Un mes después de la retirada estadounidense, Afganistán se convierte en un escenario de confrontación de grupos terroristas

La guerra librada entre los talibanes y el ISIS-K evidencia la inseguridad de Afganistán

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Tras la toma de Kabul, Afganistán ha quedado en mano de los talibanes, régimen que ha vuelto a sumir al país en la inseguridad y el caos. Mientras que los talibanes alentaban a su población a no salir del país y garantizaban la seguridad del territorio, el grupo afiliado al Daesh, el ISIS-K (la provincia de Jorasán del Estado Islámico), cometía una serie de atentados que abrían una guerra interna entre ambos grupos islámicos.

Cuatro días antes de la retirada total de las tropas estadounidenses, el ISIS-K se atribuía los atentados ejecutados en las inmediaciones del aeropuerto de Kabul, causando 180 muertos y cientos de civiles. La respuesta por parte de las tropas occidentales fue clara: tras el atentado, los distintos Ejércitos apresuraron su retirada dejando al país al albedrío del terrorismo. 

Los atentados de Kabul no fueron los únicos que se cometieron por parte del grupo yihadista. A este le sucedieron ataques en la ciudad de Jalalabad, la capital de provincia de Nangarhar y uno de los objetivos más comunes del grupo terrorista. En un mensaje vía Telegram, el ISIS-K aseguró haber matado a 35 talibanes, afirmación que el grupo insurgente ha desmentido de forma continuada.

A pesar de que la Comunidad Internacional ha decidido aportar más de mil millones de dólares para ayudar al país, esta se mantiene escéptica ante el miedo de que Afganistán se convierta en un refugio para los grupos terroristas más buscados a nivel mundial. En este aspecto, el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, declaró ante la Comisión de Exteriores del Senado “los talibanes se han comprometido a impedir que los grupos terroristas, incluidos el ISIS K o Al Qaeda, utilicen Afganistán como base para operaciones exteriores que puedan amenazar a Estados Unidos o a nuestros aliados (…) les haremos responsables de ello”. 

Así, ante las múltiples ofensivas ocasionadas por el ISIS-K y en línea de la nueva estrategia de los talibanes por desligarse de los actos terroristas para contar con el respaldo internacional, los insurgentes han lanzado una serie de ofensivas contra el grupo yihadista, según diferentes informes, ofensivas en las que habrían detenido a al menos 80 supuestos terroristas en Nangarhar. Del mismo modo, han afirmado haber matado al exlíder del ISIS-K, Abu Omar Khorasani, en la prisión de Pul-e-Charkhi de Kabul.

Además de querer combatir contra el enemigo común de la Comunidad Internacional, los talibanes temen que la presencia de estos grupos en Afganistán y su consiguiente aumento de poder pueda servir de aliciente a miembros talibanes y decidan desertar para unirse a las filas del Daesh.

Su eliminación va más allá de querer velar por la seguridad, es una ofensiva meramente estratégica, una lucha de poderes entre grupos islámicos radicales que se disputan el poder gobernar libremente en el país, a golpe de violencia. 

Este temor responde a hechos históricos más que tangibles ya que el propio Mullah Abdul Rauf Khadem, uno de los primeros líderes de las filas del ISIS-K fue un desertor talibán. Antes de abandonar al grupo, Khadem había estado sirviendo tanto al gobierno de los talibanes de la década de los 90 como formó parte de la rebelión durante la presencia estadounidense en Afganistán. Del mismo modo, varios comandantes de alto rango de los talibanes paquistaníes habrían prometido lealtad al grupo yihadista en el 2015. 

Por su parte, el objetivo del ISIS-K es establecerse como la principal organización yihadista de la región. A través de sus ataques terroristas contra la población civil, el grupo yihadista quiere sembrar el terror y la incertidumbre en un intento de empujar a combatientes desilusionados de diferentes grupos a unirse a sus filas. 

Lo que es claro, es que uno de los objetivos más destacados del ISIS-K es poner de manifiesto que los talibanes no tienen a Afganistán bajo su control y, por ende, mostrar que el grupo no se sostiene sobre pilares fuertes. En contraposición de los designios de los talibanes, los yihadistas del Daesh desean crear un califato mundial. A corto plazo, ante las nuevas formas de organización de los yihadistas, sus objetivos inmediatos en el país afgano son atacar, además de a civiles y a minorías afganas, a instituciones civiles y personal de organizaciones de ayuda humanitaria.

Si el grupo consigue consolidarse como ya ocurrió en Siria o en Irak, y reclutar a más combatientes, la organización terrorista podría dejar de ser sólo una amenaza regional en Afganistán para volver a transformarse en una amenaza internacional que desestabilice las bases de la seguridad internacional a nivel mundial en una nueva lucha contra Occidente.