El descubrimiento de minas de oro en países como Níger, Mali y Burkina Faso ha sido aprovechado por grupos armados para aumentar su influencia en la zona

La fiebre del oro en el Sahel: la gran oportunidad para los yihadistas

AP/SAM MEDNICK - En esta foto tomada el domingo 23 de febrero de 2020, los mineros trabajan en una mina de oro en Bouda, Burkina Faso. Un número creciente de pequeños mineros de oro están sin trabajo en Burkina Faso mientras los yihadistas tratan de tomar el control de la industria más lucrativa del país

Las fiebres del oro han supuesto en la historia reciente un fuerte cambio tanto demográfico como económico para aquellos lugares que las han sufrido: México, California, Argentina… son regiones que transformaron parte de su paisaje en la construcción de las minas y produjo una migración masiva y apresurada a estas zonas.

En la zona del Sahel, fue en 2012 cuando se descubrió una veta sahariana de oro que se extiende desde Sudán hasta Mauritania. Para Burkina Faso, por ejemplo, este mercado supone el 20% del PIB y la economía del país depende del precio del metal en el mercado internacional.

El sector minero en Burkina Faso podría proporcionarle una importante riqueza, pero el hecho de que la mayor parte del oro sea destinado a la exportación ha provocado que solo unos pocos obtengan beneficios. Y entre ellos, los grupos armados y terroristas, que han visto en la minería su principal fuente de financiación e incluso de territorio, donde poder reclutar, ya que son zonas donde el Estado es débil y está ausente. Además, las redes informales en la región están cada vez más involucradas en el contrabando de metales preciosos, lo que aumenta aún más la violencia en la zona.

Mali, Níger y Burkina Faso: epicentro minero

En 2012, se halló una veta particularmente rica que cruza el Sáhara de este a oeste. Desde entonces, nuevos descubrimientos en Chad, Níger, Mali y Burkina Faso han aumentado la producción y venta de este mineral en el continente artesano. Entre 20 y 50 toneladas de oro por año en Mali y de 10 a 30 en Burkina Faso son las cifras de extracción, lo que equivale a un monto monetario de entre los 2.000 y 4.500 millones de dólares por año. La mayor parte del metal se destina posteriormente a las monarquías del Golfo, entre ellas, Emiratos Árabes Unidos (EAU).

Según estimaciones del International Crisis Group, más de dos millones de personas en Mali, Níger y Burkina Faso están directamente involucradas en la extracción artesanal de oro, aunque se estima que el número de personas empleadas indirectamente podría ser tres veces mayor.

En este punto, cabe destacar que, además de los principales problemas de gobernanza social, ambiental y política, el aumento de la violencia en esta zona ha producido nuevas preocupaciones de seguridad. En un contexto donde los Estados son débiles y varios grupos armados están intensificando sus actuaciones -aprovechándose en estos momentos del caos generado por el estallido de la pandemia del coronavirus-, el oro ha sido un gran descubrimiento para los yihadistas y los insurgentes de la región, que han tomado los sitios mineros y los han convertido en su fuente de financiación propia, además de contribuir en el crecimiento de las redes internacionales de lavado de dinero.

Control yihadista de las minas

En el norte de Burkina Faso, donde hay un mayor número de minas, diferentes grupos islamistas están librando una guerrilla desde 2016. En el país operan Ansarul Islam, un grupo de Uagadugú, así como el Grupo para el Apoyo del Islam y los Musulmanes (JNIM), una organización yihadista que aglutina a otras cuatro, entre ellas a Al-Qaeda en el Magreb y Al-Murabitín, y en menor medida Estado Islámico en el Gran Sáhara (ISGS). 

Estos milicianos han protagonizado episodios de violencia en torno a la minería como el que tuvo lugar el pasado 6 de noviembre de 2019, cuando hombres armados no identificados atacaron un convoy de Semafo, una compañía canadiense que opera la mina de oro Boungou en el este de Burkina Faso y 40 empleados fueron asesinados.

Las empresas que se encargan de la extracción del mineral han ido reforzando su seguridad, pero los ataques han empujado a muchas, principalmente canadienses y australianas, a replantearse sus operaciones en el país africano. Así, una de las mayores preocupaciones de los estados del Sahel y de organizaciones internacionales como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), es que los yihadistas se apoderen del oro.

Los principales grupos yihadistas se benefician financieramente de la extracción de oro, una actividad que consideran ‘halal’ (legal) en sus áreas de influencia. Lo hacen a través de distintos métodos que varían de una región a otra. Por ejemplo, en la provincia de Soum de Burkina Faso, los mineros de las vetas de oro pagan a los grupos yihadistas para su seguridad; mientras que, en Mali, el grupo yihadista Ansar Dine (miembro del Grupo de Apoyo al islam y los Musulmanes), no tiene una presencia armada para asegurar el sitio, pero recauda el ‘zakat’ (impuesto religioso) sobre los mineros y el resto de la población.

Por el momento, las zonas de oro siguen siendo en gran medida una fuente secundaria de financiación para los grupos yihadistas en el Sahel, aunque podría convertirse en primaria a medida que ganen territorio en los países de la zona, que suelen estar repletos de yacimientos de metales preciosos. Además, estos lugares se han convertido en un campo de reclutamiento para los grupos yihadistas que han estado predicando la necesidad de respetar la ley islámica, ya que algunas comunidades han apoyado esta moralidad.

La debilidad de los Estados y las crisis internas que sufren, sumado a la violencia ejercida por los grupos en sus acciones, ha convertido a este problema en un desafío clave para la seguridad de los países de la zona. El auge del oro ha abierto nuevas oportunidades a la población en general, pero también ha allanado el camino para la proliferación de grupos armados.