Rafa Nadal y el problema de ser español
Lo de menos va a ser que Rafa Nadal ha ganado 13 veces Roland Garros. Que ha jugado 102 partidos y ha vencido en 100. Que Djokovic mordió el polvo con manga larga y con manga corta. Tampoco va a importar mucho que iguale en Grand Slams a Roger Federer. Tampoco que su nuevo título haya sido en plena pandemia, con Francia disparando los contagios y con mil espectadores en las gradas que daban esperanza a los que estaban en casa. Al paso que retrocede España, Nadal va a ser uno de ellos. Y eso es un problema.
Hace años se analizaba que Nadal, poco a poco, doblegaba al público de la Philippe Chatrier en cada partido. Que había pasado de llevarse la mano a la oreja para burlarse de sus insultos a ser respetuoso con ellos cada vez que levantaba el trofeo de los Tres Mosqueteros. Los franceses llevan años siendo incapaces de ganar su prestigioso Tour y su emblemático Roland Garros.
No les hace gracia que sean los españoles los que conquisten su tierra batida. Por eso, de vez en cuando, salía algún guiñol ajado jeringuilla en mano intentando desprestigiar a Nadal. Y, de tarde en tarde, alguna ministra de deportes deslizaba que el español que ganaba sus trofeos se dopaba. Ministra que hoy en día tiene 10.000 euros menos en el banco gracias a la justicia francesa.
El caso es que Rafa Nadal ha sufrido la pandemia como la mayoría de los habitantes del planeta. Pasó el confinamiento en su casa de Palma de Mallorca contando sus peripecias en la cocina y las ganas de volver a las pistas. Animando al personal y opinando sobre la gestión de la crisis sanitaria. "Si me preguntas cómo se ha gestionado, prefiero guardarme mi opinión y la tengo muy clara. Es un poco triste, porque cualquiera puede decir cualquier cosa por las redes sociales, pero por ser quien soy parece que tengo menos opción de poder opinar", reveló en una conversación junto a Pau Gasol y a Fernando Alonso en junio de 2020.
Y siguió su discurso diciendo que "ha habido equivocaciones y es humano reconocer los errores... Todo el mundo entiende que los políticos se equivoquen, es humano, yo me equivoco a diario. Lo que me gusta menos es cuando no se reconocen los errores, porque se deja de tener credibilidad".
Las dos Españas siempre tienen sus ídolos y sus villanos. Hay que elegir bien en qué bando se está. Porque ser consecuente y tener criterio está mal visto. A los actores alguien de la derecha les llamó “estómagos agradecidos” de la izquierda y los pusieron al otro lado de las trincheras. Ahora es Nadal al que han enfilado. Y lo que le queda.
Un tipo al que la Casa Real felicita por Twitter con cada triunfo, al que consultan cuando las cosas van mal, al que Rey Emérito visita en su boda. Un español que hace sonar el himno de España allá donde gana (y gana mucho), que es imagen del capitalismo por tener un contrato con el Banco Santander, que gana millones porque el deporte al que se dedica otorga mucho dinero en premios, porque se envuelve en la bandera de España… y porque opina de política en un momento muy concreto donde quienes gobiernan ponen en una diana a los molestos. Que se lo digan a Vicente Vallés.
Decía Pedro Sánchez que no entendía cómo estaba De Gea en la selección española cuando el jugador se vio involucrado en un escándalo de videos sexuales del que luego salió absuelto. Lo dijo sin saber de lo que hablaba, pero conociendo que en ese momento preciso su comentario iba a favor del viento. Años después, tuvo que reunirse en secreto con el portero que iba a defender la camiseta de España en el Mundial de Rusia para pedirle disculpas y poder hacerse la foto ya como presidente del gobierno.
Con Nadal pasará lo mismo si los políticos siguen poniendo las manos en sus triunfos. Una España le ha puesto en los altares y otra ya le llama “facha” sin rubor. Una España le anima y se olvida unas horas de sus dramas personales y la otra se alegra de que no gane para que no enseñe tanto la bandera y no gane tanto dinero. Y en medio de todo, los buitres de la política rifándose al deportista para sus filas. La inoperancia de María José Rienda al frente del CSD o la vergüenza de ver a Pepu Hernández ser la nueva marioneta política de Madrid no ayudan.
Nadal ya no sirve ni para unir a los españoles. La radicalización política ha llevado a muchos a vender su alma a las nuevas izquierdas y a las nuevas derechas. Cueste lo que cueste. Bajar del pedestal a sus santos porque la religión es el nuevo tabú o a no ver ciertas películas por un comentario inapropiado de un actor secundario. Nadal seguirá opinando y levantando la bandera de España. Seguirá molestando a los intransigentes. Animar a Nadal no está de moda.