Inteligencia Artificial, la nueva frontera en la competición geopolítica
Habitualmente dedicamos este espacio a hablar sobre conflictos, estados, grupos no estatales, zonas geográficas… al fin y al cabo los actores, sucesos o espacios que conforman el panorama geopolítico actual. Y lo hacemos tratando de dibujar los posibles escenarios a los que nos podemos enfrentar.
Sin embargo, hoy vamos a centrarnos en un factor novedoso, que tiene por sí mismo la capacidad de redefinir el poder económico y militar, de dirigir o modificar la actitud de las sociedades e influir a escala global en todos los órdenes.
Ese factor no es otro que la Inteligencia Artificial. Prácticamente sin darnos cuenta, se está produciendo una competencia geopolítica por la supremacía en la Inteligencia Artificial cuyo impacto será global.
Habrá quien considere que la Inteligencia Artificial no es más que un avance tecnológico más. Sin embargo, enfrentarla de esa manera es un error, pues más que simple tecnología, es un factor de transformación con posibilidades infinitas. Tanto es así que la rivalidad entre las principales potencias mundiales, y aquí hemos de centrar el tema, en China y Estados Unidos, es máxima, para desgracia nuestra como europeos. Pekín y Washington han entendido que quien obtenga una ventaja significativa en el desarrollo y aplicación de la Inteligencia Artificial estará en condiciones de superar al otro en cualquier campo. Por ello, no se puede obviar el hecho de que las implicaciones de los avances en ese campo para un futuro próximo son más que profundas.
Los crecientes avances en el campo de las tecnologías emergentes y disruptivas (EDT) entre Estados Unidos y China representan una de las competiciones tecnológicas, geopolíticas y de seguridad más importantes del siglo XXI. A medida que ambos países compiten por el dominio tecnológico, los avances impulsados por la Inteligencia Artificial en el desarrollo económico, las capacidades militares y la infraestructura digital global están afectando a la estabilidad estratégica mundial. Uno de los ejemplos más recientes de esta competencia ha sido marcado por la aparición de sofisticados modelos de IA y chatbots que funcionan con modelos de lenguaje de gran tamaño (LLM) y procesamiento del lenguaje natural (NLP) para comprender las demandas y preguntas de los usuarios y generar respuestas a ellas, como DeepSeek de China y ChatGPT de OpenAI de Estados Unidos.
Cada una de las dos potencias está adaptando su evolución en este campo a su propia idiosincrasia, pero ambos tienen el mismo objetivo.
En Estados Unidos, la historia de la evolución de la IA es de una innovación disruptiva y liderazgo pionero. Desde los albores del desarrollo de la computación hasta el auge del “aprendizaje profundo” (deep learning), Silicon Valley ha sido el epicentro de avances revolucionarios. Empresas como Google, OpenAI, Microsoft y Meta han estado a la vanguardia de la investigación en modelos de lenguaje grandes (LLM), visión por ordenador y robótica, impulsando lo que hoy conocemos como IA generativa.
La fortaleza de Estados Unidos radica en su ecosistema vibrante de capital de riesgo, universidades de élite y una cultura de emprendimiento que fomenta la experimentación.
La inversión privada masiva ha permitido a estas empresas atraer el mejor talento global y financiar proyectos de investigación de vanguardia, a menudo con una visión más global y menos constreñida por la dirección estatal. Sin embargo, este modelo no es perfecto, y la ausencia de una estrategia nacional de IA cohesionada y unificada, en comparación con el enfoque centralizado de China, ha sido un lastre que ha impedido aunar esfuerzos, optimizar recursos y alcanzar metas de forma coordinada, provocando incluso retrasos en los avances. Por ello, y desde no hace mucho, son un hecho los recientes esfuerzos gubernamentales por impulsar la investigación y la seguridad en IA con el fin de establecer objetivos claros y coordinar los pasos que se vayan dando.
En China, la evolución de la IA puede calificarse de meteórica, impulsada por una potente combinación de apoyo gubernamental sin restricciones, vastas cantidades de datos y una rápida adopción de todo tipo de tecnología por parte de una población inmensa que permite recibir un “feedback” masivo que ayuda al constante avance en este campo. El Gobierno chino ha declarado explícitamente su objetivo de convertirse en el líder mundial en IA para 2030, respaldando esta ambición con inversiones masivas en investigación y desarrollo, parques tecnológicos y programas de formación. Este objetivo, además, fue establecido en la década pasada. Ya entonces China estableció tres hitos: lograr un volumen de mercado para la IA de 20.000 millones de dólares, alcanzar los 60.000 en 2025 y culminar en 2030 con 150.000.
Pero para conseguir ese primer puesto en todo lo referente a la IA, Pekín necesita ser capaz de desarrollar y producir en cantidades suficientes chips de última generación, desarrollar software más avanzado y disruptivo, y ello implica invertir fuertemente en programas de formación de personal especializado. El Gobierno se reserva un papel clave en cuestiones de regulación y apoyo, tanto económico, para investigación, como de otra índole. La inversión, a través de incentivos o rebajas fiscales, tiene por objeto que las compañías chinas den un salto cualitativo. Aunque el plan no sólo se contempla para el sector privado. Gran parte de este proyecto está supervisado por el Gobierno a través del PLA, quien contribuye de manera sobresaliente al mismo.
Empresas como Baidu, Alibaba, Tencent y SenseTime han florecido, especializándose en áreas como el reconocimiento facial, el procesamiento del lenguaje natural y la IA para ciudades inteligentes. La ventaja de China se sustenta en su capacidad para recopilar y procesar enormes volúmenes de datos, esenciales para entrenar modelos de IA robustos. Además, la integración de la IA es un pilar fundamental en su estrategia militar y de seguridad nacional, pues desde muy pronto China ha entendido la capacidad de influencia de este factor en este ámbito, que puede proporcionarle una ventaja decisiva en futuras capacidades defensivas y ofensivas. La otra cara de la moneda de este modelo es que el control estatal y la censura pueden, en ocasiones, sofocar la innovación más disruptiva, que a menudo surge de la libertad creativa.
La rivalidad entre Estados Unidos y China en el campo de la IA se manifiesta en múltiples dimensiones:
Talento y liderazgo científico: ambos países compiten por atraer y retener a los mejores investigadores y científicos en IA. Si bien EE. UU. sigue siendo un imán para el talento global, China está produciendo una cantidad creciente de graduados altamente calificados en IA.
Capacidad de computación y hardware: La dependencia de los semiconductores avanzados, vitales para el entrenamiento y despliegue de modelos de IA, ha convertido a esta cadena de suministro en un campo de batalla geopolítico. Las restricciones de exportación impuestas por EE. UU. a China buscan frenar el avance tecnológico de Pekín en este ámbito. En este aspecto, Taiwán cobra aún más relevancia como pieza clave en el escenario geopolítico.
Estándares y gobernanza: la influencia en el establecimiento de estándares globales para la IA es crucial. Mientras EE. UU. aboga por un enfoque más abierto y basado en el mercado, China busca un mayor control estatal y la exportación de sus modelos de vigilancia.
Aplicaciones militares: la integración de la IA en todo tipo de sistemas autónomos y no tripulados, ciberseguridad y el apoyo a la toma de decisiones militares es una preocupación central. La carrera por desarrollar IA de aplicación para la defensa y la inteligencia va a redefinir el equilibrio de poder militar global, y será tanto o más influyente que el desarrollo de nuevos sistemas de armas.
Control de datos: la capacidad de acceder y procesar grandes conjuntos de datos es la ventaja competitiva clave. La legislación sobre privacidad y el uso de datos, tan diferentes en ambos países reflejan filosofías divergentes que impactan directamente el desarrollo de la IA.
En última instancia, la carrera por la supremacía en IA entre Estados Unidos y China no es sólo una competencia tecnológica; es una lucha por el dominio en la próxima era de la influencia global. Los resultados de esta batalla determinarán quién lidera en innovación, quién establece las normas y, quién modelará el futuro de la sociedad y la geopolítica mundial. La resiliencia, la adaptabilidad y la capacidad de fomentar la innovación en un entorno de competencia feroz serán cruciales para ambas potencias y determinantes para el resto del mundo.