Rusia escenifica la ruptura con la OTAN y abre un nuevo capítulo en sus relaciones con Occidente
Pese a no haber formado parte ‘de facto’ de la alianza atlántica en sus más de siete décadas de historia, Moscú mantuvo desde finales de los noventa hasta 2014 una estrecha cooperación en áreas de interés común con la OTAN. Sin embargo, la nación euroasiática ha roto los puentes con la coalición militar tras años de incontables fricciones y una larga lista de intereses contrapuestos.
El jefe de la diplomacia rusa, Sergei Lavrov, ha trasladado este lunes que la Embajada del país ante la OTAN suspenderá sus operaciones a partir del próximo 1 de noviembre “en respuesta a las acciones de la organización”. Una decisión unilateral que abre un nuevo e incierto capítulo en las relaciones de Rusia con las potencias occidentales.
Lavrov ha añadido que las oficinas de enlace e información militar de la OTAN en Moscú también cerrarán, retirando así las acreditaciones del personal en el plazo de un mes. Aunque el veterano diplomático ha reconocido que la fecha prevista para implantar la medida podría llevar “algunos días más”. Asimismo, Lavrov declaró que el contacto entre la propia alianza atlántica y Rusia podría llevarse a cabo a través de la Embajada rusa en Bélgica.
El ministro de Asuntos Exteriores, en el cargo desde 2004 y uno de los hombres fuertes de Vladímir Putin, aseguró que la decisión responde a la expulsión de ocho diplomáticos de la misión rusa en la OTAN efectuada el pasado miércoles, sospechosos de haber cometido actos de espionaje contra la organización. Además, la alianza atlántica redujo de 20 a 10 el número de integrantes que Rusia podía dar acceso a su sede.
Un miembro anónimo de la OTAN reconoció que los miembros de la delegación rusa “eran oficiales de inteligencia no declarados”, según The Guardian. Unos hechos censurados por el secretario general de la alianza atlántica, el noruego Jens Stoltenberg, quien advirtió de que la OTAN debería estar atenta a los movimientos de Rusia. Para el propio Stoltenberg, las relaciones de Occidente con Moscú se encuentran en el punto más bajo desde el final de la Guerra Fría.
Lavrov rehuyó de la autocrítica y atribuyó a la organización toda la culpa de la falta de entendimiento: “Todo esto confirma que la OTAN no está interesada en ningún diálogo en igualdad de derechos ni en ningún trabajo conjunto. Por tanto, no vemos la necesidad de continuar actuando como si fuese posible un cambio en el futuro, porque la OTAN ya declaró la imposibilidad de estos cambios”.
“La política de la OTAN con respecto a Rusia se torna cada vez más agresiva. La llamada amenaza rusa se exagera con el fin de fortalecer la unidad interna de la organización y crear la apariencia de su necesidad en la situación geopolítica actual”, recoge un comunicado emitido por la Cancillería de la Federación, que considera a la alianza militar como “un bloque antirruso”.
A pesar de las ásperas declaraciones del ministro de Exteriores ruso durante la conferencia de prensa, en las que confirmaba la ruptura, la OTAN no había recibido aún “ninguna comunicación oficial” al respecto. Así lo reveló la portavoz de la organización, Oana Lungescu, quien aseguró además que la alianza “ha tomado nota” de las intenciones del Kremlin.
La cooperación entre la OTAN y Moscú se inició en junio de 1994, una vez desintegrada la Unión Soviética, con su incorporación al programa de Asociación para la Paz impulsado desde Washington, por el cual Rusia desplegó fuerzas para el mantenimiento de la paz en los Balcanes hacia finales de los noventa. Aunque no sería hasta 1997 cuando las relaciones bilaterales se constituirían mediante la creación del Consejo Permanente OTAN-Rusia.
En el memorando, las partes convinieron en dejar de considerarse adversarios y se comprometieron a mantener “una paz duradera e inclusiva en el área euroatlántica sobre los principios de la democracia y la seguridad cooperativa”. Unas aspiraciones que comenzaron a desvanecerse con la llegada de Putin al Kremlin dos años más tarde.
La cooperación militar, enfocada en la lucha contra el terrorismo y en la reducción de armamento nuclear, se mantuvo durante la primera década del siglo XXI. Y no sólo eso, sino que quedó reforzada con la creación en 2002 de un nuevo consejo bilateral que permitía a Moscú intervenir en la alianza prácticamente como un miembro más. Sin embargo, los intereses comenzaron a divergir en cuanto Putin puso en marcha una estrategia exterior que devolviera a Rusia el papel de superpotencia.
Los vínculos de Moscú con la OTAN habían pasado a ser un lastre. Una interpretación que quedó constatada cuando la OTAN canceló en agosto de 2008 las cumbres formales del Consejo bilateral después de la acción militar rusa en Georgia, donde accedieron los tanques rusos para respaldar a los separatistas de Osetia del Sur, región desde donde el Ejército de Putin expulsó a las fuerzas georgianas y lanzó una ofensiva contra los barrios de Tiflis. Una contienda donde ambas partes cometieron “crímenes de guerra”, según Human Rights Watch.
Hasta la fecha, los miembros de la OTAN exigen a Rusia que dé marcha atrás en su reconocimiento de las regiones de Abjasia y Osetia del Sur como Estados independientes, un conflicto histórico donde Moscú quiere hacer prevalecer su influencia a toda costa.
Pero el acontecimiento que hizo saltar por los aires las relaciones entre la OTAN y Rusia fue la anexión de la península de Crimea en febrero de 2014. Una acción militar que tenía el cometido de atenuar las expresiones del nacionalismo ucraniano y reponer la autoridad del Kremlin tras la caída del presidente pro-ruso Yanukóvich. Ocupación que continúa en la actualidad a pesar de las exigencias de las potencias occidentales, que piden una devolución del territorio a Kiev.
“La preocupación por las continuas actividades militares desestabilizadoras y la retórica agresiva de Rusia va mucho más allá de Ucrania”, sostiene la OTAN. A la alianza atlántica le inquietan sus “actividades militares provocativas desde el Báltico hasta el Mar Negro, su retórica nuclear irresponsable y agresiva, y su postura militar”. Así como la cruzada del Kremlin contra la disidencia, con el ejemplo del envenenamiento y posterior detención de Alexéi Navalny.
La OTAN venía aplicando un enfoque de doble vía hacia Rusia, según reconoce la organización, cimentado sobre los principios de la disuasión y la defensa. Sin embargo, la ruptura unilateral formalizada por Moscú obliga a las potencias occidentales a ejecutar una respuesta coordinada.