La cooperación EURO-MED sigue siendo un área distinguida en la que el campo de posibilidades es inmenso

Revisar y repensar la EURO-MED

Los ministros de Exteriores de la UPM se reunieron en Barcelona con motivo del 4º Foro Regional de Unión por el Mediterráneo

Aunque no es nuevo, la cuestión de la cooperación EURO-MED sigue siendo un área distinguida en la que el campo de posibilidades es inmenso, y en la que el progreso respecto a esta cooperación transregional tendría un tremendo impacto en la capacidad de gestión de las crisis de todas las partes implicadas. Así pues, los ponentes de la conferencia consideraron que volver a debatir sobre EURO-MED con una nueva geometría global, si fuera necesario, debería ser un punto importante y candente de la agenda. 

Es cierto que el Proceso de Barcelona de 1995 y el Convenio PEM, que entró en vigor a principios de 2012, fueron iniciativas notables destinadas a introducir marcos institucionales y promover una mayor integración económica basada en el concepto de "normas de origen". Sin embargo, las iniciativas no florecieron como se esperaba, y esto se debe a varias razones que la ponente principal Monika Wohlfeld (Cátedra Alemana de Estudios de Paz y Prevención de Conflictos) y Ettore Greco (vicepresidente del Instituto de Asuntos Internacionales) han abordado durante el evento internacional del 8 de marzo. Dado que nuestra percepción y comprensión de la falta de prosperidad que ha rodeado a esas primeras iniciativas es clave para repensar, recalibrar y, a su vez, volver a comprometerse en una dirección auspiciosa, este artículo recogerá el mensaje más destacado expuesto por Wohlfeld y Greco respectivamente.

En primer lugar, Monika Wohlfeld tomó la palabra y comenzó recordando los intentos pasados de alcanzar acuerdos de cooperación en materia de seguridad, así como su relativa deficiencia hasta el momento. No menos importante es reconocer las causas de tales fracasos: en realidad, tras el surgimiento de las primeras iniciativas se produjo poca adhesión, debido, sobre todo, a la ausencia de un clima de paz duradero y a los viejos patrones relacionales dentro de las regiones implicadas. Una vez establecido el contexto, la autora aborda la parte más jugosa: la insuficiencia inherente al enfoque multilateral, cuyas huellas están presentes en las propuestas de los años 90 y 2000. Es más, pone sobre la mesa un contraenfoque como camino a seguir: el minilateralismo. 

Dicho concepto ofrece un modo de cooperación alternativo más selectivo, flexible y sobre todo más consciente y centrado en el hecho (o más bien en la realidad) de que los Estados pueden participar en diversos marcos ‘ad hoc’ con miembros fluctuantes. Esto último se evaluaría a través de los intereses de cada caso, los valores compartidos y las capacidades pertinentes. En este sentido, a diferencia de un ángulo multilateralista, una actitud minilateralista estaría orientada hacia lo subregional en lugar de lo internacional; sería un compromiso voluntario en lugar de vinculante; afectaría a ámbitos de aplicación fragmentados pero especializados en lugar de a ámbitos generales amplios; tendería a ser multipartita en lugar de estar centrada en el Estado; y procedería de un pensamiento ascendente en lugar de descendente. El cambio de enfoque sugerido por Monika responde a una importante necesidad, respaldada por las voces de los expertos locales, que es la de tener en cuenta seriamente la diversidad subregional en el proceso. De este modo, las probabilidades de alcanzar acuerdos de cooperación con los países MED -y, además, las posibilidades de que esos acuerdos den resultado- serían tremendamente favorables.   

En efecto, Ettore Greco respaldó una visión consustancial en su intervención durante la conferencia. Más concretamente, consideró que debería adoptarse un enfoque más flexible, basado en una copropiedad potenciada y una mayor atención a las dinámicas regionales reales y a las limitaciones situacionales.

Basándose en la experiencia del Proceso de Barcelona, que puso de manifiesto sus deficiencias, y en la reciente situación de bloqueo que ha afectado a la cooperativa EURO-MED, Greco aporta igualmente líneas de pensamiento alternativas. Lo que tiene claro es que el enfoque integracionista y la idea según la cual la cooperación debe equivaler a la convergencia estructural constituyen una vía inviable. De hecho, señaló también que uno de los principales problemas detectados con respecto a los modelos de cooperación anteriores (ya sea en el Proceso de Barcelona o incluso en el proyecto ERANET de 2013) fue la transferencia y, por simetría, la acogida de las políticas occidentales en Oriente Medio y el Norte de África. Esto no puede sino hacer sonar una vieja campana; la del concepto de Watson del "trasplante legal" y los límites asociados. Su famosa metáfora de la planta de la montaña que es arrancada y plantada de nuevo en el desierto, provocando alteraciones en la naturaleza de la planta, sigue siendo especialmente llamativa y oportuna. Esto viene a demostrar, o más bien a recordar, que el mero trasplante de políticas propias de un determinado ethos sin ajustarse al nuevo contexto local particular puede resultar a menudo ineficaz. 

En consecuencia, ¿sería aconsejable que la UE pusiera más énfasis y dedicara más energía para lograr la estabilidad y la resiliencia como objetivos de la cooperación en lugar de la democratización y las reformas institucionales? Dicho esto, Greco admite que, en ausencia de una transformación profunda -y, por tanto, de reformas, en cierta medida-, la estabilidad en sí misma rara vez es alcanzable.

Dejando a un lado las dinámicas de conflicto internas de MED, sobre las que la UE tiene muy poco o ningún control, deberían explorarse y promoverse sin descanso nuevas formas de asociación en un mundo en el que los retos concurrentes, que se refuerzan mutuamente, sólo pueden abordarse de forma óptima a través de marcos operativos panregionales más amplios. Con este espíritu, Ettore Greco, como emisario del IAI, expone algunos requisitos básicos que debemos alcanzar como hoja de ruta para avanzar con éxito. Estos son: 

- La promoción de un concepto integral de seguridad. Es decir, uno más inclusivo y de mayor alcance, y por tanto más realista.
- La creación de mejores sinergias entre los distintos marcos de cooperación (diálogo OTAN-MED, asociación OSCE MED, Unión de los MED) y la aclaración del valor añadido propio de cada iniciativa.
- La participación de actores valiosos no pertenecientes a la UE, como Rusia o los Estados Unidos de América.

Estas directrices, ya sean propuestas por Monika Wohlfeld o por Ettore Greco, demuestran que el replanteamiento de la cooperación EURO-MED es un caldo de cultivo que ya está en marcha. Además, esta activación o movilización política hacia la reconfiguración de un esquema de cooperación más funcional y ajustado se observa en todos los actores regionales y subregionales directamente afectados. Pero, sobre todo, hay un hilo conductor en los discursos de quienes se pronuncian para liderar el mejor camino: el reconocimiento de la omnipresente diversidad y pluralismo en juego. Sólo si se tiene en cuenta la diversidad de los socios y de sus subregiones se podrán establecer acuerdos beneficiosos y se podrá avanzar. Naturalmente, esto debe entenderse como una reflexión de fondo dirigida al lado europeo de la mesa. Es preciso suprimir por completo todos y cada uno de los vestigios de hegemonía, para respetar e integrar plenamente las diversas identidades existentes en el proceso. Y, de hecho, esto no debería ser difícil de comprender y asimilar desde la perspectiva de la UE, teniendo en cuenta los diversos conjuntos culturales que interactúan dentro del propio bloque de la UE. Es más, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos es el rey de la veneración y la defensa del particularismo nacional de sus Estados miembros: en la aplastante mayoría de sus sentencias hace gala de la armonía cuando se aproxima demasiado a un requisito de homogeneidad que no llega a negar la tradición de una región.

Nora Wolf es una especialista en política y economía internacional, afincada en Suiza, que trabaja en la Universidad Kingston y en la Universidad de Ginebra. Especialista en política y economía internacionales/IFIMES