El político y diplomático español considera que “la normalidad, en el sentido amplio de la palabra, no la vamos a recuperar hasta dentro de dos años”

Javier Rupérez: “El mundo necesita la desaparición de Trump”

PHOTO/ATALAYAR - Javier Rupérez, político y diplomático español

Francisco Javier Rupérez Rubio (Madrid, 24 de abril de 1941) es un político y diplomático español que ha servido como embajador de España en Estados Unidos (2000-2004), además de haberlo sido ante la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (1980-1982) y ante la OTAN (1982-1983). Su extensa trayectoria profesional le ha llevado a trabajar como subsecretario general de la ONU en Nueva York, (2004-2007), donde dirigió el Comité Antiterrorista del Consejo de Seguridad. En el Congreso de los Diputados de España fue presidente de las Comisiones de Asuntos exteriores y Defensa y ha sido presidente de las Asambleas Parlamentarias de la OTAN y de la OSCE. Repasa con el equipo de Atalayar las principales claves del mundo que ha sufrido el impacto de la pandemia del coronavirus y del mundo que saldrá tras ella. Los cambios en la geopolítica internacional, las crisis en Estados Unidos o el papel de Europa en el tablero global son algunos de los temas que aborda en esta entrevista.

¿Cómo es el mundo actual que tenemos con la crisis del coronavirus? ¿Y qué mundo saldrá tras la pandemia?

Estamos instalados en la incertidumbre. No sabemos lo que va a pasar. Y es una crisis mundial que afecta a todos los niveles: la seguridad, la economía, la vida social. Para comenzar mis esquemas de análisis, siempre recuerdo lo que decía el secretario de Defensa de George W. Bush, Donald Rumsfeld: debemos tener en cuenta tres niveles de análisis, que son las cosas que sabemos que sabemos, las cosas que sabemos que no sabemos y las cosas que no sabemos que no sabemos. Creo que estamos en este tercer y último nivel: no sabemos qué es lo que no sabemos, no sabemos qué es lo que se nos viene encima. Y, por lo tanto, no sabemos qué es lo que va a pasar. En cambio, sí hay cosas que conocemos, como el impacto económico inmediato, y lo sabemos porque es muy doloroso para todos, viendo cómo hay gente que no tiene nada que comer y que tiene que hacer colas para recibir ayuda. Hay gente que se puede morir de hambre y hay gente que ya se ha muerto por la falta de asistencia médica. Y el problema más grande no son los fallecidos, que también, sino todos aquellos que van a sufrir en primera persona las consecuencias económicas de la pandemia. Las secuelas económicas, políticas y sociales serán las más graves que hayamos visto desde la Segunda Guerra Mundial.

¿Se presenta un mundo más convulso?

Todo esto se enmarca en un contexto internacional enormemente complicado donde ya estamos viendo, con independencia de los efectos económicos y sociales, cómo se están produciendo repercusiones geopolíticas en la estructura del mundo. Hoy sabemos que China nos ha mentido y que nos quiere seguir mintiendo; que Estados Unidos, por razones políticas, no ha querido hacer frente de una manera coordinada a la pandemia; y que Europa la ha gestionado de una forma descoordinada.

Aun así, considero que vamos a seguir viviendo con lo que he denominado el consenso de la Segunda Guerra Mundial, que es el consenso multilateral generado a través de las Naciones Unidas. 

¿Es usted pesimista?

Yo no creo que el mundo se vaya a venir abajo, como profetizan algunos. Hay que investigar y averiguar qué es lo que no sabemos y reparar las fisuras que se hayan generado, porque sería gravísimo que, como consecuencia de la pandemia, resurgiesen los sistemas autoritarios, que ya presumen de que ellos son los buenos y de que lo malo es la democracia. Considero también que es necesario mostrarse activo y buscar la aplicación de un determinado modelo de reconstrucción. Su éxito dependerá de la voluntad de los actores, que somos todos nosotros. Sería terminal acoger pasivamente la calamidad como nuestro futuro. 

¿Cómo será la “nueva normalidad”?

No creo en absoluto en la “nueva normalidad”, creo en la normalidad que ya teníamos: un sistema formado por la economía social de mercado, la democracia parlamentaria y la multilateralización de las relaciones internacionales. ¿Que esto puede venirse abajo? Evidentemente. ¿Qué hay que procurar hacer todo lo posible para que esto no suceda? También. 

¿Qué se puede hacer?

Tenemos que saber cómo reaccionar, cómo gestionar los estratos de lo que muchos consideran ahora una “guerra”. Y si de guerra se trata, pensemos en los modelos anteriores para acabarlas. En el caso de la Primera Guerra Mundial, se utilizó un mal modelo: hubo falta de liderazgo -Estados Unidos se retiró de los acuerdos de Versalles y no permitió que prosperase la Sociedad de Naciones- y ello generó la aparición de nacionalismos y populismos que derivaron en fascismos que condujeron a la Segunda Guerra Mundial. Y en ella, el modelo fue justamente el contrario. EEUU mantuvo en la paz el liderazgo que habían practicado durante la guerra y las potencias vitoriosas consensuaron un modelo de normas de comportamiento nacionales e internacionales que en lo fundamental han garantizado la paz y la estabilidad mundiales desde entonces. La ONU, con todas sus limitaciones, es un buen ejemplo de todo ello. Yo recomendaría insistentemente que se siguiera este último modelo si aplicamos a la pandemia la figura bélica. 

Entonces, ¿cree que la crisis del coronavirus podría identificarse con una tercera guerra mundial?

No me gusta demasiado pensar que esto es una guerra. Sí que es cierto que es una crisis muy complicada. China tiene que dar explicaciones y el resto del mundo tiene que exigírselas. Los chinos tienen que ser conscientes de que el ascenso que se había producido en su proyección internacional como consecuencia de su creciente importancia económica hoy se ha visto gravemente afectado desde el punto de vista de la reputación.

¿Cuál es su visión del origen del coronavirus?

Existen diferentes versiones. ¿Ha sido consecuencia de una mala práctica higiénica en los “mercados húmedos” o de un error en la gestión del único laboratorio epidemiológico de China, que está situado en Wuhan? Yo pienso que ha sido un error de los científicos que estaban manejando los virus, entre otras razones, porque una delegación de expertos estadounidenses que visitó las instalaciones el año pasado ya advirtió de las prácticas deficientes que allí se empleaban y de condiciones de trabajo que no eran las correctas. 

Algunos hablan de guerra biológica…

Esto ha llevado a determinados sectores internacionales a establecer un paralelismo con la guerra e, incluso, con las consecuencias de la guerra. Es decir, exactamente igual que pasó en la Primera Guerra Mundial y en la Segunda Guerra Mundial -con sustanciales diferencias- hay que exigir, igual que se exigió a Alemania, las reparaciones como consecuencia de la agresión. Yo creo que este sistema no se tiene en pie, francamente, porque no es exactamente lo mismo, aunque eso no impide que tenga que haber una exigencia para que se aclare lo que ha pasado y se pueda evitar que se repita.

¿Cómo afecta la pandemia a las relaciones del resto del mundo con China?

Sabíamos antes que como consecuencia de la diferencia de precios de producción entre China y el mundo occidental se había producido un desplazamiento de la actividad productiva al gigante asiático, en temas textiles, automovilísticos, etc. Y ahora sabemos que eso tiene una serie de consecuencias que necesitan ser replanteadas como, por ejemplo, la propiedad intelectual. El robo de la propiedad intelectual por parte de China de los saberes científicos e industriales occidentales ha sido brutal. 

El peso de China en el mundo es muy relevante…

Lo que tampoco podemos olvidar que es China existe como segunda potencia económica mundial, ya primera en términos comerciales por encima de EEUU. Hace 10 años, el gigante asiático se dedicaba al comercio, pero no se dedicaba a la propagación ideológica.

De lo que sí se habla es de ciberguerra…

Evidentemente, hay en este momento una serie de proyecciones de ciberataques, de ciberguerra, que lo que pretenden es exagerar los dos posibles extremos del problema: uno, que han sido los chinos los que voluntariamente han inventado el coronavirus para fragilizar al mundo occidental; y dos, la versión alternativa, que han sido los americanos los que lo han creado. Creo que ninguna de las dos es cierta, y que más bien han sido errores chinos, bien en el tema de los “mercados húmedos” o bien en el tema del laboratorio epidemiológico de Wuhan.

¿Cree que, tras el coronavirus, habrá un grupo de países “ganadores” y otro grupo de países “perdedores”?

Creo sinceramente que todos vamos a perder. Creo también que es una reflexión que falta por hacer, tanto a nivel colectivo como individual. ¿Seremos mejores después del coronavirus? Creo que no. Nadie ha ganado nada, salvo el conocimiento de nuestras propias fragilidades, pero eso no hace a nadie más fuerte que el resto. Todos estamos inmersos en la misma desgraciada historia y vamos a ver si podemos salir todos juntos y bien de esta calamidad. Bastante complicado.

¿Cómo está afectando la crisis del coronavirus a la gestión de Donald Trump en Estados Unidos? ¿Cree que podría recuperar el multilateralismo ante la crisis mundial en la que estamos inmersos? 

Hay una expresión inglesa, “wishful thinking” (hacerse ilusiones), que me sirve para responder. Trump puede perder las elecciones y yo preferiría que así fuera. En lo doméstico, ha buscado la alteración sustancial de muchos de los equilibrios de poderes recogidos en la Constitución. En lo internacional, ha contribuido a fragilizar muchos de los consensos obtenidos después de la Segunda Guerra Mundial. Ha roto con el multilateralismo, retirando a EEUU de varias organizaciones internacionales-las últimas la Organización Mundial del Comercio (OMC) y la Organización Mundial de la Salud (OMS)-, además de haberse apartado de acuerdos tan significativos como el acuerdo nuclear con Irán y de haber sembrado dudas en las relaciones transatlánticas. El mundo, que estaba definido por las relaciones permanentes a varios niveles económicos, políticos y de seguridad entre Europa y EEUU, se ha debilitado. Son patentes los complicados problemas a los que la OTAN debe hacer frente como consecuencia de ello.  

¿Trump actúa con un plan predeterminado?

Observando día a día el comportamiento de Trump, uno se da cuenta de que no corresponde a ningún plan previsto, no hay ninguna estructura. ¿Por qué dice que va a retirar los soldados americanos de Alemania? Simplemente porque se ha enfadado con Angela Merkel, que ha dicho que no puede ir a la cumbre del G7 que se celebrará en Camp David (EEUU) en julio por razones sanitarias. Esto no tiene nada que ver con ninguna visión estratégica.

Entonces, ¿cómo calificaría a Trump?

Son muchos los analistas -John Bolton es el más reciente de entre ellos- que le califican de psicópata. Los psicópatas actúan por movimientos impulsivos que tienen que ver únicamente con su propia personalidad. Un día está enfadado con China y al siguiente le pide ayuda económica para salvar sus elecciones; un día está enfadado con Rusia y al siguiente se olvida que de que Rusia ha incumplido gravemente las normas de derecho internacional y le invita a participar en las reuniones del G7. Los ejemplos son infinitos. Por eso, EEUU necesita la desaparición de Trump y el mundo necesita la desaparición de Trump, y la vuelta a esa normalidad previa.

¿Puede perder Trump las próximas elecciones?

En estos momentos las encuestas le son bastante desfavorables, pero en esto de las elecciones, como suficientemente sabemos, cualquier cosa puede ocurrir. Incluso que efectivamente las pierda. Creo que, si así ocurre, y conociendo bien la personalidad del candidato demócrata, Joe Biden, tanto EEUU como el mundo podrían imaginar un retorno sustancial a la situación previa. También sé que el mundo puede evolucionar, y que las exigencias del momento sean diferentes. Yo, por ejemplo, he vivido las fases del mandato de Obama, y recuerdo bien sus vacilaciones, marcadas en algún momento por un claro deseo de retirada del protagonismo internacional, por ejemplo, en la intervención europea en Libia, tras la caída de Muammar Gadafi, cuando Obama anuncia que no va a participar directamente, sino que lo va a hacer “driving from behind”, es decir, en la retaguardia, en el asiento de atrás. Sucede lo mismo con el anuncio de la retirada de Irak o de Afganistán. 

¿Cómo se puede explicar este comportamiento?

En parte hay una justificación y es la guerra. EEUU lleva en guerra 20 años, y la guerra supone muertos, heridos, lisiados, sufrimientos personales y colectivos, incremento exponencial de la atenciones médicas y de sus gastos. Todo ello es muy visible en la sociedad americana.  

¿El expresidente Obama tenía objetivos diferentes?

Obama también había iniciado un ligero reordenamiento de la visión estratégica del país, pensando más en el este que en el oeste, en China, Japón… Pero eso tenía su lógica, discutible como tantas otras cosas, pero no suponía una ruptura total con el sistema porque la OTAN, que es un elemento fundamental de la estabilidad internacional, seguía contando con el pleno apoyo americano, además de sus progresiva coordinación con la política europea de defensa de la UE. En ese capítulo hay que recordar que los primeros pasos que se dan para que los países europeos se unifiquen los da el Plan Marshall, con su voluntad de sumar las ayudas para la reconstrucción a un proyecto de cooperación económica continental.

¿Apuesta usted por Biden?

Desde luego sería bueno que Trump abandonase la Casa Blanca y que Joe Biden, que será previsiblemente el candidato demócrata, ganase las elecciones. No digo que esto supondría la vuelta inmediata a todo el multilateralismo, pero sí un avance para la recuperación de la confianza básica. No es tanto una apuesta cuanto un análisis. Espero y deseo no equivocarme.

Todo ha coincidido…

Claro, la celebración de unas elecciones en medio de la pandemia le está obligando a EEUU reconsiderar muchos aspectos, entre ellos, su propia situación económica. Cuando estalla la crisis del coronavirus, el paro se situaba en el 3,5%, es decir, prácticamente no existía. Hace dos meses, se situaba en el 17%, que era un porcentaje parecido al que había tenido el país en la Gran Depresión de los años 30. Y ahora, está en el 14%, que sigue siendo una mala cifra.

En este sentido, ¿qué lecciones puede extraer España de la crisis del coronavirus?

También tenemos que observarnos a nosotros mismos. España tiene alrededor del 14% de paro, que se ha convertido en el porcentaje habitual. Tenemos que ir pensando cómo proceder para cambiar nuestro modelo productivo y hacerlo más eficiente: no podemos tener una economía con ese nivel de desempleo, o con un 95% de tejido empresarial formado por pymes, o con un sector turístico representando el 13% del PIB, o con unos niveles de deuda que, según el Banco de España, se pueden disparar hasta el 120%. Si algo positivo puede tener la pandemia es precisamente el forzarnos a encontrar respuestas a un reto económico y social evidente.

Ante este escenario, ¿Europa también debería asumir su propia defensa?

Hay que tener en cuenta que la noción que transmite Trump de que EEUU es “el pagador de este mundo”, tiene una doble lectura. También ellos están obteniendo ventajas de esas relaciones con sus socios y aliados. Pensar únicamente que la OTAN es un sistema donde EEUU ayuda gratis a los países europeos sin recibir absolutamente nada a cambio no tiene sentido, de ninguna de las maneras. EEUU también necesita una fortaleza europea, precisamente para atender a sus necesidades estratégicas.

Siguiendo en el Viejo Continente, ¿considera que el plan de reconstrucción de la economía anunciado por Bruselas apuntalará o desestabilizará el proyecto comunitario?

Creo que el plan de la UE es excelente y espero que salga adelante. También estoy de acuerdo en que la masa gigantesca de dinero que se va a desembolsar venga con dos aspectos: por un lado, el carácter del Plan Marshall, con subvenciones sin retorno; y, por otro lado, el condicionamiento. Este sistema que se ha creado puede favorecer enormemente el sentido de la proyección europeísta.

Entonces, ¿sigue creyendo en la Unión Europea?

Yo soy absoluta y totalmente federalista europeo. Sé también que estamos muy lejos de conseguirlo, todavía no somos los Estados Unidos de Europa que yo querría, pero estoy convencido de que a la larga los países europeos limarán cualquier tipo de preferencia local tribal y acabarán por comprender que la única solución está en la unión, porque cualquier otra cosa es una abiertamente una catástrofe, para los lituanos, los holandeses, los daneses, los belgas… para todos. Desde este punto de vista, creo que los pasos que está tomando la Comisión y las propuestas que está realizando el Banco Central Europeo son importantes. 

La pandemia ha relegado a un segundo plano las otras crisis que azotaban al Viejo Continente, como el Brexit, los populismos del Este…

Lamento profundamente que Boris Johnson sea el primer ministro de Reino Unido. Creo que los británicos se han equivocado gravísimamente en las elecciones y creo también que se habrán dado cuenta de que tienen el peor primer ministro posible en las peores circunstancias internacionales posibles. Además, EEUU, que parecía erigirse como la mejor alternativa de Reino Unido a Europa con la firma de un acuerdo de libre comercio, ha apartado, de momento, las negociaciones, hasta el punto de considerar que un pacto será imposible antes de las elecciones de noviembre. De vez en cuando los pueblos se vuelven locos. El Brexit es la más reciente y rotunda manifestación de ello. 

Sobre el mercado del petróleo, con la cotización en negativo por primera vez en la historia el pasado 20 de abril, ¿cuál es su visión?

La paralización ha afectado a la movilidad y la movilidad son los automóviles, los aviones… Y esto tiene un impacto, sin duda, sobre los productores de petróleo. Pero ya estamos viendo cómo se están reactivando los diferentes sectores. También me gustaría destacar cómo ha cambiado la visión de la industria del automóvil tras la pandemia: antes se apostaba por las energías limpias y ahora creo que mantendremos un poco más el diésel y la gasolina, porque las fábricas de vehículos necesitan recuperarse rápidamente, y eso, de momento, solo se lo puede ofrecer el petróleo. Por eso, es muy importante toda la industria que depende del crudo. De todas formas, creo que la normalidad no la vamos a recuperar en el sentido amplio de la palabra hasta dentro de dos años. 

Con la pandemia se han intensificado también los ciberataques…

Totalmente, los ciberataques más o menos conjuntados entre Rusia y China contra el mundo occidental son patentes… Vamos a ver lo que pasa con las elecciones presidenciales de noviembre en EEUU, pero probablemente asistamos a un espectáculo parecido, y probablemente corregido y aumentado del que ya vimos en las elecciones presidenciales de 2016, las que llevaron a Trump a la Casa Blanca.

¿Cómo ve que América Latina se haya convertido en el epicentro de la pandemia?

La falta de coordinación es total. Me preocupa fundamentalmente la situación en Brasil, con Jair Bolsonaro al frente, que es un Trump 2; y en México. Hay una excepción que me gustaría resaltar: Costa Rica, que, si bien es un país más pequeño, ha tenido una cifra de muertos insignificante: 12. 

¿Cuáles son los efectos generales de la crisis del coronavirus en Oriente Medio?

En primer lugar, Rusia se está aprovechando de la situación. Con la salida de EEUU de Siria, el Ejército ruso se está instalando en las bases que dejaron los americanos, que está llenando ese vacío con unas intenciones bastante graves. También tenemos a la Turquía de Erdogan, que es un factor totalmente imprevisible en la región. 

Por seguir con la geografía mundial, ¿Europa debería prestar mucha más atención a África, teniendo en cuenta la desestabilización en el Sahel y en el norte del continente con la guerra civil en Libia, que amenaza a los países vecinos?

África es la gran asignatura pendiente de Europa y del mundo occidental en su conjunto, tanto del punto de vista económico e industrial como de la seguridad. Hay varias Áfricas, por lo que hay que calibrar las aproximaciones, que no pueden ser las mismas en Marruecos que en Etiopía o en Sudáfrica. Pero, en cualquier caso, lo que hay que procurar, por todos los medios económicos y sociales, es fijar las poblaciones africanas allí donde están. La idea de que África se convierta exclusivamente en una zona de paso de migración para los africanos es mala para los propios africanos y es mala para el mundo occidental, como estamos viendo todos los días.

Creo que el Sahel merece una atención especial, porque aparte de los residuos franceses que todavía colean de la era colonial no se ha hecho nada en serio. También Sudáfrica, porque la situación no va bien y, desde luego, Libia, porque ha dejado de existir al convertirse en un Estado fallido con la guerra civil. Este tipo de casos requiere de participaciones e intervenciones militares, aunque no sean especialmente populares, porque nos afecta de una manera muy directa.

Por eso recojo soberanamente la necesidad de acercarnos a África, para que avance a todos los niveles, económico y político, y también para que se vaya respetando la democracia y se adopte el pluralismo político.

Sobre el caso específico de Libia, ¿cuál es el papel que debería jugar Europa en la resolución de la crisis?

Francamente, no lo sé. Hay que recordar varias cosas antes de responder a esa pregunta: Europa no tiene una política exterior común, no tiene una política defensiva común, no tiene un Ejército común… Y en Libia, que creo que ha desaparecido, lo que hay son fundamentalmente problemas de seguridad. Por eso, creo que sería la OTAN sería más adecuada que la UE para tratar esta situación, aunque a corto plazo no soy nada optimista.

¿Y el papel de Estados Unidos en África?

También habría que conseguir un significativo cambio de actitud por parte de EEUU, que siguen, como diría Obama, “driving from behind”. Han retirado sus tropas de la mayoría de los países africanos y parecen estar contentos con el contexto regional, con Egipto, con Túnez -donde no hacen absolutamente nada, que yo sepa- y con Marruecos, país con el que tienen excelentes relaciones, incluso a costa de España en algunas ocasiones. Además, cabe recordar que Rabat es el aliado fundamental de EEUU del sur del Mediterráneo.

Lo acaba de mencionar. ¿Cree que las relaciones entre EEUU y España están por encima de los gobiernos?

Apostaría cualquier cosa a que, en este momento, los servicios de la inteligencia estadounidense se piensan mucho la transmisión de información al Gobierno español por la presencia de Podemos y Pablo Iglesias en el Centro Nacional de Inteligencia (CNI). Aun así, creo que las relaciones entre EEUU y España están por encima de los gobiernos, o deberían estarlo. Además, la presencia económica empresarial española en EEUU es muy importante, más que la presencia estadounidense en nuestro país; y cultural, aunque ahora estamos viendo horrorizados cómo tratan de borrarla en el marco de las manifestaciones contra el racismo. El Gobierno español debería ser mucho más activo en la defensa de lo que no es solo nuestra historia, sino también la de EEUU. 

Sí que me gustaría mencionar que en el estado de las relaciones entre Washington y Madrid influye el signo político de los gobiernos. Por ejemplo, con José María Aznar, tuvimos las mejores relaciones con EEUU de todos los tiempos, mientras que con José Luis Rodríguez Zapatero fueron de las peores, y eso lo puedo certificar porque fui embajador durante ambos gobiernos.

Para terminar, ¿cuál será el futuro de las democracias tras la pandemia?

La democracia está compuesta de una serie de formas que tienen traducción institucional, como el voto, pero no se agotan con él. La democracia se sustenta además en los valores éticos que le dan sustento y en los respetos formales sin los que el Estado de Derecho no existiría. Ahí tienen su cabida toda una serie de esquemas como los derechos humanos y las libertades fundamentales, y los comportamientos individuales y colectivos y que afectan a las relaciones interpersonales: la confianza, el respeto mutuo, la empatía en las relaciones sociales. Las urgencias de los confinamientos dictados por los estados de alarma han coartado indudablemente algunas de esas manifestaciones y no son raros los grupos de poder que han intentado aprovechar la circunstancia en su propio beneficio político. Debemos ser conscientes de las urgencias del momento, pero también de la recuperación plena de nuestros derechos. Cualquier otra cosa daría la victoria a la pandemia y a los que de ella quieren aprovecharse. Pero yo no creo que las democracias se vean afectadas en lo fundamental por la calamidad del momento.

¿Y cómo valora la actuación de los gobiernos?

Por el coronavirus, nos hemos visto sometidos a una radical censura de nuestras libertades básicas, fundamentalmente la del movimiento. Y en algunos países, los gobiernos han querido aprovecharse de la situación para imponer sus propios programas. Todo eso, unido a la aparición del miedo en las relaciones personales y colectivas, las fracturas que se han producido en las libertades básicas y la desconfianza que se ha generado, no ha afectado a la democracia, pero algunos elementos de ella se han puesto en un “congelador” por necesidades comprensibles. Y por eso hay que volver a la normalidad, no a la nueva normalidad.