Erdogan concurre a las presidenciales turcas en un contexto de frenazo económico en el país

 Redacción Atalayar 
Foto: El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, aspira a ganar las elecciones presidenciales del 10 de agosto. 
 
El primer ministro de Turquía y presidente  del islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, en turco), Recep Tayyip Erdogan, parte como favorito en las elecciones presidenciales que se celebran el próximo domingo 10 de agosto. Según indican los sondeos, serán unos comicios sin suspense. Erdogan tiene todas las papeletas para ganar. El propio Erdogan está convencido de que será el 12º presidente de la República de Turquía, un país de 74 millones de habitantes situado en Europa y Asia. Turquía es una potencia económica emergente y desempeña un papel político relevante en la región. Desde hace dos meses todas las encuestas preelectorales dan la victoria a Erdogan. Su partido ha ganado todas los comicios desde octubre de 2002, y el control que ejerce el AKP en la vida política y social es tan importante que deja poco espacio a la oposición. Erdogan llegó al poder en 2002 y prometió que gobernaría con moderación y que no cuestionaría los fundamentos laicos del Estado, cuyo guardián incondicional es el Ejército. Pero Erdogan demostró ser un político autoritario que gobierna sólo para una parte del país, la más conservadora y religiosa, y no tiene en cuenta a los millones de turcos que quieren vivir en el siglo XXI, defienden la democracia y aspiran a que su país sea un verdadero Estado de derecho. Durante su largo mandato,  Erdogan, además de controlar el ejecutivo y el legislativo, ha hecho todo lo posible por vigilar de cerca al poder judicial y a los medios críticos con su política, y no le ha temblado el pulso a la hora de reprimir las protestas callejeras en grandes ciudades como Estambul. El primer ministro turco utiliza los mecanismos del Estado y la televisión oficial para hacer campaña a su favor. Está en campaña permanente contra los que no piensan como él, que son una parte importante en Turquía, sobre todo en la clase media urbana y la juventud. Su objetivo, después de haber gobernado más de una década, es acceder a la máxima jefatura del Estado. Sólo dos candidatos tendrán cierta importancia política en los comicios del 10 de agosto. Por una parte, está el candidato del Partido Republicano del Pueblo (CHP,  defensor de Mustafá Kemal Atatürk, fundador de la Turquía moderna) y del Partido de Acción Nacionalista (MHP), Ekmeleddin Ihsanoglu. Este candidato es un diplomático conservador y religioso que fue  director de la Organización de la Conferencia Islámica (OCI). Según los sondeos, podría conseguir el 35% de los sufragios. El segundo candidato es  Selahettin Demirtas, que representa al bloque de izquierda del Partido Democrático Popular (HDP) y a los kurdos. Si tiene suerte, logrará el 10% de los votos. La abstención, que podría ser muy alta, beneficiaría a Erdogan. El actual primer ministro turco ha sabido aprovecharse de la bonanza económica para mantenerse en el poder.  
 
Crecimiento a la baja 
En efecto, Turquía ha registrado un espectacular crecimiento económico en los últimos años. El PIB turco creció una media anual del 5%, algo impensable en la Vieja Europa desarrollada y en crisis desde 2008. La economía turca ha ido viento en popa en los últimos años, pero el crecimiento ha disminuido, y a pesar de la mejora del nivel de vida, los problemas sociales siguen siendo importantes y el 17% de la población vive por debajo de  la línea de pobreza. El motor del crecimiento ha sido el consumo y la construcción, dos sectores financiados mayoritariamente por el capital extranjero, lo que ha dejado muy endeudadas a las familias, las empresas y el Estado. Los poderes  públicos y las empresas no pueden seguir endeudándose y la deuda –unos 14.815 millones de euros- es un lastre para la economía productiva. Turquía necesitaría a corto plazo millones de dólares de los mercados internacionales, y no lo va a conseguir de aquí a fin de año, y los expertos alertan sobre el peligro de que reviente la burbuja inmobiliaria. Además, el Gobierno no ha sabido aprovechar la etapa de bonanza para llevar a cabo las reformas estructurales que necesita el país, que tiene un bajo nivel de ahorro y una producción con escaso valor añadido. Para Erdal Tanas Karagol, profesor universitario y miembro del think tank turco Fundación para la Investigación Política, Económica y Social, “Turquía, que es un país emergente y no plenamente desarrollado y no tiene muchos recursos energéticos, no ha sabido reformar su estructura económica. Esto nos pasará factura”. Tampoco ha invertido lo suficiente en educación y en I+D+i. Ni siquiera ha sido capaz de aprovechar su situación geográfica para hacer de intermediario entre Europa y los países productores de hidrocarburos de Oriente Medio. La oposición cree que Erdogan ganará las presidenciales pero tendrá más dificultades para dirigir el país por culpa del empeoramiento de la situación económica, la corrupción y el autoritarismo gobernante. A Erdogan le quedará el recurso de culpar a Occidente o a los medios turcos críticos de los problemas nacionales, pero esta vieja estrategia del enemigo exterior ya no cala en una parte importante de la población.