Uzbekistán, clave para la estabilidad de Asia central

Alberto Rubio/ Director de The Diplomat in Spain

Pie de foto: Imagen del presidente electo de Uzbelistán, Shavkat Mirziyóyev.

¿Seguridad o libertad? ¿Son compatibles dos conceptos que desde los ataques del 11-S, a menudo, se han presentado como antagónicos? ¿Qué necesita Uzbekistán? ¿Qué necesita Asia Central? ¿Y qué necesitan las potencias mundiales en esta región? Es, sin duda, un escenario complejo en el que no se puede hablar de blancos y negros, sino de una extensísima escala de grises.

La reciente elección de Shavkat Mirziyóyev como presidente de Uzbekistán deja suficientes certidumbres sobre la nueva etapa que se abre en el país más poblado de Asia Central y clave en el futuro de toda la región. Esas certidumbres empiezan por la continuidad de las políticas emprendidas por su mentor, el fallecido Islam Karimov.

Nadie duda de que, en lo referido a la seguridad, Mirziyóyev seguirá la senda marcada por el anterior presidente. La lucha sin cuartel contra el terrorismo islamista diseñada por Karimov le ha valido a Uzbekistán el apoyo de todas las potencias –Rusia, China y Estados Unidos- que ven en este país un aliado clave frente a los talibanes afganos o los terroristas autóctonos, como el Movimiento Islámico de Uzbekistán o la Unión de la Yihad Islámica. Y ésas, aunque haya quien minimice la fuerza de estos grupos, son amenazas que no hay que perder de vista.

Esa política de firmeza frente al extremismo también le ha costado a Uzbekistán las críticas de numerosas organizaciones de derechos humanos. No obstante, en un entorno tan inestable como el de Asia Central es necesario imaginar qué puede ocurrir si se rebaja el control sobre los terroristas islamistas y si, además, regresan a la zona los más de 3.000 combatientes, según cálculos de la inteligencia rusa, que luchan en Siria en las filas del Daesh.

La gran apuesta de Uzbekistán en estos años ha sido, precisamente, no dejar lugar a dudas: tolerancia religiosa, sí; permisividad con los grupos radicales y terroristas, no. En un país donde el 90% de la población es de confesión musulmana suní es algo que hay que considerar, ya que no es descartable el riesgo de que una parte de la población se sienta atraída por las proclamas de los radicales.

Precisamente por ello, el desarrollo económico de Uzbekistán es esencial. Más oportunidades laborales, mejores salarios, un mayor bienestar de la población en suma contribuirán a afianzar la democracia. Esos son los objetivos que se ha propuesto el recién elegido presidente Mirziyóyev en la nueva etapa que ahora comienza tras unas elecciones que han sido modélicas en cuanto a su organización y desarrollo, según todos los observadores internacionales que han asistido a la consulta.

Habrá quién sospeche de unas cifras tan elevadas de respaldo (el 88% en números redondos votó por Mirziyóyev), pero los votantes han optado por una continuidad ya prevista con la elección de Karimov en 2015 y sólo rota por su fallecimiento en septiembre. La democracia se irá consolidando, poco a poco, si desde Occidente llegan mensajes constructivos y no sólo críticas.

Uzbekistán no es un país perfecto, obviamente. Pero, ¿alguno lo sería, o lo es, en similares circunstancias económicas, geopolíticas y estratégicas? La respuesta es no. La cuestión que se dilucida es si el islamismo radical se apoderará de la región en los próximos años. Y Occidente debe aprender de experiencias anteriores para evitarlo. Apoyar el desarrollo de Uzbekistán es fundamental para contener una amenaza que se desató en Afganistán, unos kilómetros al sur, y que todavía sigue viva.

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