Alineamiento chino-ruso
Santiago Mondéjar. Consultor estratégico empresarial
La iconoclasia de Donald Trump se prodiga en causar desequilibrios diplomáticos que incentivan la realineación de poder, con consecuencias inesperadas. La penúltima manifestación de este reordenamiento estratégico lo tenemos en las maniobras militares rusas denominadas Vostok-2018 del pasado mes de septiembre, con la participación del Ejército Popular de Liberación de China y con un alcance territorial inédito desde 1981. Para ponderar las implicaciones de esta connivencia, basta recordar que las recientes ediciones de los juegos de guerra rusos tenían como objeto ensayar la defensa de las regiones del este de Rusia contra una posible invasión China, en algún punto de una frontera compartida de 4.200 km. Vostok-2018 tuvo lugar al este de los Montes Urales, por lo que la OTAN no fue informada al no tener aplicación los protocolos de la OSCE recogidos en el Documento de Viena, y ello permitió que las maniobras ensayasen un conflicto militar con la OTAN sin la presencia de observadores oficiales.
De este modo, ambos países enviaron un doble mensaje a occidente: no solo no se perciben mutuamente como una amenaza militar, sino que están dispuestas a profundizar su nivel de cooperación bilateral si EEUU persiste en su política de antagonismo hacia el este. En realidad, llueve sobre mojado, ya que tras el debut de la crisis de Ucrania y las consiguientes sanciones impuestas, Rusia impulsó un aumento coordinación con China en múltiples temas, incluidos la ciberseguridad, acuerdos substanciales en materia energética y armamento, además de una mayor colaboración diplomática en relación a Corea del Norte, una pieza clave en la concepción de Vostol-2018: China y Rusia tienen prioridades diferenciadas en la península coreana, pero ambos buscan la reducción de la presencia militar norteamericana en la zona y obtener réditos materiales y políticos derivados de una mayor integración entre Norte y Sur, auspiciada por una desnuclearización ordenada de Norcorea, que estabilice la región. Por consiguiente, ambos países se oponen a cualquier solución a la crisis de Corea del Norte que implique cambio de régimen, aunque buscan evitar que la crisis se intensifique al calcular que un conflicto en la península de Corea podría desencadenar flujos migratorios desestabilizadores tanto hacia el noreste de China como hacia el lejano oriente ruso, y provocar una mayor presencia militar de EEUU en la región.
En el ámbito estrictamente económico de esta novel entente sino-rusa, Rusia tiene como objetivos esenciales aumentar el comercio bilateral y atraer inversiones. Para China, la clave está en el suministro de energía. Rusia es ya el principal proveedor de energía de China, y ésta ha incrementado considerablemente sus inversiones en el sector energético ruso y está construyendo un gaseoducto hacía China a través de Siberia que aumentará la dependencia entre los dos países. En cualquier caso, y más allá de las materias primas, las sinergias generadas por la inversión china tienen el potencial de propiciar que Rusia desarrolle una infraestructura que necesita desesperadamente para que sus empresas del sector secundario estén en condiciones de aumentar sus exportaciones de valor agregado a Asia, dinamizando la zona franca de Vladivostok y las Áreas de Desarrollo Prioritario.
Estos intereses compartidos, unidos a la común percepción de hostilidad occidental, han conseguido que se ponga sordina a las fricciones causadas por competir en el mercado armamentístico en Asia Central, que ha visto disminuido el predominio tradicional de Rusia en favor de China, pero cuyo peso específico no altera en lo fundamental los equilibrios regionales en los que países como Vietnam juegan un papel relativo. Un factor de mucho mayor peso a la hora de definir las realizaciones entre Rusia y China peso es la incardinación del otro gigante demográfico de la región, India, un país tradicionalmente en la órbita rusa y rival de China. Como signo de los nuevos tiempos, Rusia y China se pusieron de acuerdo para promover la adhesión de India y Pakistán a la Organización de Cooperación de Shanghai, sellando de una tacada un doble deshielo ruso-pakistaní e indo-chino que otorga tanto Rusia como a China capacidad para ejercer una influencia conjunta y decisiva en el sur de Asia, lo cual resalta otra de las características de esta alianza no escrita entre China y Rusia, su vocación de proyectar su ascendencia tanto en zonas adyacentes como remotas.
Este es el caso del Ártico, una región a la que el calentamiento global coloca en el punto de mira internacional para acceder y explotar su potencial económico y geopolítica.
Mientras China focaliza su interés primordial en el Ártico en establecer nuevas rutas de transporte para sus exportaciones, Rusia ve con aprensión la presencia de otras potencias en su patio trasero. Pero ambos países comparten, con otros, el interés estratégico en los recursos naturales árticos, que se estiman respectivamente en un 13% del petróleo y un 30% del gas mundial por descubrir, por lo que es una región de recursos estratégicos clave que da a las rutas marítimas septentrionales rusas una especial significación para los dos países, por cuanto que pueden ser una alternativa que las rutas marítimas asiáticas-europeas existentes a través del estrecho de Malacca y el Canal de Suez, permitiendo el acceso marítimo a los recursos remotos de la plataforma ártica. En este sentido, Rusia ya ha despertado el interés de Japón, Corea del Sur y Singapur por desarrollar el potencial de estas rutas, si bien el mayor interés para la cooperación ártica ruso-asiática ha venido de China, y se ha materializado en financiación por valor de 12.000 millones de dólares e inversiones multimillonarias en proyectos de prospección por parte de la Corporación Nacional de Petróleo de China, junto con acuerdos para construir un puerto de aguas profundas en Arkhangelsk, que conectará con el ferrocarril de Belkomur, un proyecto con inversión China, que reducirá en 800 kilómetros la distancia desde Siberia al noroeste de Rusia, atravesando los Urales conectando con el corredor económico China-Rusia-Mongolia.
Por último, y saltando a otra zona geográfica sensible, no podemos dejar pasar que Rusia y China tienen intereses complementarios que les incitan a preservar el status quo en lo que respecta a Irán, en los que el crudo no juega un papel menor, por lo que cualquier tentación de intervención militar en Oriente Medio no debería subestimar el alcance de la inaudita colaboración militar chino-rusa demostrada en Vostok-2018.