El avispero sirio (II)
De nuevo es inevitable poner nuestra mirada en el escenario sirio
Los últimos quince días, Siria ha sido escenario de eventos significativos que han cambiado tanto la dinámica y el futuro del país como los equilibrios geopolíticos en una región que es clave para el mundo, prácticamente desde los inicios de la civilización.
Y es necesario cuando, una vez más, tras dos intensas semanas que han culminado con la caída del régimen de Bashar al Asad, el asunto ha abandonado el foco informativo.
En el contexto de la guerra civil siria que ha devastado el país desde 2011, tras casi catorce años de violencia, en esta última quincena, un recrudecimiento inesperado de las acciones se produjo en varias regiones clave: en Idlib, última región controlada en gran parte por fuerzas opositoras, especialmente Hay'at Tahrir al-Sham (HTS), fue objeto de bombardeos por parte de las fuerzas gubernamentalaes respaldadas por Rusia ante su inesperado e inusitado avance. En el noreste, las tensiones entre las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), lideradas por kurdos, y las tropas turcas, se incrementaron y llevaron a duros enfrentamientos que provocaron graves desplazamientos masivos de civiles.
En Damasco y Alepo numerosos ataques aéreos destruyeron infraestructura vital que deterioraron aún más la situación de crisis humanitaria. En dicho contexto, además, las potencias extranjeras con intereses en la zona, Rusia, Estados Unidos y Turquía principalmente, tomaron partido por las facciones a las que apoyan tratando de fortalecer su posición ante el más que previsible final.
Una de las primeras consecuencias, opacada por otros condicionantes, de lo sucedido en Siria es el deterioro palpable de la situación humanitaria. Y no se puede olvidar que esta realidad es probablemente una de las más graves del planeta, tanto por su nivel como por su duración. En lo que se refiere a este aspecto, los combates en Idlib y el noreste han forzado a más de 50.000 personas a abandonar sus hogares, muchos se han desplazado hacia campamentos, ya de por sí superpoblados, cerca de la frontera con Turquía, donde las condiciones de vida son extremas debido al hacinamiento y la falta de recursos, la espiral de violencia ha afectado gravemente a las cadenas de suministro de alimentos en varias regiones, llegando a interrumpirse en algunas zonas.
Según el Programa Mundial de Alimentos, más de 12 millones de sirios enfrentan inseguridad alimentaria. Los ataques aéreos han dañado hospitales, escuelas y redes de agua potable, dejando a miles de personas sin acceso a servicios esenciales. Esto ha aumentado el riesgo de brotes de enfermedades, especialmente entre los desplazados internos, lo cual unido al resto de factores puede servirnos de indicador de una más que probable y próxima oleada de inmigrantes que traten de abandonar el país con destino a Europa, provocando una situación incluso más grave que la vivida en 2015.
La situación siria ofrece ahora mismo cuatro frentes principales que son a su vez cuatro grandes incógnitas. Y, dependiendo de la evolución de cada uno de estos, podemos estar ante escenarios muy distintos, pero que tienen el denominador común de la inestabilidad y la afectación de manera negativa para Europa.
El primer frente está marcado por la actuación de Turquía. No es ningún secreto que Ankara lleva al menos un par de años retrasando su más que anunciada intervención en el norte de Siria, algo que pretende por dos motivos: el primero es combatir a las milicias kurdas y eliminar lo que considera el santuario de los grupos terroristas kurdos que operan dentro del país. El segundo es hacerse con el control de una franja de terreno que considera propia por derecho y que ha sido objeto tradicional de disputa entre Ankara y Damasco.
La situación de caos actual y la debilidad del nuevo “Gobierno” sirio han planteado el escenario perfecto para lanzar esa operación, y podemos dar por seguro que Turquía no va a dejar pasar la ocasión. Aunque esto sitúa al país otomano de nuevo en una situación de enfrentamiento con Estados Unidos, principal apoyo y valedor de las milicias kurdas, que tan importante servicio han prestado en la lucha contra el Daesh.
El segundo frente es sin duda la posición del grupo “ganador” del conflicto y generador del nuevo Gobierno sirio, el HTS. A pesar de la gran operación de blanqueo llevada a cabo por medios occidentales y por su propio líder, Abu Mohamed Al-Golani, a través de sus declaraciones, no podemos olvidar las raíces del grupo, sus vínculos con al yihadismo y su consideración de grupo terrorista. Después de lo sucedido en Afganistán, no hay por el momento motivos para pensar que el nuevo Gobierno no irá derivando poco a poco hacia un estado islamista. De hecho, el propio al Golani habla de un país regido por una “sharía moderada”, término que no tranquiliza en absoluto.
El tercer frente que se nos presenta es la presencia rusa en el país. Rusia opera desde hace años el puerto de Tartus y la base aérea de Latakia. Ambos enclaves son fundamentales para las operaciones del Kremlin en África y muy especialmente en la región del Sahel. La gran incógnita es si Moscú logrará mantener su posición en ambas o si, por el contrario, como muchos vaticinan, las perderá sin opción alguna a alcanzar un acuerdo que les permita su permanencia. Esto realmente parece muy difícil por la implicación directa de las fuerzas rusas en el sostenimiento del régimen de al Assad y su implicación en no pocas de las atrocidades del régimen. Lo realmente importante es que Rusia necesita un punto de apoyo en la zona, y habrá que estar atentos a sus movimientos. Libia podría ser una opción, lo cual no es para nada reconfortante.
El cuarto frente al que hacemos referencia es la situación humanitaria ya mencionada y la imposibilidad de que Siria salga adelante sin ayuda de terceros países o entidades. Y eso nos lleva a una pregunta clave. ¿Quién estará dispuesto a colaborar con un Gobierno liderado por una organización como el HTS? Actualmente, no parece que nadie lo presto. Y la consecuencia directa de esa tesitura no es otra que más inestabilidad y más posibilidades de una deriva hacia un estado fallido donde la guerra civil se reactive empeorando aún más la ya de por si depauperada realidad de la población civil, provocando nuevos desplazamientos masivos que afectarán a Turquía y a Europa.
En esta encrucijada no podemos obviar el papel de dos actores como Israel e Irán. El primero se ha implicado parcialmente en el conflicto velando por su propia seguridad. Por un lado, ocupando una franja de terreno en la zona del Golán, clave para su protección que había quedado totalmente abandonada y sin control. Quizá haya quien no entienda ese movimiento israelí, pero está lejos de ninguna intención expansionista y, tras los últimos sucesos, como hemos repetido, Tel Aviv no dará el mínimo margen a cualquier grupo hostil que pueda amenazar sus fronteras.
En lo que respecta a Irán, su inacción en este conflicto puede verse como un signo de debilidad o como una posición de prudencia. Para Teherán seguramente era más que evidente que los días de su principal aliado regional estaban contados, y ha preferido no implicarse para evitar un desgaste tanto en el plano militar como en el de la imagen. En los conflictos actuales, tan importante es la parte “kinetica” como la cognitiva. Y desgastarse en apoyar a un dictador sentenciado como al Assad seguramente no era lo más inteligente justo ahora. Y mucho más cuando se está al borde de nuevos choques con Israel en cualquier momento.
El resultado de todo lo relatado hasta aquí no es otro que una situación de total incertidumbre, donde las probabilidades de una resolución pacífica y sin sobresaltos son las menos, y en la que lo único que parece inevitable es la ya citada intervención turca en el norte. De cómo se resuelva esa situación puede depender, no ya el futuro inmediato de Siria, sino en cómo sus consecuencias puedan afectarnos muy directamente. De nuevo Europa necesita definir su posición y hacerla valer a costa de lo que haga falta. De lo contrario, otros serán los que decidan nuestro futuro.