El director de la CIA viajó en secreto a Arabia Saudí para reparar las relaciones bilaterales
El repliegue emprendido por Estados Unidos en Oriente Medio para pivotar de una vez por todas hacia la pujante región del Indo-Pacífico, materializado en agosto de 2021 con la turbulenta retirada de Afganistán, se ha visto condicionado como resultado de la invasión de Rusia sobre Ucrania y por las devastadoras consecuencias desatadas en materia energética y económica. Cuestiones que, sumadas a las diversas amenazas de seguridad latentes en la región, han empujado a la Administración Biden a limar asperezas con uno de sus socios habituales.
El desplazamiento secreto hasta Arabia Saudí del director de la CIA, William J. Burns, revelado esta semana por ‘The Wall Street Journal’, es una prueba fehaciente de las renovadas prioridades de Washington. Efectuada ‘in pectore’ a mediados de abril, la visita del jefe de la inteligencia estadounidense sirvió para reconstruir los vínculos diplomáticos con el Reino wahabí durante una reunión con el príncipe heredero Mohamed bin Salman en la ciudad costera de Yeda, donde la cúpula saudí pasó el mes sagrado de Ramadán.
La mediación de Burns no es casual. El director de la agencia ocupó la subsecretaría de Estado y puestos de relevancia en el organigrama diplomático estadounidense orientado hacia Oriente Medio. Sus estudios de árabe terminaron por hacer de él un experto en la región, consideración que le valió para ejercer en 2015 de coordinador en las negociaciones con Irán que acabarían materializándose en el acuerdo nuclear. En agosto visitó Kabul para mantener una reunión con los líderes talibán, y en noviembre viajó hasta Moscú para dialogar con Vladímir Putin.
No ha trascendido el contenido de las conversaciones, con toda probabilidad relacionadas con la guerra en Ucrania, la situación en Yemen, las negociaciones nucleares con Irán o la producción de petróleo, pero fuentes diplomáticas citadas por WSJ aseguran que se trató de un “buen diálogo”, alejado del tono áspero y distante con el que se sucedieron las últimas interlocuciones entre Washington y Riad. Atrás parecen haber quedado los gritos proferidos hace un año por el príncipe heredero al principal asesor de seguridad nacional del presidente Biden, Jake Sullivan.
A pesar del tono de las conversaciones, filtrado de forma intencionada por La Casa Blanca, las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Arabia Saudí jamás habían sido peores. Y eso que durante el mandato del expresidente Donald Trump quedaron reforzados los vínculos históricos que han unido a las partes desde la fundación del Estado saudí en la década de los treinta del siglo pasado, cimentados sobre el petróleo.
Trump mantuvo desde el primer minuto de su presidencia una postura beligerante con respecto de Irán, el principal rival regional de Arabia Saudí, con quien rompió el acuerdo nuclear mediante la imposición de un contundente régimen de sanciones, que se dilata hasta la actualidad en mitad de las estancadas negociaciones por reactivar el pacto, y cerró filas con el régimen saudí tras el atroz asesinato en 2018 del periodista crítico Jamal Khassoghi.
La llegada al Despacho Oval de Joe Biden en enero de 2021 alteró las relaciones bilaterales. Durante la campaña a la presidencia, el exvicepresidente de Barack Obama declaró que el Reino wahabí debería ser tratado como un “paria internacional” por su desprecio a los derechos humanos, en especial por la implicación de las altas instancias del régimen en el descuartizamiento Khassoghi en el consulado saudí de Estambul, que levantó tensiones con Turquía y un alud de denuncias por parte de la comunidad internacional.
La CIA, dirigida entonces por el interino David S. Cohen, consideró probada la participación del príncipe heredero en el asesinato en un informe hecho público por La Casa Blanca. Mohamed bin Salman, conocido mediáticamente como MBS por sus iniciales, negó su implicación en el caso y rechazó de plano discutir de nuevo el asunto con el equipo de seguridad del presidente Biden. Desde entonces, las relaciones continúan profundamente deterioradas, agravadas incluso por las restricciones a las ventas de armas impuestas por Biden. Pero Washington dobla esfuerzos para recomponer los lazos.
El reto se antoja complicado. Mohamed bin Salman rechazó en febrero mantener una conversación telefónica con el presidente Biden, según ‘The Guardian’, meses después de preparar una inversión de 2.000 millones de dólares, montante procedente del principal fondo soberano saudí que encabeza el propio príncipe heredero, en la firma de capital privado Affinity Partners, propiedad de Jared Kushner, el yerno de Trump que ejerció como consejero de La Casa Blanca durante su presidencia. Un signo que revela la clara preferencia de Riad por una hipotética vuelta de Trump en 2024.
Kushner jugó un papel crucial en los Acuerdos de Abraham, el pacto histórico que normalizó las relaciones de Israel con varios países árabes y abrió la puerta para el establecimiento de un marco de cooperación entre Riad y Jerusalén, los dos principales aliados de Estados Unidos en Oriente Medio. MBS estaría dispuesto a tender puentes con Israel, no así su padre, el rey Salmán bin Abdulaziz, reticente hasta la fecha a pesar del paso dado por Emiratos en esta dirección.
El ex jefe de la inteligencia saudí y miembro destacado de la familia real, Turki al-Faisal, quien fuera además embajador en Londres y Washington, ha declarado esta semana en una entrevista con el diario Arab News que Riad se siente defraudado con el papel de Estados Unidos en los últimos meses en relación con los desafíos que amenazan la seguridad del ‘Reino del desierto’. “Que el presidente Biden haya retirado a los hutíes de la lista de organizaciones terroristas les ha envalentonado y les ha hecho aún más agresivos en sus ataques”, sentenció.
El escenario geopolítico no ayuda. La agresión de Vladímir Putin sobre Ucrania distanció las agendas de ambos países, ya de por sí tensionadas, con las repetidas negativas del régimen de Riad a la petición de Estados Unidos de bombear más cantidad petróleo con el objetivo de poner freno al aumento de los precios, reduciendo de esta forma los ingresos de Moscú, destinados en parte a su campaña en suelo ucraniano. Pero las presiones estadounidenses no han sido capaces de persuadir hasta el momento a los saudíes.
En este escenario, Estados Unidos teme que Arabia Saudí, un socio indispensable para mantener su influencia en la región, pueda alinearse no solo con la Rusia de Vladímir Putin, sino también con la China de Xi Jinping. Existe una importante división sobre esta cuestión en el seno de la Administración Biden. Una parte apuesta por un acercamiento orientado a la disminución de los precios de crudo; otra, por mantener las distancias con un socio no del todo fiable como consecuencia de su postura próxima a Rusia.