Marzuki promete impunidad a los terroristas tunecinos que abandonen las armas

Por Paco Soto
Foto: Moncef Marzuki
El presidente de Túnez, Moncef Marzuki, prometió esta semana una amnistía a los terroristas yihadistas que abandonen las armas y no hayan cometido crímenes de sangre. “Hemos decidido en el último consejo de seguridad que habrá una ley de amnistía  y de reconciliación para aquellos que no tengan las manos manchadas de sangre. Estas personas tienen un lugar en el seno de nuestro pueblo”, declaró el mandatario tunecino. Marzuki hizo este anuncio durante un acto oficial que se celebró en el monte Chaambi, donde desde el año 2012, el Ejército persigue sin éxito a un grupo armado relacionado con Al-Qaeda. “Abandonad las armas, bajad de las montañas y regresad a casa”, dijo Marzuki. El presidente tunecino, que llegó a la jefatura del Estado el 13 de diciembre de 2011, es médico de profesión, escritor y un político democrático y comprometido con la defensa de los derechos humanos. En la etapa del dictador Zine El Abidine Ben Ali, Marzuki desempeñó un papel muy activo en la lucha contra la represión. Partidario del diálogo para solucionar los problemas políticos, Marzuki tendió la mano a los islamistas de Ennahda, lo que le valió críticas de los sectores más laicos del país. La  apuesta política de Marzuki para acabar, o al menos debilitar y dividir al yihadismo local, es arriesgada, porque los terroristas ligados a Al-Qaeda u otros movimientos violentos son numerosos y hasta la fecha no han demostrado ninguna voluntad de diálogo y compromiso. Todo lo contrario, los grupos que se reclaman del salafismo yihadista son muy críticos con los islamistas de Ennahda y quieren acabar con el Estado mediante la violencia y el terrorismo. 
 
El salafismo yihadista irrumpió en Túnez después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y atrajo a una nueva generación de jóvenes islamistas fascinados por las ideas de Al-Qaeda y las actividades de las resistencias chechena, afgana e iraquí. Los nuevos salafistas se alejaron de Ennahda al considerar que este movimiento no era lo suficientemente radical y el sector más extremista abrazó el terrorismo. El movimiento yihadista enfrentado al Estado más importante es en la actualidad Ansar Al-Sharia (Los Partidarios de la Ley Islámica). Creado en abril de 2011, ha conseguido implantarse en los barrios populares y cuenta con unos 40.000 militantes sobre una población de 11 millones de habitantes. Este grupo se dividió en dos sectores: el estrictamente religioso y los partidarios de la violencia, según señala Aaron Y. Zelin, investigador en el Institute for Near East Policy de Washington. Entre los defensores del terrorismo, el colectivo más activo es el Grupo de Combatientes Tunecinos (GCT), que ha alimentado las redes yihadistas en países como Irak y Afganistán. Su líder es Abu Ayad, fue condenado a 43 años de cárcel en 2003 y amnistiado por el nuevo poder en enero de 2011. Tomó entonces la dirección de Ansar Al-Sharia y pasó a la clandestinidad después de atacar la Embajada de Estados Unidos en Túnez, el 14 de septiembre de 2012. Abu Ayad podría haber huido a Libia, donde también existen grupos yihadistas muy activos. La mayoría de los terroristas tunecinos son jóvenes entre 15 y  35 años y viven en barrios pobres de las grandes ciudades y en poblaciones abandonadas en el interior del país. 
 
Según diversos cálculos de expertos, unos 2.000 yihadistas tunecinos se fueron a Siria a combatir el régimen de Bashar al-Asad, pero también a Malí y Argelia. La televisión oficial siria va mucho más lejos y afirma que los  yihadistas tunecinos son unos 17.000 combatientes y la mayoría ha vuelto a su país de origen. Otras fuentes rechazan esta cifra y aseguran que entre estos terroristas hay muchas personas de origen palestino, jordano, saudí, libio checheno y bosnio. Los yihadistas tunecinos, que son muy activos en la zona del monte Chaambi, suelen atacar a las fuerzas policiales y militares y a otros representantes del Estado, pero también son  política y religiosamente activos en muchas ciudades. Según el analista Michaël Béchir, ha surgido una corriente en el seno de este movimiento que cuestiona la violencia terrorista y se decanta a favor de un movimiento político parecido al Frente Islámico de Salvación (FIS) argelino. Pero el sector mayoritario defiende una linea radical y es partidario de la estrategia de Al-Qaeda, como quedó claro en el congreso de Kairuán celebrado en mayo de 2012. 
 
 

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