La geopolítica del Ártico (I)

Marca de la frontera rusa en la base militar de Nagurskoye en las islas árticas de Tierra de Francisco José - REUTERS/SERGEI KARPUKHIN
Rusia muestra claramente sus aspiraciones en la zona

La región ártica no es una zona clave para la geopolítica actual. Fue a partir del período de entreguerras cuando podemos considerar que se “convirtió en una frontera para la ciencia militar, tanto imaginativa como materialmente" (Farish, 2006, p. 177). 

El 2 de agosto de 2007, Rusia envió dos submarinos al Polo Norte geográfico y colocó una bandera rusa hecha de titanio en el lecho marino. Este acto simbólico sirvió para demostrar de una forma explícita las reivindicaciones territoriales de Rusia, llamando la atención internacional sobre la región.

No se puede olvidar que en 2001 Rusia fue el primer país en solicitar a las Naciones Unidas la ampliación de su Zona Económica Exclusiva (ZEE) en el Ártico, lo que garantiza a un Estado la soberanía sobre todos los recursos situados dentro de sus límites. La razón aducida por Rusia fue que su plataforma continental se extiende bajo el mar hasta el océano Ártico. La instancia no fue aceptada debido a la ausencia de consenso sobre la delimitación geográfica de los accidentes submarinos en el Ártico. Canadá y Dinamarca presentaron peticiones similares para ampliar sus derechos de soberanía. Sin embargo, éstas se solapan con las reclamaciones rusas, lo que crea un conflicto respecto a la división del océano Ártico que, debido al contexto internacional actual, lo convierte en un asunto extremadamente delicado.

Rusia ha hecho de la reafirmación de su presencia militar en el Ártico una máxima prioridad - AP/VLADIMIR ISACHENKOV

Del mismo modo, y a medida que avanza el cambio climático, la importancia geopolítica del Ártico se va incrementado. Son muchas las oportunidades económicas potenciales que surgen como resultado de las nuevas posibilidades de explotación de recursos energéticos como el petróleo y el gas, y la nueva exploración de lucrativos caladeros. Además, el uso cada vez más fácil de las rutas marítimas polares, y que proporcionan una conexión más corta entre Eurasia y Norteamérica, resulta atractiva para muchos actores. Estas nuevas oportunidades crean un escenario nuevo y diferente donde aparecen intereses superpuestos e importantes desafíos para la seguridad.

Además de todos los factores mencionados anteriormente, la guerra ha complicado aún mas una situación que poco a poco se estaba tensando. Incluso aunque el conflicto no se haya extendido al Ártico, no cabe duda alguna de que repercutirá en la situación geopolítica y la cooperación entre los Estados árticos.

El presidente ruso Vladimir Putin en el cosmódromo ártico en Plesetsk - AFP/MAXIM MARMUR

La invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, entre otros muchos efectos, ha tenido profundas repercusiones en la zona del Ártico. Hasta ese preciso momento, estaba considerada una región excepcional por el alto nivel de cooperación entre todos los Estados árticos, lo que se traducía en la práctica ausencia de tensiones dignas de mención y una aceptada estabilidad. El inicio de la guerra por parte de Rusia en 2022 nos ha devuelto a la realidad y ha sacado a la luz una situación que en el fondo todos sabíamos que tarde o temprano se materializaría, poniendo de manifiesto que la región ya no es inmune a la propagación de conflictos. La primera consecuencia para la región fue que lo que se conoce como el “A7”, (Canadá, Dinamarca a través de Groenlandia, Finlandia, Noruega, Suecia y Estados Unidos) decidieron frenar toda cooperación en el seno del Consejo Ártico y sus órganos subsidiarios como respuesta a la agresión rusa. 

Pilares fronterizos de Finlandia, Noruega y Rusia junto al aeropuerto de Kirkenes - REUTERS/MAXIM SHEMETOV

El Consejo Ártico se creó en 1996 como principal plataforma regional intergubernamental. Está formado por los ocho Estados y seis organizaciones de pueblos indígenas de la región, y está concebido para promover la cooperación, la coordinación y la interacción entre los Estados árticos y para implicar a las comunidades indígenas del Ártico. En él se abordan cuestiones de desarrollo sostenible y la protección de su medio ambiente. La seguridad militar está deliberadamente excluida para permitir una comunicación abierta entre los Estados árticos occidentales y Rusia. 

Ministros de Asuntos Exteriores asisten a la cumbre del Consejo Ártico en Lappi Areena en Rovaniemi, Finlandia, el 7 de mayo de 2019 - REUTERS/MANDEL NGAN

Esta decisión fue seguida por otras instituciones regionales del Ártico, como el Foro de Guardacostas, que no tardaron en seguir su ejemplo y también interrumpieron su cooperación con la Federación Rusa. No obstante, y dada la importancia en todos los órdenes que tiene esa parte del planeta, el Consejo Ártico ha acordado nuevas directrices que permiten a los diferentes Grupos de Trabajo que lo conforman reanudar su labor, pero los interrogantes sobre el futuro de la gobernanza y la estabilidad del Ártico son muy serios y cada vez más preocupantes.

No cabe duda de que la invasión rusa de Ucrania ha sido un punto de inflexión crucial para el Ártico y para la cooperación entre los Estados árticos. Antes de la guerra rusa contra Ucrania, la diplomacia ártica no sólo aportaba soluciones a cuestiones específicas de la región a través de cada una de las instituciones internacionales, sino que también servía de foro para que, aprovechando el ambiente de relativa cordialidad y predisposición que significaba, los diplomáticos debatieran cuestiones ajenas al Ártico. Con la invasión rusa, el posicionamiento de los miembros del Consejo Ártico, sus consecuencias y las consiguientes respuestas de los A7, la diplomacia ártica ya no está en condiciones de aportar soluciones prácticas a la serie de retos concretos y cuestiones críticas a las que se enfrenta la cooperación entre los Estados árticos, sus pueblos y el medio ambiente.

Edificio residencial destruido tras una bomba aérea en el centro de Kharkiv, el 22 de junio de 2024, en medio de la invasión rusa de Ucrania - AFP/SERGEY BOBOK

La región se enfrenta a una serie de cuestiones críticas a corto y largo plazo cuyas soluciones prácticas requieren la implicación de la A8 (Canadá, Dinamarca a través de Groenlandia, Finlandia, Noruega, Suecia, Estados Unidos y Rusia), y ello requiere inexorablemente que se restablezca la diplomacia ártica, implicando a Rusia de una forma u otra. La idea de que el Ártico pueda funcionar en un formato 7+1 no tiene sentido alguno, pues la realidad y la geografía son tozudas, y no se puede negar el hecho de que el Ártico ruso es aproximadamente la mitad del Ártico. Del mismo modo se ha de ser conscientes de que cuanto más tiempo permanezca estancada la diplomacia del Ártico, más difícil será reiniciarla, y por ende, más espacio se estará dejando a decisiones o acciones unilaterales que pueden convertirse en irreversibles.

Marines estadounidenses en un simulacro militar en la localidad noruega de  Setermoen - REUTERS/STOYAN NENOV

Algunas cuestiones críticas a las que se enfrenta la región son consecuencia directa de la invasión rusa de Ucrania, como la ampliación de la OTAN, que ha convertido a siete de los ocho Estados árticos en miembros de la OTAN, algo que, a pesar de ser un paso lógico dada la situación creada por el conflicto en el Este de Europa, no deja de ser otro elemento que aumenta el riesgo de conflicto en la región. Otros son el resultado de acontecimientos no relacionados con la agresión rusa, como el cambio climático, que puede tener efectos devastadores en las sociedades y los pueblos del Ártico, así como repercusiones en la geoestrategia de la región.

Independientemente del origen de las distintas cuestiones, el denominador común es que sus soluciones requieren la participación de los ocho Estados árticos.

Entorno de la frontera entre Noruega y Rusia, en el condado de Finnmark - REUTERS/MAXIM SHEMETOV

Pero si las superpotencias de la Guerra Fría empezaron a adentrarse en el espacio del Ártico en el siglo XX, un nuevo actor, que no pertenece a la región, pero que tiene enormes intereses en la misma, China, se les une ahora en el siglo XXI. Mediante expediciones regulares de investigación a bordo de buques, el establecimiento de estaciones de investigación permanentes y la pertenencia a muchas de las instituciones científicas de la región, China ha comenzado su penetración en la zona bajo el paraguas de ser un actor científico cada vez más competente en el Ártico. Pekín mantiene una presencia científica en la región desde finales de la década de 1990. Su primer crucero de investigación independiente al Ártico tuvo lugar en 1999, y en 2004 abrió su primera estación de investigación permanente en el archipiélago noruego de Svalbard.

Desde entonces, el programa de investigación del Ártico de China ha crecido sustancialmente, como lo demuestra su participación en el cuarto Año Polar Internacional (2007-08) y la inversión del Gobierno en nuevas capacidades logísticas y de investigación polar de vanguardia, como el rompehielos de investigación Xue Long 2, el primer rompehielos polar de construcción nacional de China, que entró en servicio en 2019.

Soldado ruso hace guardia en el archipiélago de las Nuevas Islas Siberianas, entre los mares de Laptev y de Siberia Oriental - AP/VLADIMIR ISACHENKOV

El primer documento político oficial del país asiático sobre el Ártico fue publicado en 2018. En él, Pekín hace hincapié en su presencia científica de décadas en la región y en cómo está contribuyendo al esfuerzo internacional para aumentar los conocimientos sobre el Ártico como factor clave para legitimar su participación en la región. La línea argumental del documento esboza cómo la "comprensión" del Ártico es uno de sus principales objetivos políticos, seguido de la capacidad de explotar los recursos y las posibles vías de navegación del Ártico, así como en participar en la gobernanza regional.

En su avance por lograr protagonismo en la región merece un lugar destacado el estatus de China como Estado observador en el Consejo Ártico, concedido en 2013 en base a su contribución a los avances en el conocimiento en el plano científico sobre el medio ambiente ártico. En este sentido, la ciencia se enmarca a menudo como el vector de entrada de Pekín en los mecanismos de gobernanza en el Ártico (un claro ejemplo de la utilidad de lo que conocemos como “soft power”). La ciencia como vehículo para la diplomacia ha sido una fuente de creación de confianza y transparencia para China a medida que sus intereses en la región han ido creciendo, o mejor dicho se han ido haciendo públicos. En este sentido, un ejemplo paradigmático fue su ratificación del Acuerdo para prevenir la pesca no regulada en alta mar en el Ártico central junto con otras iniciativas de gobernanza de base científica en la región. Como sostiene Bertelsen (2020, p. 242), la cooperación científica con los Estados árticos ha hecho posible que China se integre en la región “sin... muestras públicas de desconfianza...”.

Perspectiva general del puerto de Sabetta, en la península de Yamal - AFP/KIRILL KUDRYAVTSEV

La región del Ártico también se ha incorporado a la iniciativa conocida como “Nueva Ruta de la Seda”, el plan puesto en marcha por Pekín a nivel mundial para asegurar sus rutas comerciales y que sus productos alcancen hasta el último rincón del planeta, con el anuncio de que pretende construir una "Ruta de la Seda Polar" a través del océano Ártico, conectando Asia Oriental y el Atlántico Norte a través de un corredor económico transártico. Y esta es la principal clave del interés de China. Por razones geográficas, el gigante asiático no puede aspirar a la explotación de los recursos minerales y energéticos de la región, pero la apertura de la ruta polar tendría un impacto incalculable en una economía que depende de la exportación de sus bienes y cuya dependencia es casi exclusiva de las rutas marítimas. El uso regular de esta nueva ruta acotaría en tiempo y distancia en un cincuenta por ciento las rutas actuales y, en el peor de los casos, aseguraría una ruta alternativa si hubiese dificultades en la empleada hasta el momento. Todo ello sin desdeñar la importancia de la explotación de los caladeros pesqueros a los que a medio plazo se podrá tener acceso.

Mapa que muestra la Nueva Ruta de la Seda, un enorme proyecto de infraestructura chino de rutas de carreteras, ferrocarriles y barco - AFP/LAURENCE CHU

Como vemos, esa región remota y blanca, hasta no hace mucho casi olvidada, y sobre la cual ya tratamos en este espacio hace unos años, va tomando más importancia cada día, y se puede afirmar, sin temor a errar, que más pronto que tarde se convertirá en un elemento clave en la geopolítica mundial que generará nuevas tensiones.