La primavera tecnológica llega a África

Carlos Bajo Erro/MundoNegro.es 

Los tech hub, claves en el futuro del continente. Los espacios de innovación tecnológica se multiplican en todo el continente. La mayoría de ellos trabajan para mejorar la calidad de vida de los africanos. El ecosistema tecnológico africano está en una perpetua primavera. Como modernas flores de la sociedad de la información, florecen espacios de innovación tecnológica. Entre el asfalto de las ciudades del continente se abre paso una nueva energía creativa. Entre otras manifestaciones, esta explosión transformadora adquiere la forma de centros de reinvención del mundo digital. De Nairobi a Dakar, de Lagos a Kampala, o de Yuba a Lomé, una tupida retícula une estas modernas flores, ya no tan raras. Allí se piensa un nuevo continente. Allí reinventan soluciones para hacer la vida más fácil a los ciudadanos. Allí se construyen los emisores que tratan de bombear al resto de la sociedad transparencia, participación, justicia, democracia, igualdad de oportunidades… Todo entre líneas de código, entre circuitos impresos y bits.

El de los tech hub (que podría traducirse como centro de conexión o centro de operaciones) es un fenómeno que ha explotado en los últimos años en las ciudades africanas y que está llamado a ser una de las claves del futuro más próximo. Ninguno ha cumplido todavía los diez años y, sin embargo, ya cargan con unas enormes expectativas. A los espacios de innovación –eso son los tech labs– se les ha atribuido la ­responsabilidad de que el continente pueda engancharse a los trenes que están por venir, similares a aquellos de los que ha sido apeado en el pasado. Los trenes de la innovación tecnológica, de la economía digital e, incluso, de la democratización, parecen haber fijado sus ventanillas de venta de billetes en esos espacios tecnológicos que no tienen una definición unívoca. “Si quieres ir deprisa, vete solo; si quieres ir lejos, vete acompañado”. Es una de esas frases que se etiquetan con la imposible divisa del proverbio africano, pero que, a pesar de su indeterminado origen, es la enseña de muchos de los pioneros de estos centros.

 

Pie de foto: Un miembro de Wecycler recoge basura para reciclar en el distrito de Surelere, en la ciudad de Lagos./Getty Images

Espacios con identidad propia

Para la experiencia europea, un tech hub africano es una mezcla de espacio de coworking (cotrabajo), incubadora de empresas y asociación de activistas. Sin embargo, las fórmulas en las que se materializa el concepto tienden al infinito. Cada espacio busca un esquema propio en el que se tienen que determinar desde las formas de financiación, hasta la filosofía, pasando por el enfoque –más comercial o más social–, o por los objetivos. Puede ser un simple prestador de servicios o el seno de una comunidad; puede estar sostenido por una organización internacional, ser autosuficiente o beber de una multinacional del sector tecnológico. No es de extrañar la diversidad, teniendo en cuenta el ritmo de aparición de estos espacios en la geografía del continente.

En septiembre de 2015, el Banco Mundial (BM) identificó 117 tech hubs en el continente. En julio de 2016, la GSMA, una asociación mundial de operadores de telefonía móvil y otras compañías del sector, identificaba 314 espacios de innovación activos en África. A pesar de que los criterios de las dos investigaciones no son exactamente las mismas, que estas estructuras se hayan multiplicado casi por tres en menos de un año es representativo. Sin embargo, si los datos llaman la atención, no dejan de ser curiosas también las fuentes. El BM ha desarrollado una estrategia específica para el seguimiento de los tech hub, porque cree que tienen un potencial fundamental para el desarrollo de los países africanos. La ­GSMA, también les dedica su atención, considera que su actividad es clave para que se implanten las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y para que se extienda su uso y con ellas, evidentemente, la tecnología móvil.

Las fórmulas que adoptan estos espacios se han ido multiplicando a medida que se van haciendo más populares, porque cada emprendedor y cada colectivo impulsor busca su identidad y las características que más se adecúan a sus necesidades. Ya sean tech hubtech labsmaker space (espacios de trabajo colaborativo), ­hacker space (laboratorios para el desarrollo de la investigación y el desarrollo), fab labs (laboratorios de fabricación de objetos muy vinculado con la tecnología y el mundo digital) o cualquier otra etiqueta, estos espacios tienen, al menos originalmente, la preocupación social y el trabajo colaborativo impreso en su ADN. Los pioneros mantienen de forma inequívoca el enfoque de transformación y beneficio social. Algunos de los que se han ido sumando al fenómeno han podido cambiar algunas de las prioridades.

Ese grupo de los que desbrozaron el camino de la tecnología al servicio de la gente está disperso por todo el continente y, en muchos casos, ha creado escuela, de manera que en la diversidad de los recién llegados al ecosistema digital también hay convencidos de que su objetivo es mejorar la vida de la ciudadanía. El CoCreation Hub de Lagos ha albergado el nacimiento de Wecyclers, una compañía que permite la recogida de residuos domésticos en la megalópolis nigeriana, la ciudad más poblada del continente, alimenta a la industria del reciclaje, permite a las clases populares obtener rendimientos de la basura y ha diseñado un proceso de tratamiento sostenible y nada contaminante. BudgIT o GoVote.ng son otras dos compañías crecidas en el mismo tech lab, una pretende divulgar la distribución de los presupuestos públicos, la otra la participación durante las elecciones.

Pie de foto: Presentación en Kasungu de un dron para el envio de medicamentos. Getty Images

De los albores del ciberactivismo africano y de los padres y las madres de Ushahidi nació iHub, el espacio de innovación que se ha ganado el respeto y la admiración del resto de centros del continente porque pone de manifiesto cómo la energía creativa desborda un espacio de innovación. En torno a ese grupo inicial de ciberactivistas y tecnólogos hay toda una constelación de iniciativas, proyectos, herramientas y espacios que tienen en común el uso de las TIC y la voluntad de transformar la sociedad. Aquella plataforma de ­crowdsourcing (recogida colectiva de datos), que fue el germen del latido más poderoso de la tecnología en el continente, precedió incluso al tech hub. Después de aquello, la comunidad fue creciendo y sumando elementos.

En el universo Ushahidi hay, por ejemplo, un makerspace como ­GearBox donde se trabaja con el hardware, los componentes o el aparataje para buscar soluciones concretas a necesidades locales. Hay también derivados de Ushahidi pensados para hacer frente a situaciones concretas, como crisis humanitarias. Se ha concebido, incluso un módem diseñado para un uso en itinerancia y en las condiciones más difíciles de humedad, polvo o dificultades de suministro eléctrico. “Si funciona en África, funciona en cualquier sitio”, decían los impulsores cuando pretendían convencer de la utilidad de un dispositivo así. La actividad se ha diversificado dando cabida, igualmente, a un espacio en el que se fomenta la transformación social a través del arte y de la tecnología, o un lugar virtual en el que se entremezclan proyectos africanos y asiáticos con la voluntad de generar inteligencia colectiva en un enfoque de colaboración mutua en el sur global.

La sorpresa de Lomé

Tratando el tema de los ingenios se impone fijar la vista en una de las capitales más pequeñas del continente, Lomé. Allí, en un barrio popular, se ha obrado un logro espectacular, que quizá sea una de las mejores muestras de esa energía creativa que se libera en los espacios de innovación. Un joven sin formación técnica previa, Afate Gnikou, reconstruyó una impresora 3D a partir de piezas y componentes desechados y reciclados. La W.Afate, así bautizó al artilugio, fue concebida y construida en WoeLab, uno de los espacios de innovación con una propuesta más fresca y transformadora del continente y con un mérito adicional, se abre paso en Togo, uno de los países con menor presencia de las TIC.

WoeLab tiene la forma de un ­fab lab. Pretende ser, en realidad, un germen, una semilla, el principio de una epidemia benigna que vaya desencadenando el cambio a medida que se extiende. Séname Koffi imaginó este espacio como el origen de su ambicioso proyecto HubCité, que combina tecnología, urbanismo, participación ciudadana, transformación social y conocimientos locales para acabar convirtiendo la ciudad en un espacio hecho a la medida de sus habitantes y definido por ellos mismos. Aunque se trata de un sueño con tintes de utopía, sin embargo, ha dado frutos en sus primeros pasos.

En Yuba, la capital de Sudán del Sur, despunta otro ejemplo de un espacio de innovación que se abre paso en un entorno poco amable. La independencia del país desencadenó una ola de esperanza que la guerra ha diluido. Entretanto, un grupo de emprendedores de la nueva economía digital lanzaron JHub, un espacio de innovación, en una de las capitales más jóvenes del mundo. Ligado, desde su nacimiento, a un encuentro en el que se buscaban fórmulas para poner la tecnología al servicio de la construcción de la paz, una de las obsesiones de sus impulsores es construir el andamiaje del futuro de un país en paz.

Pie de foto: Interior de The Hub, un centro de innovación social en Ciudad del Cabo (Sudáfrica). Getty Images

Tecnología para la paz

El objetivo de Lagu Stephen, uno de los padres del JHub, es el día después de la conquista de la paz. Cuando todo haya acabado, el país necesitará de todo y en JHub intentan formar a los jóvenes que harán frente a esos retos.

Por último, el ejemplo de ­Jokkolabs demuestra cómo este fenómeno se extiende por el continente. Karim Sy, un emprendedor senegalés inició el proyecto en Dakar en 2010.

Bamako, Uagadugú, Casablanca, ­Abiyán, Cotonú y ­Banyul forman parte de la iniciativa siete años después. Un espacio de Jokkolabs en Nanterre (Francia), completa la lista. El senegalés ha concebido, además, modelos de negocio y de organización diferentes para cada centro, dependiendo del entorno que se ha encontrado en cada país.

En la mayor parte de estos espacios, las comunidades locales y las sociedades civiles tienen un protagonismo especial. Karim Sy se ha apoyado en las estructuras de cada lugar para enraizar el proyecto. En los primeros locales que el centro ocupó en Dakar se conocieron algunos de los activistas que dieron a luz a una de las comunidades más dinámicas del oeste del continente. Los recursos del tech hub sirvieron para una iniciativa de control de las elecciones en 2012, impulsada por una veintena de organizaciones de la sociedad civil. Casualmente, una parte de esa iniciativa se apoyaba en un desarrollo particular de Ushahidi. El círculo se cerraba, o más bien, la espiral continuaba creciendo.

En Kampala, Antananarivo, Adís Abeba, Lusaka, Abiyán o Kigali… Pocas capitales del continente africano están huérfanas de estos espacios de innovación en los que muchos jóvenes han depositado sus esperanzas de encontrar una nueva forma de vida y una herramienta para construir una nueva sociedad. Estos tech hub son la máxima expresión del abanico de nuevas oportunidades que ­desencadenan las TIC en los diferentes países africanos. La mayor parte de ellos han mantenido intacto el espíritu del código abierto, de la cultura libre y del trabajo colaborativo, el que afronta el desarrollo de las TIC en términos de cooperación y no de competencia. Esta filosofía ha entroncado con el sentimiento de comunidad de la mayor parte de las sociedades en las que ha encontrado el mejor caldo de cultivo, ha llevado al extremo la voluntad social y ha acelerado la capacidad de innovación, dando resultados sorprendentes.

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