El domingo negro de Odesa
Sucedía sobre las seis de la mañana del domingo. Al menos diez explosiones sacudieron los cristales de las casas, despertando a media ciudad. Algunas de esas detonaciones eran el resultado de la artillería antiaérea ucraniana, que lograba derribar los misiles tipo Kalibr lanzados desde los barcos rusos que están apostados en el mar Negro. Pero los proyectiles que sí lograban impactar lo hacían sobre los depósitos de combustible y la refinería de Odesa.
Al estruendo de las explosiones, le seguían un incendio imposible de apagar durante todo el día, y una inmensa columna de humo que teñía de negro el cielo.
Vladimir Putin justificaba el ataque alegando que el Ejército ucraniano se abastecía en esa refinería. Pero lo cierto es que pocos días antes se hizo viral un vídeo en el que se veían dos helicópteros MI-24 –supuestamente ucranianos– bombardeando ocho depósitos de combustible en la ciudad rusa de Belgorod, situada a unos 40 Kilómetros de la frontera con el Dombás.
El Gobierno ucraniano negó la autoría de este ataque en suelo ruso. Pero no ha sido suficiente para evitar el domingo negro de Odesa.
Esta ciudad portuaria había salido casi indemne de las ofensivas rusas desde que empezó la guerra en Ucrania. Sólo había recibido un ataque hasta la fecha. Fue el pasado 21 de marzo, cuando otro ataque naval hacía saltar por los aires varias casas de un apacible barrio residencial, al sur de la ciudad, en primera línea de playa.
Fue un ataque con artillería demostrativa, de corto alcance y baja potencia de fuego. La mayor parte de las salvas que lanzó la Armada de Putin cayeron al agua, impactaron cuatro cohetes, y sólo hubo daños materiales. Pero fue suficiente para sobrecoger a una ciudad que hasta hace poco era uno de los balnearios vacacionales favoritos de los rusos (de aquellos que se pueden permitir ir a balnearios, claro).
El sureste ucraniano, de mayoría ruso hablante y cuyas ciudades fueron fundadas por Catalina la Grande, sigue sin entender por qué sus vecinos se están cebando con una población civil con la que compartían tanto culturalmente.
Al igual que el ataque a la refinería, el primer bombardeo de Odesa también tuvo lugar al filo de las seis de la mañana. En esta ocasión no hubo justificación alguna por parte de Kremlin, a pesar de que los cohetes impactaron en una zona turística conocida como Batería 411.
Allí las casas más modestas, con techos de uralita cubriendo sus apacibles terrazas, se mezclaban con otras más grandes y lujosas. Todas mirando al mar. Todas habitadas por civiles, algunos de los cuales nos preguntaban a nosotros, a la prensa internacional que acudió al lugar unas horas después del bombardeo, que “¿dónde estaban los objetivos militares? ¿Veis alguno entre nuestras casas?”.
No hubo ninguna víctima mortal, pero varios vecinos resultaron heridos con cortes causados por los cristales de las ventanas, que reventaron con la explosión. “Me los han tenido que sacar con unas pinzas de la tripa”, relataba Anatoli, mostrando también las heridas de su mano. Su casa fue una de las más afectadas. Quedó reducida prácticamente a escombros.
“Todo sucedió en un segundo”, decía Elena, la mujer de Anatoli. Estaba aún en shock, sentada en una silla de terraza de color verde entre los escombros, mientras fumaba un cigarrillo tras otro.
El matrimonio llevaba 15 años viviendo en esa casa, donde eran felices mirando al mar ya jubilados. Es muy difícil imaginar qué sintieron en ese instante, con su hogar hecho pedazos. Pero Anatoli aseguró antes de despedirnos que, cuando pase todo, la va a reconstruir con sus propias manos. A sus 81 años.
Cuando el bombardeo de las casas de la playa parecía estar olvidándose, llega este nuevo golpe. La refinería de Odesa se convierte en una bola de fuego, y la confianza de los odesitas en las negociaciones diplomáticas arde junto con el petróleo que se almacenaba en estos depósitos de combustible.
Una semana antes, Putin había anunciado en la mesa de negociación que iba a replegar sus tropas, para concentrar la guerra en la región del Dombás –al este del país–. Sin embargo, ese mismo día intensificó los bombardeos en las ciudades del sur como la de Mikolaiv, el frente de combate más cercano a Odesa, y donde las Fuerzas Armadas ucranianas están conteniendo el avance ruso por tierra.
Mikolaiv ha sido bombardeada prácticamente a diario desde el pasado 24 de febrero. El Ejército ruso emplea lanzacohetes múltiples tipo MSLR y también bombas de racimo –prohibidas desde 2010 por un tratado internacional que han ratificado casi todos los países a excepción de Rusia, Estados Unidos o China, entre otros–.
En declaraciones para Atalayar, el alcalde de Mikolaiv, Alexander Senkevich, asegura que “el 35% de la población civil ha huido de la ciudad”. Además, reconoce que sufren importantes problemas con el suministro eléctrico a causa de los constantes bombardeos. “Más de mil operarios trabajan a diario para reconstruir las infraestructuras dañadas, pero aún así hay 50.000 personas sin electricidad en la zona más próxima a Jerson”.
“Cuando no recibimos fuego durante el día, cae por la noche”, prosigue el alcalde de Mikolaiv. “Y los rusos han intentado atravesar el río Bug en varias ocasiones, sin éxito”, añade para explicar cómo está siendo el asedio que sufre esta ciudad del frente sur de Ucrania a pesar de las promesas de Putin de retirarse hacia el Dombás.
El día después del ataque a la refinería, la ciudad de Odesa amanecía de nuevo con el sonido de las alarmas antiaéreas retumbando en todos los barrios. Pero, de momento, esta banda sonora no es suficiente para disuadir a sus habitantes, que han vuelto a levantar las persianas de los comercios y a seguir con sus actividades. No están dispuestos a dejar de resistir.
En cambio, a 130 kilómetros en la ciudad de Mikolaiv, al domingo negro le ha seguido un lunes sangriento. Allí se ha producido uno de los bombardeos más cruentos que han tenido lugar hasta la fecha, y que se ha saldado con 10 muertos –entre ellos un niño–, y más de 60 heridos. Todos ellos civiles que estaban en la calle o comprando en supermercados y tiendas. Entre los edificios afectados, el Hospital Clínico Regional, el Centro de Prevención de Enfermedades e incluso un orfanato.
En la Fiscalía Regional ya se han iniciado procesos penales por “violar las leyes y costumbres de la guerra” (Parte 1 del Artículo 438 del Código Penal de Ucrania). Pero las acciones sobre el papel no parecen ser suficientes para que se hagan avances hacia el final de la guerra.