El Líbano, un año después de la explosión del puerto de Beirut
El pesimismo y la desesperación conquistaron cada rincón del Líbano, el 4 de agosto de 2020 después de que una explosión en el puerto de Beirut acabase con la vida de más de 160 personas e hiriera a más de 6.000. El aniversario de esta tragedia ha reabierto viejas heridas en la sociedad libanesa que, durante el último año, ha salido a las calles para exigir respuestas. La tragedia del puerto de Beirut que cambió para siempre la vida de los ciudadanos llegó en un momento en que la economía del país estaba hundida.
Desde que tuviese lugar la explosión en la capital del Líbano, las repercusiones han estado presentes en todos los ámbitos posibles. Las primeras consecuencias llegaron tan sólo unos días después con la dimisión del primer ministro, Hassan Diab, que ha dejó descabezado un país que atraviesa ahora sus peores momentos. Y es que el bloqueo que vive ahora mismo el Estado libanés representa una encrucijada de la más alta complejidad. El enfrentamiento entre la clase política mantuvo en vilo a una sociedad que esperaba a la formación de Gobierno para poder acceder a las ayudas internacionales, que tan desesperadamente necesita. Pero para logarlo se necesitan acuerdos internos entre los distintos movimientos políticos libaneses, algo que no ha sido posible hasta el momento, debido, en parte, al complejo sistema político de base sectaria del Líbano que hace que la adopción de decisiones importantes sea un desafío.
Estas situaciones desencadenaron multitudinarias protestas que terminaron con su renuncia. Entonces, fue reemplazado por Hassan Diab, que dimitió el pasado 10 de agosto, en medio de una nueva ola de presión social tras la explosión en el puerto de la capital libanesa. Luego, el Legislativo nombró a Mustafá Adib, pero este también renunció y lo hizo menos de un mes después de haber asumido el cargo, al argumentar precisamente dificultades entre las distintas bancadas políticas para formar un gabinete. El pasado 15 de julio, el ex primer ministro designado, Saad Hariri, volvía a dimitir tras ser incapaz de llegar a un acuerdo con el presidente del Líbano, Michel Aoun, para formar Gobierno. Está claro que el regreso del multimillonario Najib Mikati, como primer ministro, enfrenta grandes retos. Los libaneses se muestran escépticos también sobre la formación de un Gobierno de tecnócratas, ya que el anterior quedó trabado por la injerencia de los principales partidos político-confesionales, incapacitándolo para emprender dicha reforma.
A falta de conocerse la causa exacta de la explosión, que sigue bajo investigación, la versión oficial apunta a un accidente en el hangar 12 del puerto que habría detonado las 2.750 toneladas de nitrato de amonio almacenadas. Sin embargo, la historia de esta tragedia comenzó hace ocho años, cuando un barco fletado, Rhosus, por Rusia y con bandera moldava que viajaba desde Georgia a Mozambique atracó en Beirut. Tras una serie de incidentes, fue sometido a una inspección por parte de los técnicos del puerto que supuestamente encontraron deficiencias y le prohibieron reanudar sus operaciones. En Beirut, las autoridades portuarias incautaron el barco después de encontrar múltiples deficiencias, según un artículo de noticias marítimas publicado en 2014. Una foto de ese mismo año muestra algunas de las 2.750 bolsas de nitrato de amonio, que ocho años después han sido fotografiadas en el almacén que finalmente explotó, de acuerdo con el New York Times. El Rhosus fue condenado al olvido y su carga fue almacenada en el puerto de Beirut. Según este diario, esta embarcación comenzó a hundirse en febrero de 2018.
El panorama sigue siendo apocalíptico en el Líbano un año después de la tragedia, las raíces de esta inestabilidad política y social residen en la crisis económica y financiera que sufre el país. El colapso de la moneda, el aumento de la inflación, sumado a esta explosión y la pandemia del coronavirus, han exacerbado las tensiones políticas de una nación que pide respuestas. El desastre del puerto de Beirut fue la chispa que encendió la mecha a una revolución que llevaba meses gestándose. El fantasma de la corrupción no ha desaparecido en un Líbano que no entiende cómo se ha permitido que más de 2.700 toneladas de nitrato de amonio se almacenaran sin tomar las medidas correspondientes en el puerto de la ciudad durante años. La confianza se ha roto y el intercambio de acusaciones o la falta de voluntad para encontrar el origen de esta crisis no han hecho más que empeorar esta situación.
El primer juez designado para la investigación, Fadi Sawan, fue suspendido en febrero, después de que dos exministros a los que había acusado de negligencia criminal pidieran que el Tribunal de Casación de Beirut transfiriera el caso a otro juez, Tariq Bitar. En diciembre, Sawan imputó al primer ministro interino, Hassan Diab, y a tres antiguos ministros, Ali Hasan Jalil, Yusuf Fenianos y Ghazi Zaiter, que se negaron a comparecer ante el juez. Desde el 17 de diciembre la investigación quedó suspendida hasta el nombramiento del nuevo juez para el caso. Pero el juez Bitar ya se ha topado con las mismas barreras que su predecesor. No obstante, el juez Bitar no se da por vencido y ha prometido que seguirá adelante con la investigación que provocó un profundo cráter en el sitio portuario, devastó viviendas, instituciones educativas y negocios de media ciudad, sesgó la vida de cientos de personas y dejó malheridas a otras 6.000.
Las protestas que comenzaron en octubre de 2020 para poner fin a la corrupción generalizada y a la mala gestión de los recursos se han convertido ahora en manifestaciones violentas por una crisis económica y de legitimación que ha llevado al Líbano al borde del abismo, en parte exacerbada, por las medidas impuestas para detener la propagación del coronavirus. La historia de esta pequeña nación dio un giro radical el pasado 17 de octubre, cuando el Gobierno anunció nuevas medidas fiscales. Esta reforma llevó a miles de personas de distintas religiones y clases sociales del país a protestar exigiendo reformas económicas y sociales y cambios en la esfera política, a la que acusaban de corrupción. Un años después, el Líbano -un país con unos cinco millones de habitantes y que alberga a más de un millón y medio de refugiados- es una de las naciones más endeudas del mundo. Las protestas para poner fin a la corrupción generalizada y a la mala gestión de los recursos se han convertido en manifestaciones diarias por una crisis económica que ha llevado al Líbano al borde del abismo.