusia parece ser el de prolongar indefinidamente el enfrentamiento entre Irán y Arabia Saudí, ejerciendo un papel mediador y evitando un conflicto directo. Querría, por lo tanto, mantener una apariencia de neutralidad, con tal de fortalecer una imagen de liderazgo. Entre los postulados de Putin está mantener a Bashar Al-Assad en el poder, pero no puede descuidar las relaciones con Israel y el mundo sunní, que aspira a afianzar por el bien de las necesidades energéticas rusas.

La guerra energética y el problema kurdo

Las necesidades energéticas determinan en gran medida las actuales relaciones ruso-iraníes. Se ha hablado nada menos que de una guerra por el gas natural como causa principal de la catástrofe siria, motivada por este negocio y por la construcción de gasoductos que transporten eficazmente tan preciado recurso natural. Por un lado, Irán está respaldado principalmente por Rusia. Por otro lado, Qatar tiene el apoyo de Estados Unidos. La disputa la constituiría un acuerdo político que permita la colocación de un gasoducto en territorio sirio, con lo cual se aumentaría en gran medida la cantidad de gas transportado. Y evitaría, en el caso de Qatar, el largo y costoso viaje marítimo del gas. La importancia de Siria es la de un territorio de paso, que facilite la llegada del gas a zonas con las mejores posibilidades de venta. Es decir, Europa.

El denominado “gasoducto chií” fue aceptado por Bashar Al-Assad en 2010, cuatro meses después del estallido de las protestas previas a la guerra, en un momento en que la economía iraní atravesaba un mal momento debido a las sanciones. Iba a discurrir por Siria y por Irak, hasta llegar Europa, lo cual representaría un mal asunto para Estados Unidos y sus aliados del Golfo. Paradójicamente, la retirada de sanciones a Irán tras el acuerdo nuclear ha despertado en Rusia el temor a ser reemplazada en el mercado europeo del gas. Debido al bajo precio del petróleo, Irán ha incrementado la producción. Algo fatal para Rusia, que tras el conflicto de Ucracia sufre ahora la misma suerte que hasta hace poco sufría la República Islámica en materia de sanciones. La ayuda militar en Siria, en este sentido, no parece haber sido correspondida en el plano económico.

Respecto a la cuestión kurda, la postura rusa frente a la autodeterminación, o bien integridad territorial de otros países, también es cambiante según la situación. Se asemeja a un complicado juego de malabares, donde una decisión puede suponer acercamientos y distanciamientos, depende de con quién. Si bien el conflicto de Ucrania ofrece pocas dudas, la idea de un Kurdistán independiente es bastante más delicada para el Kremlin. Apoyar abiertamente el separatismo kurdo supondría la enemistad de Irán y Turquía, y para colmo, un hipotético estado kurdo podría ser pro-occidental. Rusia ha aprovechado la cuestión kurda para presionar a Turquía y ganar influencia. Pero para Irán, cualquier separatismo puede ser perjudicial y desestabilizador de su propia integridad, y en este sentido, requiere de un pacto social y económico fuerte para evitar semejante colapso. Así pues, volvería al tablero de juego el interés económico por encima de todo.

Perspectivas de futuro

Se ha hablado de las implicaciones que pudiera tener la retirada estadounidense de Oriente Medio y de la oportunidad que supondría para Rusia la ocupación de este vacío de poder. Las recientes decisiones de Trump en la zona parecen indicar que la gran potencia americana se resiste a abandonar su posición privilegiada. No obstante, las posibilidades de un espacio político compartido parecen cada día mayores. El doble acercamiento iraní tanto a Rusia, en su alianza frente al asunto sirio, como a Estados Unidos, tras el acuerdo nuclear, supone un ejemplo de ello.

Rusia busca formalizar relaciones de cooperación económica con países de tendencia anti-occidental. Más que por simpatías ideológicas, ésto se debe a que dichos países suelen soportar la carga de sanciones y no están monopolizados por empresas estadounidenses, con lo que sus necesidades económicas son mayores y más urgentes. No es beneficioso para el gobierno de Putin que la postura estadounidense pueda volverse favorable a estos países díscolos; de ahí las relaciones tirantes con un Irán que hoy siente la tentación de estrechar sus lazos con el mundo occidental tras años de penuria económica.

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