Turquía y Erdogan, ¿futuro indivisible?
El 29 de octubre se celebró el aniversario de la República de Turquía, dentro de tres años, en 2023, se cumplirá además su centenario, aunque la deriva actual en la que Erdogan ha sumergido al país tenga más del imperialismo otomano que quedaba atrás que de secularismo republicano que surgió entonces. Para ese año, está previsto que el país acoja nuevas elecciones presidenciales, si el tacticismo o la urgencia política no empujan al presidente turco a un adelanto, algo que la oposición teme. Se produzcan cuando se produzcan, sólo entonces sabremos cuál es la posibilidad real de la oposición de impedir que Erdogan se perpetúe en el poder, y si el empuje urbanita que ha obtenido recientemente el Partido Republicano del Pueblo (CHP), tiene recorrido más allá de las grandes ciudades como Ankara o Estambul. Todo esto en un contexto de crisis económica de la que Turquía tiene una difícil salida, con un constante desplome de la lira turca y con una pandemia que no hace sino agravar las tendencias, desde las políticas a las económicas y sociales.
En este clima de inestabilidad aún controlada con mano firme, Erdogan ha apostado por una mayor presencia en los conflictos vigentes de su esfera de influencia más cercana, hablamos de Siria, Libia, Irak y ahora también, el Alto Karabaj. Y no sólo, pues en una región de relativa calma tensa como es el Mediterráneo oriental, la situación se ha venido agravando en los últimos meses a raíz de las injerencias turcas y la disputa por los recursos energéticos en esta región. Con este órdago, el presidente turco no busca simplemente una consolidación de su influencia política y ahora también militar, sino que trata de agitar la bandera del neotomanismo para camuflar su situación doméstica, que aunque no está en riesgo a corto plazo, sí se vislumbra cierta posibilidad de disputa en las próximas elecciones.
El hecho de que esta disputa se materialice depende de múltiples factores que Erdogan tratará – y trata – sin duda de paliar: crisis económica, contestación social en entornos urbanos, convergencia de partidos opositores como sucedió en Estambul y Ankara, etc. Y no dispondrá para ello de elementos únicamente democráticos. Es vox populi la forma en la que está dinamitando a la oposición política, con encarcelamientos selectivos de figuras notables, está minando su capacidad de aunar apoyos, ahondando en las divergencias que existen entre fuerzas como el CHP y el HDP, tradicional partido pro-kurdo, e incluso, el reciente partido IYI, junto con el que formó la Alianza Nacional con la que asaltaron políticamente las alcaldías de Ankara y Estambul.
Estas fuerzas representarían lo que el analista Selim Koru denomina “el problema de los 30 millones”. Los otros 50 millones de turcos, son aquellos a los que según dijo Erdogan en el aniversario del golpe militar de 2014, se les había salvado el futuro. Estas cuentas salen de esa mitad de la población que viene apoyando sistemáticamente al líder del AKP y de otros 10 millones que aun no apoyándolo directamente a él, sino que se alinean políticamente con el MHP, sí mantienen una gran sintonía con sus políticas expansionistas y nacionalistas.
La principal baza con la que juega Erdogan es la fractura ideológica existente entre esos tres grandes partidos de la oposición CHP (izquierda kemalista), IYI (conservadurismo kemalista) y HDP (izquierda pro-kurda). Para ello, plantea marcos y dicotomías que profundicen en esas diferencias, marcando al HDP como terroristas por sus vínculos con el terrorismo kurdo, aglutinando el nacionalismo presente en el CHP e IYI en cuanto a política exterior e intervencionismo etc. De esta forma deteriora posibles alianzas futuras en torno a líderes como los recientemente elegidos Mansur Yavas o Ekrem Imamoglu que capitalicen el descontento de las grandes ciudades, de los jóvenes y de zonas costeras en las que el liderazgo de Erdogan está más disputado.
A este creciente intervencionismo de Turquía en su entorno próximo, con el que alimenta la visión nacionalista internamente, se debe añadir otro aspecto reciente que también se ha ido incrementando en las últimas semanas: el enfrentamiento con Francia.
Los choques dialécticos con su aliado en la OTAN a raíz de las injerencias de Turquía en los conflictos regionales, amén del expansionismo en aguas del Mediterráneo que París se ha propuesto frenar en apoyo de Chipre y Grecia, se están agravando aceleradamente, y afectan al seno de la OTAN y de la Unión Europea. Sin embargo, en los últimos días, la decisión de Macron de combatir fervientemente el islamismo radical ha elevado la tensión entre París y Ankara, hasta puntos de difícil retorno. Erdogan ha visto la oportunidad de identificar un enemigo tangible ya no de Turquía, sino del islam, en la figura del presidente galo, ante el que englobar a la mayoría política de Turquía, erosionando las posibilidades de los partidos de la oposición de representar una alternativa más moderada en esta escalada nacionalista.
De esta manera, Erdogan pretende erigirse como principal adalid contra aquellos que atacan al mundo musulmán, consolidando su papel geopolítico, militar, cultural y, ahora también, religioso en la región. No en vano, a sus palabras contra Emmanuel Macron se han unido figuras de Egipto, Irán o Malasia, pero Erdogan ya ha conseguido capitanear el rechazo de una parte del mundo musulmán.
Esta escalada de los acontecimientos ha obligado al presidente francés a llevar ante las instituciones europeas la imposición de sanciones y la revisión de los acuerdos con Turquía, algo que no será visto con buenos ojos por algos Estados miembro, que buscarán una desescalada, como podría ser Alemania, cuya situación respecto a Turquía es problemática. Recibirá sin duda el apoyo de otros Estados como Grecia, Chipre y, previsiblemente, el grupo de Visegrado cuyo marco retórico tiene una importante presencia del aspecto religioso y cultural.
Está por ver si la duración de estos enfrentamientos verbales se extienden en el tiempo, manteniendo el fervor nacionalista que permita a Erdogan llegar con ventaja a esas elecciones presidenciales, o si por el contrario, la aplicación de sanciones por parte de la Unión Europea – algo que dudo – deteriora la situación económica y el rechazo social de la juventud turca a esta deriva expansionista e iliberal del presidente turco. En cualquier caso, la actitud de Turquía no debería minimizarse ni en la Unión Europea, ni en la OTAN, pues va en detrimento de su fiabilidad como actores internacionales.