Hanoos Hanoos: una vida por y para la pintura
Autor: Ana Fernández Parrilla
(Entrevista publicada en la revista Banipal)
Pintor, grabador y profesor. Licenciado y Doctor en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid. En 1974 comienza sus estudios de licenciatura en el Instituto de Bellas Artes de Bagdad finalizando en 1979. Tras viajar a Italia y por varios países europeos, ingresa en 1984 en la Facultad de Bellas Artes de Madrid. En 1991 obtiene el doctorado con su tesis sobre la obra de Al Wasiti con calificación Cum Laude. Realiza también estudios de Historia del Arte, Filosofía y Estética.
Ha realizado 39 exposiciones individuales y más de un centenar de exposiciones colectivas; ha obtenido varias becas, entre las que destacan la del Ministerio de Asuntos Exteriores y la del Instituto Hispano-Árabe de Cultura (IHAC) y 41 premios hasta la fecha.
La obra de Hanoos se encuentra expuesta en varios museos en distintas instituciones públicas y privadas, tanto en España como en otros países. De nacionalidad española, reside en Madrid desde 1981 donde ejerce su actividad como artista plástico y profesor.
Hanoos es un gran lector de poesía y de literatura tanto oriental como occidental, y pertenece al Consejo de Redacción de Banipal.
Hanoos, naciste en Kufa, Irak, una ciudad vinculada al conocimiento y la literatura desde sus comienzos.
Kufa es una localidad próxima a la ciudad de Al-Nayaf, en Irak, bañada por el rio Éufrates, situada a 173 km. al sur de Bagdad; fue una de las ciudades más importantes del sur de Mesopotamia, la residencia de numerosos califas, y la capital del mundo islámico antes de trasladar la capital a Bagdad. Kufa y Basora son las primeras ciudades que se crearon durante los primeros años de la conquista musulmana y se convirtieron rápidamente en centros urbanos importantes, con una activa vida religiosa e intelectual. Cuna de numerosos pensadores, filósofos, poetas, e intelectuales; por ejemplo, Al-Mutanabbi, nacido en Kufa, considerado el mayor poeta árabe de todos los tiempos.
La caligrafía cúfica, que se atribuye a la ciudad de Kufa, está considerada como el más antiguo tipo de escritura árabe, y disfrutó de una condición prominente como medio para escribir el Corán.
Sin embargo, Kufa no hubiera sido tan importante si no fuera por su fértil territorio, la presencia del gran río sagrado, y su cercanía a la ciudad de Al Hira, situada a unos cinco kilómetros al sur. La ciudad Al Hira fue fundada en los primeros tiempos de la era cristiana, allí convivieron distintas culturas; los sasánidas, los cristianos nestorianos, los árabes, y en el último periodo de Babilonia se mezclan en esta región para formar las grandes escuelas culturales.
Desgraciadamente, cuando yo nací, en 1958, ya no quedaba nada de todo eso, pues con la entrada de los mongoles en 1258, fue arrasado todo Iraq. Mis amigos me dicen que como he nacido en Kufa he respirado el aire de esa grandeza que tuvo; quizá el hecho de estar rodeado de ese ambiente cultural y beber el agua del Éufrates, ha podido influir algo a mi forma de sentir actual.
¿Cómo era tu ambiente familiar?
La casa donde nosotros vivíamos era parecida a casi todas las viviendas de Kufa, y, en general, de todo el mundo árabe — totalmente cerrada al exterior donde solo se abre una puerta en la fachada con dos ventanas de muy poco uso. Alrededor de un patio interior abierto al aire libre y con pórtico, estaban distribuidas las habitaciones, un baño, una cocina y un jardín con tres palmeras, que nos abastecían durante todo el invierno de los deliciosos dátiles que tanto añoro; era una fiesta cuando se cortaban a finales de agosto. También teníamos una higuera y un horno rústico vertical de arcilla donde mi madre cocía diariamente tortitas de pan.
En este espacio convivían animales domésticos; cabras, gallinas, pavos, patos, palomas de colores, gatos. Nuestra casa estaba a escasos metros del río Éufrates, de manera que casi aprendí a nadar antes que a andar; por la proximidad del río podíamos consumir los pescados recién sacados del agua, e incluso las truchas llegaban vivas y yo jugaba con ellas.
Generalmente la alimentación de esta zona y casi todo Iraq está basada en una dieta prácticamente vegetariana, fundamentalmente legumbres, arroz, y gran variedad de verduras frescas. Mi madre con gran esmero preparaba esos platos tradicionales, condimentados con especias y hierbas aromáticas que aportaban un sabor inimitable y difícil de olvidar, siendo uno de los mejores recuerdos de la vida en mi país, así como la música, e indudablemente el entorno familiar con el inmenso cariño de mi madre.
¿Cuándo comienzas a sentir atracción por la pintura, por el color, y eres consciente de tu deseo de ser pintor?
Más que a la pintura, el ambiente cultural en Kufa estaba orientado a la literatura, y otras expresiones humanas. Mi niñez, como he dicho, ha sido relativamente feliz sobre todo gracias a la imaginación y los sueños que fabricaba en mi mente, para obtener todo aquello que no podía tener materialmente. Observaba a mis maestros cuando exponían las diferentes materias en la pizarra que solían dibujar; para mí, era algo mágico ver cómo se movía la tiza. Yo me preguntaba cómo podía hacer algo similar, y desde ese momento, se despertó en mí el sueño de ser pintor; de hecho, la pintura ha sido y es para mí como un pequeño refugio que me aísla de todo aquello que no me agrada. Tuve la suerte de tener un primo lejano que era un gran pintor y comencé a ayudarle. Aprendí a utilizar el óleo, la primera vez que lo olí me fascinó ese olor.
Para mí la pintura ha sido y es una necesidad vital, yo siempre he sido muy tímido, ahora no tanto por la edad, pero quería hacer algo que pudiera realizar yo solo, algo que no fuera colectivo. Pretendía ocupar mi tiempo tranquilamente, sin necesitar de los demás. Me he dado cuenta de que la pintura es un mundo, no solamente pintar o no pintar; para mí la pintura es una forma de vida.
Has señalado “la necesidad vital” de pintar. ¿Cómo lograste realizarla?
Animado por un profesor que quizás vio algo en mí, decidí estudiar Bellas Artes, motivo por el cual tuve que desplazarme a Bagdad. Tuve la suerte de que mi familia no se opuso a que yo estudiara esa carrera y tuviera que trasladarme a otra ciudad.
En Kufa vivíamos de forma humilde, pero en Bagdad un tío mío, hermano de mi madre que tenía un alto cargo en la Administración, nos cedió una casa con jardín, construida a la manera europea, a unos diez metros del rio Tigris. Reunía todas las comodidades, nevera, televisión y todas las cosas necesarias en una casa. Mi habitación estaba en el piso de arriba, en un cuarto grande y mis familiares a la hora de comer no sabían si estaba o no, ya que me encontraba pintando en silencio con la radio puesta. Durante los meses de verano copiaba a los impresionistas. La casa tenía dos plantas, un jardín a ambos lados, pero no tenía palmeras, ni animales domésticos, algo que me producía añoranza al evocar ese mundo íntimo y cálido de mi hogar en Kufa, pero me sentía compensado porque tenía la oportunidad de realizar mis estudios. Como no he sido una persona demasiado sociable por mi exagerada timidez, mis vivencias más reales poco tenían que ver con el entorno y la vida de los demás; volcaba mi fantasía y mi mundo imaginativo en ese universo lírico y mágico que me hubiera gustado vivir en la realidad, y como consecuencia, para mí fue la pintura el medio que me permitió transformar la noción de mi espacio.
Acostumbrado a Kufa, lugar de sosiego y vecindad cercana, donde apenas circulan coches, me costó mucho acostumbrarme a esa nueva vida, al tráfico caótico donde para trasladarse de un sitio a otro necesitaba muchísimo tiempo. En las calles, multitud de personas en todas partes. Presentía que no iba a ser un camino fácil, al sumergirme en una ciudad tan distinta de lo que había sido mi medio habitual. Por todo ello me sentí totalmente desubicado, pero era tan grande el deseo de formarme, ya que desde muy joven supe que la pintura era el camino apropiado, donde podía proyectar mi sensibilidad y mi capacidad de invención. Gracias a esta necesidad vital de estudiar la carrera, pude superar todos estos obstáculos y deposité en la pintura toda mi pasión y entusiasmo.
Una vez en Bellas Artes y en los primeros días del curso académico, me sorprendió compartir las clases con alumnos y alumnas de distintas ciudades, costumbres y religiones de Irak, incluso algunos de otros países. Entre las cosas que más me sorprendieron, fue observar que las mujeres iban descubiertas por la calle y en los recintos universitarios; yo solamente las había visto sin cubrir en casa de mis familiares más cercanos y en los espacios cerrados. El contacto con los compañeros fue muy enriquecedor.
Ingresé en el Instituto de Bellas Artes de Bagdad en 1974, con programas de estudios similares a los vigentes en las academias y Facultades europeas, excepto algunas asignaturas que no se impartían en Europa, como la ornamentación geométrica, y la caligrafía árabe. Lo que más me gustaba era estudiar el arte occidental como el impresionismo y el cubismo, movimientos por los que he sentido siempre gran afinidad. La pintura clásica no me atraía demasiado, hacía copias de los maestros que más me gustaban, la mayoría impresionistas. Fue una época muy enriquecedora, y me especialicé en pintura. Cuando comencé la carrera era de los peores alumnos, pero terminé entre los diez mejores haciendo un gran esfuerzo. Tuve la suerte de que todos mis profesores eran artistas reconocidos, no corregían de forma académica, me daban libertad, este hecho fue muy importante para mí, porque recibí una enseñanza libre, contemporánea y nada académica. Obtuve un resultado bastante satisfactorio. En cuarto y quinto de carrera comencé a participar junto a mis profesores en varias exposiciones, la mayoría realizadas en el museo de Arte Contemporáneo de Bagdad.
En aquel momento decisivo de tu carrera artística, decides venir a Madrid. ¿Por qué?
Una vez finalizada mi formación en Bagdad, decidí realizar los estudios superiores fuera de mi país para ampliar los conocimientos. Siempre he tenido la necesidad de aprender, actualmente con sesenta y cuatro años, sigo como un niño que quiere seguir aprendiendo y descubrir nuevas experiencias. Aunque previamente visité Roma, decidí finalmente venir a España. El hecho de fijar mi residencia en Madrid estuvo motivado por la necesidad vital de vivir en un país con una situación política estable, que me brindase la oportunidad de tener una vida tranquila, sin sobresaltos, y me permitiese dedicarme por entero a mi gran vocación y encontrar el cobijo y la protección perdida que sentí al alejarme de mi madre.
En Irak me encontré con un amigo que había estudiado en Madrid y me habló bien de la facultad de Bellas Artes de la Complutense; además tenía un primo empresario en España, con lo cual decidí venirme a España.
¿Cómo fue tu primer encuentro con la ciudad de Madrid?
Llegué a Madrid en 1981. Fue un choque frontal: me encontré con una cultura muy diferente, de la que conocía muy poco o casi nada, y no hablaba nada de español. El desconocimiento del idioma fue un gran impedimento, por no poder comunicarme, sobre todo en los dos primeros años, y obviamente me puse a estudiar castellano en una academia, aprendiendo en la calle y también con la televisión.
A principios de la década de los ochenta, Madrid, como algunas ciudades españolas, estaba en un proceso de apertura hacia nuevas corrientes del exterior. Había muy pocos extranjeros y La Movida madrileña me acogió con los brazos abiertos, aunque yo no entendía que estaba pasando, con tantas actividades culturales y tanta libertad. Para mí era suficiente vivir en un país donde podía ejercer mis actividades libremente.
Obviamente no participaba en todas las actividades de La Movida, especialmente por mi estricta educación y por mantener mis valores. Me sentía fascinado ante los cambios políticos y económicos, que me motivaron y dieron significado a mi trabajo.
Con un amigo visité el Museo de Arte Contemporáneo, puesto que entonces no existía el Reina Sofía; solamente había visto los cuadros reproducidos en blanco y negro, y me sentía nervioso al estar ante las obras originales. Comencé a visitar las galerías de arte y las fundaciones donde se exhibía pintura moderna y contemporánea; pasaba horas y horas contemplando las obras de grandes artistas, Picasso y Juan Gris con sus radicales propuestas, y el surrealismo de Miró con su minuciosa fragmentación cromática, así como obras de otros pintores españoles y extranjeros; era como un sueño. Sin embargo, no me produjo la misma sensación ver por primera vez las obras de arte clásico. De hecho, tardé muchísimo en visitar el Museo del Prado. Solía ir solo, para vivir esta experiencia, disfrutarla íntimamente, y poder estar todo el tiempo necesario.
Los movimientos artísticos que más me impactaron fueron las vanguardias, fundamentalmente el Cubismo, que con su radical propuesta revolucionó las bases de la creación plástica durante las primeras décadas del siglo XX. Me encontraba ante una mirada nueva e innovadora, de enorme modernidad, una estética impresionante que me interesaba mucho, la presencia de la línea, la utilización del color, la composición, la fragmentación de los objetos, la disolución de las formas hasta tornarlas irreconocibles. A partir de esta etapa comencé a vivir en contacto directo con el mundo del arte y mi actividad fue incesante.
En 1982 ingresé en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid esperando la convalidación de mis estudios. Hice un curso y cuando salió la convalidación me pusieron en quinto, pero con la obligación de estudiar varias asignaturas que no estaban incluidas en el programa de Bagdad.
Vine con bastante dinero de Irak. Al principio me alojé en una pensión cerca de la Puerta del Sol, y pude estar allí un año tranquilamente. Me hice amigo del dueño que cada vez me bajaba más el precio y me dejaba cocinar en la habitación. Compré papeles, empecé a dibujar, y hacer obra en color; hice muchos cuadros que todavía conservo.
Para sobrevivir materialmente, ¿qué hiciste al agotar tus ahorros?
Me pregunté: ¿y ahora qué hago? Entonces unos amigos me dijeron que podía presentarme a concursos de pintura y que, si ganaba premios, sería una fuente de ingresos. Ya me desenvolvía mejor en castellano, pero entender las bases era complicado; un amigo me las leía para poder presentarme. Al principio me rechazaron, pero luego me dieron mi primer premio con una cuantía importante que me permitía vivir. Me di cuenta de que mi obra era válida, que generaba interés. Estamos hablando en torno a 1984. El estado español también me dio hasta siete años de becas, y con eso y los concursos podía vivir muy bien; alquilé una casa, y no paraba de trabajar y estudiar.
Al convalidar la licenciatura, decides hacer un doctorado en Bellas Artes.
Decidí hacer la tesis doctoral sobre la pintura de un reconocido miniaturista árabe del siglo XIII, Al-Wasati miembro destacado de la Escuela de Bagdad. Estuve tres años investigando sobre su trabajo focalizado en el dibujo en su obra, e hice una comparación entre sus pinturas y las mías, pues, aunque he desarrollado mi carrera como pintor en España, nunca he querido desvincularme de mis raíces. A través de la síntesis de las formas busco un punto de encuentro, entre un concepto abstracto y otro figurativo utilizando la geometría y las cualidades del color para interrelacionar espacios y lugares, superponiendo puntos de vista frontales o enfrentados, fundiendo tradiciones aparentemente opuestas de diferentes perspectivas, unidas para crear un espacio propio y revelar esa compleja espiral de perspectivas.
¿Qué ideas han aportado los estudios de Filosofía y Estética a tu proyecto artístico de “fundir tradiciones aparentemente opuestas”?
Cuando terminé la tesis estuve trabajando como profesor becado en la Facultad, pero no continué haciéndolo porque quería seguir pintando, puesto que ganaba premios y se vendía todo lo que hacía.
Al estar inmerso de modo natural en las diversas corrientes plásticas, cuando terminé la tesis en el 1991 decidí estudiar Historia del Arte, Filosofía y Estética; realicé los cursos de forma libre en la Fundación Juan March, en el Reina Sofía, en el Museo del Prado. Desde 1995 hasta hoy no he cesado de estudiar. He asistido y sin exagerar a más de mil conferencias de arte, lo cual me ha aportado mucho conocimiento y me permite valorar y amar más la pintura, como pintor que soy. Estos conocimientos son los que intento transmitir a mis alumnos, con el fin de estimular su creatividad.
Durante todo este tiempo he acumulado nuevas experiencias, y como es lógico, han aparecido nuevas realidades. No he dejado de investigar profundamente en el hallazgo de mi propia técnica y de un lenguaje personal, liberándolo de un papel puramente descriptivo y dotándolo de nuevas energías.
Estos conocimientos adquiridos me han servido para investigar sobre el arte y la cultura árabe- islámica, a la cual pertenezco; creo que tiene su raíz también en el pensamiento griego clásico, como el arte europeo. Indudablemente no es una cultura de la imagen como lo es en Occidente, sino de la palabra. Aunque no existe prohibición expresa contra la representación de figuras en el Corán, sí hay una firme condena de la idolatría.
Platón decía: “Si copias una imagen tal como es, estás haciendo una copia de una copia, por lo tanto, se alejará de su verdad”. Jamás pinté imágenes fotográficamente: soy iconoclasta, y me he dado cuenta al estudiar a Platón. Escribí un pequeño ensayo que se titula “Desde el Éufrates, la imagen como destin”, en el que sostengo la tesis de que la prohibición de la figura humana en el arte islámico no proviene exclusivamente de un tema religioso, sino del conocimiento de las ideas de Platón.
¿Qué cambios se produjeron en tu gusto artístico a raíz de dichos estudios?
Me empezó a interesar la pintura renacentista. Tal era mi indiferencia respecto a los clásicos que tardé cinco años en ir a visitar el Museo del Prado desde mi llegada a Madrid. Luego ya lo visité con mucha frecuencia; evidentemente reconozco los grandes méritos del Renacimiento en general, su amplia acción cultural fruto de la difusión de las ideas del Humanismo, reivindicando ciertos elementos de la cultura grecolatina.
¿En qué estás trabajando últimamente?
Durante todo este tiempo he acumulado nuevas experiencias y como es lógico han aparecido nuevas realidades. No he dejado de investigar en el hallazgo de mi propia técnica y de un lenguaje personal, liberándolo de un papel puramente descriptivo y dotándolo de nuevas energías.
Mi trabajo se ha ido produciendo por series, en ocasiones originado por una inquietud literaria, sentimental o de tipo social. Llevo dos años trabajando en el tema de Las mil y una noches; me fascinaron sus historias, y al conocer a Samuel Shimon y otros escritores árabes, me llevaron a investigar más y más sobre el tema. De hecho, pertenezco al Consejo de Redacción de la revista Banipal.
Desde el 1981 hasta hoy no has parado de trabajar y pintar. Tienes 41 premios nacionales, 39 exposiciones individuales y centenares de exposiciones colectivas. Has producido más de 4.000 originales y cientos de dibujos. ¿Cómo ves tu carrera de aquí al futuro?
Espero humildemente tener un mayor reconocimiento oficial. Deseo que esta generación y otras generaciones del futuro reconozcan mi trabajo, aunque el reconocimiento existe ya; se estudian mis pinturas en algunas universidades, y este año participo en un seminario del museo de Arte Reina Sofía que se llama “Otros contemporáneos”. En él participaremos varios artistas de Oriente: de China, de Japón, yo representando al mundo árabe; creo que seré de los pocos artistas árabes que dé una charla sobre su trabajo allí. Mi deseo es seguir trabajando, evolucionando y sobre todo seguir adquiriendo conocimientos y formación. Espero que mi trabajo pueda ser más rico y a través del mismo generar nuevas ideas y reflexiones, no sólo en el presente, sino de cara a las próximas generaciones.