El ártico. La gran baza rusa (II)
La inclinación de todos los países con intereses en la zona a cooperar es mayor que en cualquier otra parte
Desde el famoso discurso pronunciado por Gorbachov en 1987 en Murmansk sobre el Ártico, la posición internacional adoptada sobre el asunto tomó un cariz de cierta excepcionalidad. Por parte de la comunidad internacional se asumió o, mejor dicho, se albergó la esperanza de que el aislamiento geográfico y climatológico de la zona también ofrecía el mismo nivel de aislamiento frente a las tensiones que se generaban en otras zonas del planeta y la protegía de convertirse en zona de enfrentamiento entre las grandes potencias.
Pero a tenor de los acontecimientos de los últimos años y de la actitud de Rusia en el concierto internacional, no es de sorprender que haya quien, en una aproximación realista, esté dispuesto a cambiar ese paradigma. En 2015, el Instituto Finlandés para Asuntos Internacionales publicó un documento llamado ‘Reflexiones críticas sobre la excepcionalidad del Ártico’, en el cual afirmaba que lo que estaba sucediendo en Ucrania no se detendría allí, y que acontecimientos similares en otras partes del mundo acabarían reproduciéndose en las proximidades de la región ártica.
La viabilidad o no de las propuestas para preservar la seguridad en el Ártico está íntimamente ligada a la visión que se tenga de la región como una verdadera ‘excepción’. Hasta el momento, y a pesar de lo sucedido en Ucrania, esto puede considerarse así, y la inclinación de todos los países con intereses en la zona a cooperar es mayor que en cualquier otra parte.
A pesar de que los contactos con Rusia en la región para tratar todo lo relacionado con asuntos de seguridad y militares se han reducido drásticamente, la Declaración de Ilulisat de 2008 aún puede considerarse en vigor, y tanto el foro de Guardias Costeras así como el acuerdo sobre SAR y control de vertidos continúan siendo el marco de implementación de los esfuerzos de cooperación.
Es un hecho incontestable que los efectos del cambio climático, junto a los avances en la tecnología cuando nos referimos a los rompehielos de propulsión nuclear, están abriendo una brecha de esperanza a la completa navegabilidad del océano Ártico. Ello, unido a las enormes reservas energéticas y de otros recursos que alberga en sus profundidades, añade un valor comercial de gran potencial a la preexistente importancia estratégica que la costa norte de Rusia ya tenía de por sí.
La importancia estratégica del teatro nórdico durante los años de la Guerra Fría residía en que era el bastión de la Flota del Norte. Actualmente, aunque disminuida por los cambios acaecidos tras la caída del muro y en un momento en que la disuasión nuclear ha pasado a un segundo plano, esa importancia aún se mantiene, a la vez que el flanco del Ártico que mira hacia el Pacífico cobra más importancia con la irrupción de una China cada vez más importante y desarrollada que reclama su espacio en el concierto internacional.
Todo ello hace que desde 2007 Rusia haya iniciado una fuerte campaña demostrando a las claras su intención de redoblar los esfuerzos para con sus reclamaciones en el Ártico, al tiempo que ha llevado a cabo negociaciones con otros actores en el área de gran importancia como Noruega, con quien firmó un tratado en 2010.
Si queremos mantener de forma efectiva la seguridad en una región, la primera premisa es tener unas expectativas confiables de un cambio de actitud pacífica por parte de los diferentes actores. Y en lo que se refiere a la región Ártica hay que aceptar que, al menos hasta el momento, las condiciones para mantener una “comunidad de seguridad regional” se han dado de un modo razonablemente aceptable. La seguridad común reside básicamente en la certeza de los diferentes miembros de la misma de que ninguno de los actores iniciará un conflicto bélico para solucionar posibles disputas o desavenencias sean del orden que sean. Y en relación con el Ártico, los cinco países de la región confirmaron en la Declaración de Ilulisat de 2008 dicho modo de proceder afirmando que confiaban en un amplio marco legal internacional que fuera de aplicación al océano Ártico para resolver de manera satisfactoria para todos cualquier reclamación, disputa o interés particular.
El segundo elemento que caracteriza a una comunidad de seguridad como la que estamos tratando es la ausencia de una carrera de armas en la zona. O, dicho de otro modo, la renuncia de los Estados implicados a iniciar una competición para aumentar sus capacidades militares ya sea en la zona propiamente dicha o capacidades desarrolladas específicamente para intervenir en esta (léase por ejemplo, en el caso que nos ocupa, desarrollar unidades especializadas y equipadas para combatir en terreno con condiciones invernales extremas).
Así, para reforzar las expectativas de paz y mitigar la preparación de operaciones bélicas de toda índole, los países de la zona deben tomar ciertas medidas clave como que sus despliegues militares tengan un carácter meramente defensivo y demostrable y siempre relacionados con la seguridad pública (un ejemplo puede ser Canadá, cuyos UAV que operan en la zona no están armados al igual que no lo está su Guardia Costera). Otra medida es el empleo compartido de los medios de rescate en la zona o el uso de protocolos que aúnan medios de varios de los países implicados. Redundar en la transparencia de las operaciones militares y ejercicios en la zona mediante la realización de reuniones periódicas de los responsables de defensa así como ser explícitos a la hora de declarar la no intención de significar amenaza alguna para la soberanía e integridad territorial del resto de naciones. Además, en el caso de la OTAN, esta ha mantenido siempre la región Ártica fuera de sus zonas de operaciones como medida redundante o adicional.
Cualquier medida que evite una escalada o carrera militar en la zona y que apoye las expectativas de un ‘statu quo’ basado en la paz y el entendimiento será útil para reforzar al Ártico como una comunidad segura, algo que lo convierte desde luego en una excepción en el contexto internacional actual pero que al mismo tiempo puede ser una pieza desde la que extender una arquitectura de seguridad global.
Esto es sin duda hablar de una situación ideal, que dista mucho de la realidad que nos dictan los acontecimientos.
Las razones por las que la región del Ártico tiene una importancia estratégica para el Kremlin son diversas. Algunas ya fueron esbozadas en el primer documento de esta serie. Pero ahora trataremos algo más en detalle estas.
En primer lugar, en la región se ubican importantes centros de población. Arkhangelsk es la mayor ciudad del Ártico con una población de aproximadamente 350.000 habitantes, seguida por la más conocida Murmansk que alberga a 300.000 personas. Si las comparamos con la más habitada de la zona perteneciente a EEUU, que es NUUK con 17.000 habitantes vemos que la diferencia es más que significativa. Y esos números son ya por sí mismos un importante indicador.
Pero lo que de por sí es significativo y está cambiando las reglas del juego en la zona es que bajo el liderazgo de Vladimir Putin la región ártica rusa ha sido reafirmada y enfatizada como un asunto patriótico y nacionalista de primer nivel.
La economía rusa depende en gran medida en su industria petrolera y gasística, y como ya se ha mencionado esos recursos abundan en el Ártico, incluyendo la región de Yamal donde Rusia posee una inmensa planta de gas natural licuado. Es por ello por lo que Rusia es muy sensible a cualquier movimiento o acción que pueda afectar a la seguridad de sus infraestructuras energéticas.
La conocida como Ruta del Mar del Norte, también citada anteriormente, y que para ser algo más explícitos recorre la costa rusa desde el mar de Kara hasta el estrecho de Bering, poco a poco esta se está volviendo más transitable, aunque aún está lejos de convertirse en una ruta principal, pues la navegación por la zona es tremendamente dificultosa: según datos de 2017, durante ese año sólo transitaron por ella 27 naves. Pero a pesar de ello, es un punto importante por el volumen y las peculiares mercancías que la recorren. En ese mismo año se batió un record, registrándose un volumen total de tránsito de 9,74 millones de toneladas, principalmente gas, petróleo, trigo y carbón. Estos datos convierten a esa ruta en una arteria económica principal para el país, con un enorme potencial de crecimiento, y por ello Rusia tratará de mantenerla bajo su control y protegerla a toda costa.
Hay otro dato que no se puede pasar por alto. Rusia es el único país costero de la región ártica que no pertenece a la OTAN, y considera el Ártico como una zona clave para la protección de su integridad territorial. Desde el punto de vista estratégico militar se constata una interesante paradoja. Las condiciones climatológicas y el hielo que cubre el mar la mayor parte del año hacen que esa porción de la costa rusa sea inaccesible durante meses, a pesar de que el cambio climático y el progresivo repliegue de los límites del hielo estén variando poco a poco dicha situación. La Flota del Mar del Norte tiene su base en la península de Kola, cerca de Murmansk, y dicha estructura militar posee dos tercios de la flota submarina nuclear de Rusia. La conclusión es que el Ártico es al mismo tiempo la masa de hielo y agua que protege los medios de disuasión estratégicos de Rusia y la puerta de salida que permitiría a una considerable porción de sus fuerzas navales alcanzar el Atlántico norte.
Durante los últimos diez años, Rusia ha incrementado de un modo progresivo y significativo sus capacidades militares en el Ártico, abriendo nuevas bases aéreas y reacondicionando las ya existentes, creando un Mando específico para la región y dos nuevas unidades de entidad brigada específicamente dotadas y entrenadas para operar en esa zona. Al mismo tiempo existen planes para aumentar la flota de buques rompehielos, gran parte de ellos de propulsión nuclear, a pesar de que ya de por sí es la mayor del mundo.
La nueva base militar construida en Aleksandra está considerada como la mayor edificación en todo el círculo polar ártico. En 2015, el entonces ministro de Defensa ruso arguyó que el Ártico requería de una presencia militar constante, y coherente con estas declaraciones, en la ‘Estrategia Marítima de 2015’ se hacía mención a la región ártica en segunda prioridad detrás del Atlántico, pero antes que el Pacífico, lo cual es un dato más que elocuente. Continuando en la misma línea, el mismo documento publicado en 2017 resaltaba la percepción sobre las serias amenazas militares que se ciernen frente a los intereses rusos en el Ártico.
Evidentemente Rusia presenta todos estos movimientos y el desarrollo de sus capacidades militares en el Ártico con un carácter meramente defensivo, lo cual no deja de ser verdad, pero hasta cierto punto. Y desde lo sucedido en Crimea, con la anexión de la región y la posterior guerra de proxis en el este de Ucrania, los recelos hacia las verdaderas intenciones de Rusia no han hecho sino aumentar.
La mayor parte de esas capacidades pueden ser empleadas con fines defensivos u ofensivos. Entre otras acciones se están mejorando y actualizando los sistemas de radar desplegados, desplegando sistemas de misiles tierra aire y anti-buque, y ya han sido trasladadas algunas unidades de la fuerza aérea dotadas con MIG-31 y SU-34 a la base construida en Aleksandra. Estos movimientos no han pasado inadvertidos para la OTAN, que ya ha llamado la atención sobre la capacidad que tiene el despliegue llevado a cabo para denegar el acceso y tomar el control de varias zonas de la región.
Si hay un país realmente preocupado sobre este asunto es Noruega, especialmente sobre la capacidad que tiene Rusia de crear una zona de acceso denegado que cubriría parte de su territorio incluso antes de que la OTAN pudiera actuar para ayudar a su socio. Y todo ello quedó claramente expuesto durante el ejercicio ruso Zapad 17, donde demostró gran parte de esas capacidades.
El foco de tensión con Rusia cuando nos referimos al Ártico se centra más en su vertiente europea que en la zona perteneciente a Norteamérica. A pesar de que las reclamaciones presentadas por Rusia ante la Comisión para la definición de los Límites de la Plataforma Continental (CLCS) puede entrar en colisión con la presentada por Canadá, aunque en este caso la cooperación ha prevalecido sobre la confrontación y científicos tanto canadienses como rusos han intercambiado información durante el tiempo que ha estado desarrollando sus respectivos estudios para presentar dichas reclamaciones.
La historia de las reclamaciones rusas ante la CLCS es larga. En 2001 Rusia presentó una reclamación formal sobre un área de 1,2 millones de kilómetros cuadrados, que abarcaban desde las cordilleras submarinas Lomonosov y Mendeleev hasta el Polo Norte. La Comisión rechazó de plano dicha reclamación sin solicitar información adicional. La respuesta rusa fue contundente: enviar una expedición científica que incluía un rompehielos nuclear y dos minisubmarinos a la zona. Por supuesto la empresa fue convenientemente publicitada y seguida por los medios, especialmente el momento en el que la misión plantó una bandera rusa (de titanio), en el fondo del océano sobre la cordillera Lomonosov, no sin antes haber recogido muestras que supuestamente probaban que la cordillera es parte de la placa continental euroasiática. Durante esta etapa de ‘confrontación’, Artur Chilingarov, a la cabeza de la expedición, y vicepresidente de la Duma declaró: “El Ártico es nuestro, y tenemos la obligación de demostrar nuestra presencia”. Esta aseveración mostraba una línea clara contra el espíritu de cooperación internacional en la zona, al tiempo que se revelaba totalmente inapropiada para una expedición de carácter científico.
En 2015, en pleno apogeo de la crisis de Crimea, Rusia volvió a presentar una reclamación revisada sobre la misma zona. Sin embargo, Dinamarca, Noruega, EEUU y Canadá también tienen reclamaciones sobre la misma, total o parcialmente. Los recursos que atesora el Ártico son clave a medio plazo para el sostenimiento de la economía mundial, y el control sobre ellos determinará la hegemonía o el papel de quien lo ejerza. Pero no todas las reclamaciones han tenido el mismo resultado. En 2014 la CLCS resolvió positivamente para Rusia su petición sobre la plataforma continental del mar de Okhotsk. Esto solo nos muestra el complicado juego legal y de intereses que hay en torno a la que se considera que es la mayor reserva de recursos naturales del planeta.
No obstante lo anterior, la actitud de colaboración se mantiene por ahora, al menos cuando se abandona el nivel meramente político. Y prueba de ello son los diferentes acuerdos internacionales o bilaterales alcanzados desde 2014, incluyendo el Acuerdo de mejora de la cooperación científica internacional en el Ártico y la propuesta ruso-estadounidense (aprobada por la Organización Marítima Internacional) de crear seis rutas de dos direcciones cada una que permitan una navegación más segura por el estrecho de Bering.
Estos acuerdos muestran cómo el Ártico aún puede servir de catalizador para que ambas potencias actúen de un modo más pragmático y aúnen fuerzas en asuntos que son de mutuo interés. Y a pesar de lo relatado, en el contexto actual, es Rusia la más interesada en mantener dicha tónica de cooperación. Si se presta atención a un contexto más global, Rusia necesita de la cooperación de las otras naciones árticas. Su industria energética necesita un entorno de seguridad y confianza para seguir atrayendo inversores como China por ejemplo, mucho más en un escenario donde el número posible de estos se ha visto disminuido como consecuencia de las sanciones.
Como se vio en la primera parte de esta exposición, Rusia continúa moviéndose entre dos posiciones que más que confrontadas son complementarias. Se parte de la base de que la mejor forma de poder alcanzar sus objetivos en el Ártico es la cooperación y la negociación con los países implicados dentro de los organismos internacionales establecidos al efecto, pero al mismo tiempo se desarrollan las capacidades necesarias para que, por un lado, sirvan de disuasión y medida de presión y, por otro, llegado el caso, puedan utilizarse para reclamar o tomar por otras vías lo que consideran que les pertenece por derecho. Y el ejemplo de Crimea es más que clarificador a este respecto.
El cada vez mayor interés público de Rusia por el Ártico ha tenido como consecuencia algunos cambios importantes en el resto de naciones afectadas. En primer lugar, ha servido para que entre estas haya una mayor colaboración y unión. Suecia y Finlandia, dos países no pertenecientes a la OTAN, firmaron un acuerdo de “nación anfitriona” con la Alianza en 2016, situándola más cerca de lo que jamás lo han estado del pacto Atlántico. Y siguiendo en esta línea, en 2018 se firmo un acuerdo a tres bandas con EEUU donde se reafirmaban en su intención de cooperar en diversos campos incluyendo ejercicios militares conjuntos. Por otro lado, Noruega ha incrementado el número de tropas del US Marine Corps que de forma rotatoria permanecen en su territorio. Es un modo de eludir su acuerdo con Rusia de no acoger de forma permanente tropas extranjeras a menos que exista una amenaza real.
La OTAN presta cada vez más atención al problema de Ártico, pero es un terreno cenagoso, y cada movimiento se da tratando de evitar que lo que empieza en cierto modo a ser una situación tensa se complique aún más. Y mucho más teniendo en cuenta que solo 5 de los 29 países miembros de la Alianza son naciones árticas. Esto puede parecer baladí, pero cualquiera que conozca las entrañas de la toma de decisiones en la OTAN y las reticencias que existen a la hora de plantear una posible invocación del artículo 5, sabrá las implicaciones que tiene este dato. La crisis de Crimea y su posible expansión a los países bálticos demostraron un flanco muy débil que Rusia muy bien podría explotar en cualquier momento.
El Ártico continúa siendo la puerta de entrada al Atlántico Norte, y a la Alianza le preocupa enormemente la capacidad de Rusia de denegar ese acceso o interferir en las líneas de navegación o incluso en las líneas de comunicación que discurren por el fondo marino. Por ello, la creación del nuevo Mando Nor-Atlántico con la finalidad de proteger las líneas transatlánticas de comunicación unido a la reactivación de la 2ª Flota de EEUU que había sido disuelta en 2011 ponen de relieve la importancia que la OTAN otorga a la política y movimientos de Rusia en la zona.
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