Tánger: un imaginario entre dos orillas

PHOTO/PIXABAY - Tánger, Marruecos

Si nos fijamos en el Sūr al- Ma‘gāzīn (literalmente, la plaza de los perezosos), en medio de la ciudad de Tánger, veremos al puerto marítimo sumergido en su cotidiano cíclico. El mar se extiende ante tus ojos con su azul celeste, hasta que tu visión coincida con la orilla norte española. Es ahí en donde se levanta la “otra tierra”, que te invita a reanudar el viaje, a través de rutas y arrecifes distintos a los tuyos. Para el espectador quien contempla esta escena, se le plantean unas interrogaciones de tipo puramente geográfico, igual que preguntarse acerca de los movimientos tectónicos que llevaron a la separación de una misma tierra, para pasar a formar dos orillas separadas por olas de un mar, que se parece más bien a una pequeña acequia que te deja con muchas ganas de saltarla. Para evitar unas posibles respuestas a esas interrogaciones, prefiero considerar que ello se debe a la astucia de la geografía y la de la naturaleza geológica pura. Tal astucia que impactó la identidad de toda una ciudad y sus consecuencias se propagaron en ambas orillas de forma majestuosamente trágica. Las repercusiones de esta astucia geográfica también acarrearon a una astucia histórica que, desde su surgimiento, no ha cesado de aparecer y desaparecer. Así, se había creado una especie de ‘apetencia’ entre ambas orillas, y una tendencia espontanea hacia la unión y la comunicación impregnada, en ocasiones, de un vandálico deseo amoroso. Un ejemplo concreto de esta apetencia sería el caso de Ṭāriq Ibn Ziyād, cuya seducción por la otra orilla le hizo trajinar sus soldados y quemar sus naves al desembarcar en la Bahía de Gilbraltar1. 

Querría asegurarse de no tener ningún sentimiento de nostalgia a su orilla de origen y negarse a cualquier posible vuelta hacia su tierra de origen. Pues, ya había encontrado su paraíso terrestre, encontró Al-Ándalus de sus sueños. Esta apetencia fue la misma que llevó al colonialismo español a la usurpación y apropiación de Marruecos bajo una denominación muy fina ‘protectorado’ y, también, a una posesión de otro Al-Ándalus, esta vez sureño. Mientras quemaba sus naves, Ibn Ziyād ignoraba que ‘quemar’ se convertiría en una metáfora permanente para designar el apetito revoltoso entre ambas orillas. No sabía que los barcos no dejarán nunca de ‘combustionar’ en aquellas aguas celestinas, mientras llevaban ‘soldados’ secretos, fracasados y que no están armados, sino de sus sueños débiles. Unos soldados que no alcanzaron a frenar esta mítica apetencia entre ambas orillas, y se volcaron en el contexto del espantoso ensanchamiento del abismo entre el norte y el sur. Esta eterna apetencia hizo de Tánger una ciudad con una doble identidad, con una imaginación disidente y con una terrible habilidad helicoidal de reproducirse consigo misma. Tánger se ha convertido en una ciudad predestinada a la apetencia -que está en el origen mismo de su identidad- y al infierno de los deseos contradictorios y furiosos, entre dos orillas que se enfrentan hasta la pasión y se contradicen hasta la pelea. Por esa razón Tánger tienta a sus anfitriones con todo el esplendor resultado del “amor que se convierte en odio” y viceversa. De ahí la conversión de Tánger en una realidad plagada de gente, de agentes de servicio de inteligencia, de mujeres, de viajeros, de personas que transitan y otros residentes…, en un continuo movimiento de vaivén entre ambas orillas y una oscilación entre el polo de ebriedad y el de la conciencia. Tánger termina constituyendo un imaginario, con sus mitos y leyendas, dividido entre dos orillas que flirtean de forma trágicamente mortal. 

Este ‘imaginario tangerino’ que permanece entre ambas orillas me pareció un verdadero destino trágico, no en el sentido triste contenido en la palabra ‘tragedia’, sino en su sentido sublime y pulcro. He pensado en seguir el progreso de este imaginario de las dos orillas a través de un atractivo texto narrativo cuyos acontecimientos se desarrollan en Tánger y sus alrededores de la otra orilla, me refiero a Al-Ḍaw’ al-hārib (Luz fugitiva) (1994) de Mohamed Berrada. La narración da su inicio sobre el borde de las dos orillas de enfrente, en el que un pintor “está relajado sobre el amplio edredón, dentro de su ancha terraza delante del mar y de la playa española que está a la vista pese a la distancia”. En toda la trama de la novela se insiste sobre el mar que separa ambas orillas y los símbolos que emanan de ello. Al-‘Ayšūnī, el protagonista de la novela, es un pintor de tangerino que aprendió a pintar gracias a Julio, un pintor español. Antes de su muerte, Julio legó a su aprendiz su dinero y, sobre todo, el amor por la vida y el arte. La vida de al-‘Ayšūnī está hecha por las circunstancias del encuentro entre las dos orillas del Estrecho, una vida dividida entre su cultura de origen, la árabe, y otra cultura extranjera, la española; resultado de su encuentro con Julio, quién le crío desde niño y le enseñó la pintura, el amor y las mujeres. Ese fue el destino inevitable de al-‘Ayšūnī en una ciudad predestinada a la hibridez. Al-‘Ayšūnī aprendió a dibujar los cuerpos de sus modelos procedentes de Europa y con ellas aprendió el amor y los artes del sexo. Así es como vivió desconectado de lo que se desarrollaba a su alrededor en el país, sin que por ello se privase de vivir sus momentos de placer en los bares y discotecas de la ciudad. Ni siquiera sabía de “qué sonido es el eco”, como solía decir. 

Pronto su vida conoce una gran giratoria al encontrar Gaylāna, la primera mujer marroquí que acepta ser su modelo. Con su cuerpo delgado y su glamorosa belleza, se permitía desnudarse en su presencia para que la dibuje. Además de la pintura, ésta también fue una de las manifestaciones de este encuentro entre ambas orillas: pues, es un arte que proviene de la otra orilla. Es así como empezó su historia con Gaylāna, la niña marroquí que se desnudaba delante de sus pinceles con mucha libertad y, gracias a ella, se despertó el interés por su arte y pudo presentar sus obras magistrales que hicieron su fama y fortuna. Pero la relación del pintor con su modelo es la misma relación amorosa entre las dos orillas del Estrecho, al-‘Ayšūnī se ahogó en los collares del amor, hasta el momento en que Gaylāna decidió marcharse para siempre. Estaba segura del imposible regreso de al-‘Ayšūnī de su sueño, para volverse a la cruda realidad: la de una mujer cuyo cuerpo que no tardará en envejecer. Gaylāna se casará en Fez y dará a luz a una niña que llevará el nombre de Fátima Krites. Sin embargo, Gaylāna no soportará la vida en la ciudad de Fez, esa ciudad armoniosa, no fragmentada, tranquila y tranquilizadora, que se sitúa lejos del ruido. Se marcha a Tánger y luego a la otra orilla, dejando atrás a su marido y a su hija. Ahí le esperaba su destino, el de una chica marroquí que aceptó denudarse para la pintura y sus pinceles. Desde luego, para asegurar su futuro y el de su hija, Gaylāna caminará por los senderos de la otra orilla sin rechazar nada en tanto que modelo, estaba lista para desvestirse según las ganas de sus clientes. Por aquel entonces, Fátima vivía en los engranajes de una historia de amor fracasado por excelencia, que coincidió con el fracaso de toda una etapa, porque es un amor que se afinaba con la lucha estudiantil dentro de la universidad de Fez. 

Sin embargo, su amante logra sementar en ella un grano de vida antes de su arresto por la policía. Al salir de la cárcel, ya tenía un espíritu bastante realista y pasó de cuidar los sueños revolucionarios a criar pollos. Así fue como, por un destino verdaderamente trágico, Fátima decide dirigirse -a su vez- a Tánger, hacia esa ciudad fronteriza que reúne las dos orillas, porque son su espacio verdadero y natural. Ahí conocerá a al-‘Ayšūnī, su ‘padre simbólico’, o esa parte desconocida de su pasado familiar. Lo conocerá con mucha profundidad y con mayor sensualidad, para luego viajar a la otra orilla. Fátima será el resultado de ese imaginario dividido entre ambas orillas, o, mejor dicho, la emanación de esta forma bifurcada de las dos orillas. Pasará primero por Francia, instalándose en París en busca de una cierta estabilidad, pero cualquier equilibrio para una persona que ha sido criada en el seno de una vida convulsa entre dos culturas y dos almas, no será sino una inestabilidad. Y así fue. Mientras paseaba por el centro, Fátima encontrará, por puro azar, la novela ‘Les dimanches de mademoiselle’ Beaunon. La novela cuenta la historia de la señora Beaunon quien trabaja toda la semana de forma normal, para convertirse en otro personaje durante los domingos. En esos días, la señora se hace guapa, visita los museos haciéndose pasar por una persona amante del arte y, por consiguiente, logra enganchar a algún visitante para derramar sus deseos y apetitos sexuales en él. Al día siguiente, la señora vuelve a su ciclo de vida cotidiano. 

Fátima, tanteada por la idea de este personaje de la señora, decide interpretarlo en su vida real. Incluso llega a desarrollarlo y modificarlo, añadiéndole nuevos aspectos, pues, se especializa en enganchar a los visitantes de museos a quienes ofrecerá tan solo placeres pasajeros. Sin embargo, ella sufrirá para hacer de este modo de vida su única forma de existencia. Especialmente, cuando llega a conocer a Macías Pidal, un francés que no difiere mucho de ella, en lo que se refiere a esta condición de pertenecer a ambas orillas. Pidal había nacido en Marruecos, concretamente en Sidi Kacem, y había pasado parte de su infancia entre sus campos y árboles fructíferos, antes de irse a Francia. La historia de Fátima se culmina por casarse con Macías, y con la conformidad con su nueva situación armoniosa. En esa situación florece su nueva y verdadera identidad, la de la señora Fátima Pidal.

Ese es el resultado natural de dos orillas colindantes, cuyo imaginario común se divide entre ambos lados y cuya identidad se distribuye entre ambas fronteras. Entre al-‘Ayšūnī, Julio y Gaylāna; entre el norte y el sur, entre Madrid, París y Tánger…, se entrecruzaban caminos y vidas surgidas de un capital simbólico entre ambas orillas, entre dos culturas colindantes por astucia de la Geografía y de la Historia. Además de la gran carga imaginaria al borde de ambas orillas, la peculiaridad de esa novela reside en que el íncipit empieza por la visita de Fátima a al-‘Ayšūnī, pasando por narrar los detalles de su relación secreta, haciendo que Gailana parezca como un personaje secundario en comparación con su hija. Pues, la trama de la novela se construye a partir de la relación de Fátima y de al-‘Ayšūnī, en concreto a través del recurso de retrospección desvelando las cartas que se intercambiaban. Mientras el resto de los acontecimientos se desarrolla en la habitación de al-‘Ayšūnī -que da sobre la otra orilla- o en los bares y las discotecas de Tánger, haciendo que la descripción sea muy reducida en comparación con la narración. Ello es la expresión más evidente de la cercanía y la lejanía de estas orillas colindantes que nunca se encuentran, ese imaginario común que se manifiesta a través de las cartas y esas técnicas narrativas con que se entrecruzan vidas y destinos. La carta es símbolo de la huida, de una lejanía que no impide la nostalgia y la cercanía, una huida condicionada por una vuelta imposible: es una huida continua entre ambas orillas y ambos imaginarios. La narración termina, sin que acabe esta huida constante de los personajes, esta situación de vaivén entre dos posiciones y dos orillas. Gaylāna nunca volvió a al-‘Ayšūnī, Fátima nunca regresó a Marruecos y al-‘Ayšūnī tampoco volvió, quizá no tenía nadie ni ningún sitio a donde volver. 

Esa es Tánger, escrita y narrada por un sentido novelístico muy alto y un profundo sentimiento de la astucia geográfica y histórica. Tánger, la ciudad seductora de escritores, novelistas y creadores, la Tánger de Chukri, de Mohamed Taimud, de Bowles y de Genet y otros. No pienso que haya un escritor residente o visitante de la ciudad que se escapó a habitarla y a habitarse por ella. Esa es Tánger, la reina de las ciudades que, gracias a su trágico posicionamiento entre ambas orillas, pudo preservar su civilización y modernidad que remontan a orígenes históricos remotos; a su era internacional. Esa es Tánger, la ciudad que vela por nuestra civilización mientras las demás ciudades de Marruecos se rindieron ante la campaña organizada de ruralismo, y cedieron a la feroz campaña de los beduinos reclutados para crear un cotidiano no muy distinto a la vida de los esclavos; una esclavitud disfrazada puesta al servicio de las mafias del cemento, de los intereses electorales y en beneficio de los corruptos. La estética de nuestras ciudades, sean las heredadas por nuestros ancestros o por los colonizadores, se derrumbó, y nos encontramos ante ciudades con doble cultura, un nuevo rostro y, desde luego, con una nueva identidad. Desafortunadamente, nuestras ciudades colapsaron bajo las palas de las mafias del cemento, convirtiéndose en ‘mono-ciudades’ rurales. ¿Por qué nos sorprende, pues, la ausencia de seguridad en esas ciudades? Mientras es la consecuencia natural de ese ruralismo, de esos cinturones de campo, de la pobreza y de esa fealdad del cemento que les robaron a las ciudades su espíritu de diversidad, de diferencia y de modernidad. Por eso, cuando sintamos la necesidad de la ‘ciudad’ y de la modernidad, viajamos a Tánger -la ciudad de las dos orillas- para perderse entre sus sendas, sus cafés y sus discotecas, para así vivir su imaginario entre dos orillas, o, mejor dicho, vivir dos imaginarios desde una sola orilla, la de Ṭanŷa al- A’āliya. 

Referencia:

1 - Derivación del árabe Ẏabal Tāriq (جبل طارق), o “montaña de Táriq”.