Francia se juega el futuro de Europa
Faltan menos de dos semanas para la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia. Dos semanas en las que se decidirá, salvo hecatombe, quién acompaña al actual inquilino del Elíseo, Emmanuel Macron, líder en las encuestas, a la segunda y definitiva vuelta del próximo 24 de abril. Un cara a cara para el que se perfila la heredera de la extrema derecha francesa, Marine Le Pen, quien viene recortando distancias en los últimos sondeos a un ritmo considerable. Una extensa nómina de candidatos sigue en liza por la presidencia en una campaña condicionada por la invasión rusa de Ucrania y por los estragos económicos que esta ha provocado, pero solo podrán quedar dos a partir del 10 de abril.
Los eventos multitudinarios organizados esta semana por los principales contendientes escenificaron el pistoletazo de salida de una campaña electoral marcada por cuestiones como el encarecimiento del coste de vida, la seguridad ciudadana o la inmigración. El polemista de extrema derecha, Eric Zemmour, convocó a su hueste en la simbólica plaza de Trocadéro, con la Torre Eiffel de fondo, para captar un momentum perdido durante las últimas semanas. El líder de 'Reconquête' (Reconquista, en alusión a la expulsión de los musulmanes de la península Ibérica), llegó a desbancar en intención de voto a Marine Le Pen, aunque se desinfló en las encuestas después de ver arrebatado por otros candidatos de derecha su gran teoría: 'Le Grand Replacement' (El Gran Reemplazo), según la cual los franceses blancos católicos están siendo sustituidos por otros pueblos árabes.
En búsqueda de una asamblea constituyente encargada de deshacer la V República gaullista se ha embarcado de nuevo Jean-Luc Mélenchon, fundador de La France Insoumise (La Francia Insumisa). El candidato de extrema izquierda, antiguo militante del exangüe Partido Socialista, también se dio un baño de masas en París y permitió soñar a sus acólitos ascendiendo a la tercera posición en las encuestas. Una plaza desde la que amenaza las aspiraciones de Le Pen y donde, por primera vez en meses, se ve con serias opciones de pasar a la segunda vuelta. Entre sus recetas se encuentran la salida de Francia de la OTAN, la bajada de la edad de jubilación y la legalización del cannabis.
La tercera candidata en discordia con opciones de colarse en la gran final es Valerie Pecrésse, la candidata de Les Républicains (LR), la derecha tradicional, un partido de Estado que ha aupado en el pasado a figuras como Jacques Chirac o Nicolas Sarkozy hasta la presidencia de la República. La formación se encuentra quizá en sus horas más bajas, encorsetada entre el centro macronista y la derecha radical de los Le Pen y Zemmour, sin ideas diferenciales ante un electorado ávido de soluciones. Al frente se alza una mujer definida a sí misma como “dos tercios de Merkel y un tercio de Tatcher”, pero con poco respaldo de su partido, desgarrado de nuevo por las primarias. Los sondeos más recientes sitúan a Pecrésse en una tímida cuarta posición.
En 2017, un enérgico pero poco popular exministro de Economía del entonces presidente socialista François Hollande lanzaba su candidatura con sus propias siglas (EM!) y se postulaba para el Elíseo, desbaratando a su paso la forma tradicional de hacer política en Francia. En palabras del corresponsal de RNE en París, Antonio Delgado, antes de Macron las carreras políticas francesas eran largos ejercicios de paciencia y disciplina. Él rompió esa fórmula. Macron, nunca antes elegido para un cargo público, se hizo con la jefatura del Estado a las primeras de cambio. Invirtió el modo.
Un lustro después, con el viento a favor por la guerra en Ucrania y su recién estrenado papel de líder internacional como principal interlocutor de Vladímir Putin, Macron tratará de utilizar su imagen de figura resolutiva en el exterior como trampolín para una reelección en casa. De conseguirlo, sería el primer presidente francés que repite en el cargo en dos décadas. El último en hacerlo fue Chirac, cuyo embate contra el radical Jean-Marie Le Pen en 2002 le hizo recibir el respaldo masivo del electorado de izquierdas. Un voto que Macron trata de asegurar, como hizo en 2017, para vencer en un nuevo enfrentamiento directo contra Le Pen. Por eso su equipo teme una alta abstención, pues podría poner en peligro la reedición de su mandato.
El auge del centrista hace cinco años aglutinó el sentir mayoritario de los simpatizantes habituales de los partidos tradicionales, la antigua UMP y el Partido Socialista, especialmente este último, del que Macron formó parte. El presidente más joven de la V República dominó sin apenas resistencia el espacio central y birló más de la mitad de los votos a izquierda y derecha, haciendo desaparecer a dos formaciones que hoy luchan por sobrevivir. La desbandada socialista hacia las filas de Macron dejó tras de sí un partido esquilmado cuya candidata, Anne Hidalgo, alcaldesa de París, cuenta con un irrisorio 2% en los sondeos. La desaparición del PS y la inminente caída de LR deja, además, un caldo de cultivo propicio para el extremismo, encarnado en su día por Le Pen e intensificado hoy por Zemmour y Melénchon.
Con una Europa volcada en Ucrania, la etapa crítica que atravesará Francia el próximo mes de abril corre el riesgo de pasar desapercibida para el gran público. Pero desde Bruselas se presta especial atención a lo que ocurran los días 10 y 24 de abril, señalados desde hace tiempo en el calendario. No solo es Francia quien se juega su futuro; también lo hará la Unión Europea. Excepto Macron, europeísta convencido, cualquier candidato con opciones reales de alcanzar la presidencia supondría una amenaza real para los valores europeos. De izquierda a derecha.
Absorto en el liderazgo de los Veintisiete con la presidencia rotatoria de la Comisión Europea y aspirante a conseguir la autonomía estratégica para el continente, Macron ha afrontado una serie de crisis agresivas para Francia que han moldeado de forma irreversible al electorado. La revuelta de los chalecos amarillos, la devastadora crisis de la COVID-19 o las fuertes medidas en contra del islamismo apenas han redefinido su forma de gobernar, visiblemente distanciada de la ciudadanía –de ahí el mote de Júpiter–, pero sí han cambiado su agenda neoliberal para apostar por un mayor intervencionismo del Estado.
El descrédito que ha sufrido su figura, a pesar de haber recibido el respaldo mayoritario del electorado francés, ha alimentado los movimientos rupturistas y nacionalistas que pretenden replegar la posición de Francia en la escena internacional para “recuperar” la soberanía perdida y hacer frente a los nuevos retos, una retórica nostálgica que, si bien ha sido común en las últimas décadas, aún no ha tenido la capacidad de gobernar la segunda mayor economía de la zona euro. El populismo anti-globalista llama de nuevo a la puerta, ¿conseguirá entrar de nuevo en las arterias del continente?