Israel y el futuro de Hezbolá
Podemos situar en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial el inicio del papel protagonista de la región de Próximo Oriente en la geopolítica global.
Aunque esta afirmación no es del todo cierta y podría considerarse incluso pretenciosa, pues olvidamos con demasiada facilidad que precisamente esa zona es la cuna de la civilización y el origen de los mayores imperios que ha conocido la historia.
Pero volviendo al contexto actual, hay que reconocer que lo que acontece o ha sucedido en esa región del planeta ha condicionado las relaciones entre países, la economía mundial y en cierto modo el futuro del mundo, pues ha sido pieza clave a la hora de conformar los equilibrios de poder e influencia y el escenario donde diversas potencias han dirimido sus diferencias.
Y, del mismo modo, nadie duda que dos acontecimientos relativamente recientes, uno, consecuencia directa del otro, han supuesto un punto de inflexión que va a reconfigurar las relaciones en toda la zona y en el mundo, con implicaciones de todo tipo. Nos referimos, como no puede ser de otra manera, a los “Acuerdos de Abraham” y a los terribles sucesos del 7 de octubre de 2023.
Este último acontecimiento sin duda marcará todo lo que suceda en la zona probablemente durante décadas, aunque seguramente no como esperaban quienes lo planificaron y ejecutaron en su momento.
Tal y como se ha comentado en otras ocasiones, la acción de Hamás contra Israel tenía como objetivo principal desbaratar todo lo que se había avanzado en las relaciones entre Tel Aviv y los países árabes de la región, pues esos progresos significaban para Irán un mayor aislamiento y la pérdida paulatina de sus dos principales herramientas de acción exterior: la influencia de sus milicias “proxies” y la manipulación constante de la causa palestina en beneficio de sus propios intereses. Porque algo que no se debe olvidar es que la “preocupación” de Irán para con los palestinos siempre ha tenido como origen su propio interés en tanto en cuanto le servía de elemento aglutinador del mundo musulmán en torno a sus objetivos y como elemento de desestabilización del Estado de Israel.
No sería por ello descabellado pensar que entre los objetivos también estaba terminar de desestabilizar el Gobierno de Israel provocando una crisis institucional más grave aún de la que ya estaba sufriendo. Eso, sin duda, también habría servido a los intereses de Irán, especialmente en un momento en que la situación del primer ministro Netanyahu era bastante delicada y los problemas tanto políticos como sociales estaban llevando a Israel a una situación sin precedentes.
Cuando se afirma que los objetivos del 7 de octubre no se han alcanzado nos referimos principalmente a su efecto sobre los Acuerdos de Abraham. Estos se han mantenido y ninguno de los países firmantes se ha retirado, a pesar de las inevitables muestras de condena por las acciones de represalia israelíes, pero no se ha ido más allá. También parece que lo sucedido ha provocado el efecto contrario en la política interna israelí. En cierto modo, ha reforzado temporalmente la posición del primer ministro y de su Gobierno y les ha permitido además tomar ciertas decisiones a nivel interno que el mismo día seis de octubre eran impensables. Y, además, y lo más importante, aun con el problema de los rehenes, y la contestación interna a la reacción contra Hamás, el resultado global ha sido una unión férrea en torno al Gobierno y en pos de la defensa del país.
Desde luego, ese apoyo o ese posicionamiento no serán inmutables en el tiempo, y poco a poco, en situaciones puntuales, vemos cómo puede decaer, pero su núcleo permanece inalterable. Y es eso precisamente lo que está permitiendo al Gobierno de Tel Aviv continuar con las acciones emprendidas en la franja de Gaza. Eso y la certeza de que Irán, como tal, ni es ni será un actor directo en el conflicto. Esto quedó claro tras el ataque de Teherán sobre Israel, tanto en la forma como en el fondo de éste, y se terminó de definir con la respuesta israelí. Lo importante de aquel suceso no fueron las acciones militares en sí mismas, sino los mensajes que transmitieron. Y esos mensajes confirmaron que ninguno de los dos países tiene intención de iniciar una escalada regional, y que la capacidad de Israel va mucho más allá de lo que Irán puede contrarrestar. Por lo tanto, al menos de momento, ese intercambio de golpes ha servido para que Israel sienta que tiene las manos libres para continuar con su plan.
Y parece que por ahora las milicias iranies están empeñadas en proporcionar a Israel los motivos necesarios para seguir adelante. Porque no debemos engañarnos. Al Gobierno de Israel, o, mejor dicho, al Estado de Israel, las repercusiones exteriores de sus acciones no le suponen un problema. Las protestas, condenas, reconocimientos extemporáneos del Estado palestino, resoluciones y demás, no van a hacer que se aparte un milímetro de sus objetivos.
Desde el nacimiento del Estado hebreo, su historia ha estado jalonada por numerosos episodios violentos, de amenaza, guerras, e incluso de autentico peligro de la pervivencia del propio país.
Y, si algo han tenido en común todos los gobiernos israelíes desde aquel momento es que harían lo que fuera necesario para lograr la supervivencia del país por encima de la imagen exterior. Eso es algo que pronto aprendieron que se recupera, y que acciones que hoy escandalizan en pocas semanas o meses quedan olvidadas. En su particular balanza de coste beneficio queda claro que les compensa.
Por ello, el último ataque sufrido sobre suelo israelí procedente del sur del Líbano y que ha causado la muerte de doce jóvenes por el momento, puede ser la última excusa, o una de las últimas, que lleven a Israel a dar el paso definitivo de lo que podríamos considerar la segunda fase de su respuesta al 7 de octubre.
Si algo quedó claro tras el ataque de Hamás es que Israel no va a volver a permitir que algo así suceda nunca más. Las fronteras israelíes necesitan ser seguras, y el pueblo israelí no puede vivir con el temor a una nueva incursión de milicias de cualquier tipo que provoquen un baño de sangre como el sucedido en octubre. Desde luego que aún quedan muchas incógnitas sobre lo sucedido y mucho que decir sobre los fallos de inteligencia y seguridad, pero esas cuentas internas habrán de ajustarse cuando todo haya acabado.
La seguridad de Israel pasa sin duda alguna por la desaparición o la neutralización de aquellas milicias con capacidad de llevar a cabo acciones de entidad. Entre estas podemos identificar a tres principales: Hamás, Hezbolá y los hutíes. Estos últimos tienen una capacidad limitada y son un problema con el que lidiar más adelante.
Sin embargo, el verdadero problema lo constituyen Hamás y Hezbolá. La operación en la franja de Gaza ha mermado significativamente sus capacidades, aunque aún queda trabajo por hacer, y en paralelo, los ataques selectivos contra el Líbano están erosionando poco a poco a Hezbolá. Pero no debemos llevarnos a error. Tarde o temprano, y casi podríamos asegurar que será más pronto que tarde, lo que se ha vivido en la franja de Gaza se repetirá al sur del río Litani, sin alcanzar seguramente el mismo nivel de destrucción, pero probablemente con más dureza y más coste para Israel, pero es algo que sucederá. Para Tel Aviv, el hecho que una milicia operativa, perfectamente armada, equipada, financiada y adiestrada opere con total libertad justo a un metro de su frontera (y eso es algo que cualquiera que haya pasado por la zona lo ha visto y conoce), ya no es una opción admisible, y lo va a evitar asumiendo el coste militar, humano y reputacional que sea necesario.
Irán, de momento, parece haber bajado la presión y haber adoptado un perfil más bajo, seguramente debido al recién finalizado proceso electoral y ciertos movimientos internos que denotan tensiones en la cúpula del régimen. Y podemos aventurarnos a decir que seguramente en ciertos círculos de Teherán haya quien no vea con malos ojos el hecho de que los “Guardianes de la revolución” y más concretamente la fuerza Quds, pierdan ascendente y poder al perder parte de sus activos. Ese es sin duda un tema muy interesante a tratar en un futuro.
Está por ver la reacción de otros actores que en los últimos días han saltado a la palestra y que en el pasado tuvieron momentos de gran tensión con Israel, como es el caso de Turquía. Sin embargo, las declaraciones del presidente Recep Tayyip Erdogan, como casi siempre, hemos de tomarlas dentro del contexto interno. A pesar de lo que pueda parecer, la situación interna en el país cada vez es más complicada, sobre todo en el plano económico, y el Gobierno turco necesita buscar focos de atención para su población fuera de sus fronteras. Todo ello unido al denodado interés de Ankara por erigirse como potencia regional en el Mediterráneo oriental y a derivadas muy interesantes de un posible nuevo conflicto en el Líbano, como la explotación de los yacimientos de gas que hay en la zona, otro eje clave de la política exterior turca.
Como vemos, una vez más el giro de los acontecimientos en esa esquina del planeta tendrá una influencia que va más allá de lo regional y determinará un escenario que probablemente a día de hoy no alcancemos ni a imaginar.