El Mar de China Meridional, más allá de Taiwán
La región del Indo-Pacifico es uno de los principales focos de tensión del mundo actual. Sin embargo, el problema va mucho más allá del contencioso entre la República Popular de China y Taiwán.
El Mar de China Meridional se perfila cada vez más como la zona más caliente de una región en la que puede generarse un choque entre los países con intereses en ella.
Las tensiones en este espacio han ido en aumento en relación con la militarización de islas, las reclamaciones de derechos de pesca y las interpretaciones contradictorias del derecho marítimo internacional, principalmente la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (CNUDM). La región es el paradigma del delicado equilibrio entre cooperación y competencia, con diversas partes interesadas, tanto regionales como no regionales, enzarzadas en posturas diplomáticas, ejercicios militares y maniobras multilaterales. Este delicado juego de potencias, con un creciente desarrollo del interés nacional, ha puesto a muchos países en la tesitura de afrontar lo que se conoce como “realpolitik”.
China está planteando una reivindicación que abarca a casi el noventa por ciento de la superficie de ese mar, lo cual está provocando disputas territoriales con los Estados ribereños del Sudeste Asiático y acrecentando las tensiones con Estados Unidos, su rival en potencia en la región y que a su vez es aliado de varios países protagonistas de esas disputas. Durante los últimos diez años, China ha creado varias islas artificiales en el Mar de China Meridional convirtiéndolas en bases militares. Con una actitud cada vez más agresiva por parte de Pekín frente a buques y aeronaves de otros Estados que navegan o vuelan en las zonas en litigio, el riesgo de que un error de cálculo derive en una escalada que desemboque en un enfrentamiento militar es cada vez más probable.
Así mismo, el Mar de China Meridional también está estrechamente relacionado con la cuestión de Taiwán por motivos obvios, pues en caso de que China se decidiera por la opción militar para ocupar la isla, toda la zona marítima del Pacífico Sudoccidental se convertiría en el teatro de operaciones de una guerra de consecuencias imprevisibles.
La economía mundial actualmente se mueve a caballo de las olas del mar. En un mundo globalizado donde la interdependencia económica es la que crea los verdaderos lazos, el control del mar es el factor que determina el control de la economía mundial. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), en su actualización de 2015 estimó que el ochenta por ciento del comercio mundial en volumen se mueve por vía marítima y, de este, el sesenta por ciento discurre sólo por Asia, con el Este y el Sudeste de Asia actuando como los principales mercados y productores mundiales. Esto se traduce en que un tercio de este comercio mundial tiene como escenario principal el Mar de China Meridional.
Lo anterior explica en gran parte los sucesos a los que estamos asistiendo en la región y por qué economías como Corea, Taiwán, China, Japón y las naciones de la ASEAN, para las que el estrecho de Malaca es un auténtico cuello de botella, están profundamente preocupados e involucrados en las conversaciones sobre el Mar de China Meridional. Este estrecho es la puerta de entrada a los océanos Índico y Pacífico, por lo que se convierte en vital para todos los países que aspiran al crecimiento económico y en ocasiones a la hegemonía económica. Aquí es donde uno puede empezar a darse cuenta del contexto de los incesantes y omnipresentes esfuerzos de EE. UU. y China en y alrededor de esta zona.
La importancia estratégica del Mar de China Meridional (en adelante, MCM) es incuestionable. En línea con lo ya mencionado, hay que explicitar que también casi un tercio de las exportaciones mundiales de crudo que se transportan por vía marítima pasan por el MCM. Del mismo modo, las rutas marítimas más importantes para el transporte de mercancías y materias primas de Europa y África que navegan rumbo a Asia y viceversa, pasan por esta zona. Las pesquerías son muy importantes, y sus fondos marinos albergan enormes yacimientos de gas y petróleo aún sin explotar. Sólo este último punto puede servir para explicar el enorme interés por controlar la región y lograr derechos de explotación sobre esas aguas. Es por ello por lo que arrecifes y atolones que salpican todo el MCM son reclamados no sólo por China, sino también por Vietnam, Malasia, Brunéi, Filipinas y Taiwán, con el agravante de que sus respectivas zonas económicas exclusivas se solapan parcial o totalmente, algo que no ayuda a rebajar la tensión.
No son sólo consideraciones geoestratégicas las que están provocando una escalada de tensiones en el MCE. Bajo el mandato Jiang Zemin, a comienzos del presente milenio, el predecesor del actual líder chino Xi Jinping, estableció el objetivo de convertir a China en una “superpotencia marítima”. Desde el punto de vista geopolítico esta medida, cuyo desarrollo continúa aún en nuestros días, no puede tener más sentido. Y lo que podemos denominar, emulando a Robert D. Kaplan, “la tiranía de la geografía”, avala esta afirmación. Sólo basta con un simple vistazo a las fronteras terrestres, su orografía y la climatología de éstas. Se observa que las comunicaciones terrestres son algo más que complicadas, sobre todo cuando nos referimos al inmenso flujo, tanto entrante como saliente, de mercancías de todo tipo que necesita un país como China. Ese simple hecho por sí sólo ya justifica que Pekín haya dirigido su mirada hacia el mar. A ello hay que añadir que la economía de China, que desde los tiempos de Zemin ha evolucionado de forma espectacular, transformando al país en lo que a veces se denomina “la fábrica del mundo”, (algo que Europa debería replantearse o al menos en lo que debería pensar) depende absolutamente de las rutas de transporte marítimo. Este hecho obliga al país, por un lado, a disponer de los medios necesarios para asegurar esas rutas y garantizar el tráfico marítimo entrante y saliente, y, por otro, a tener la capacidad de proteger, sostener y mantener los medios de transporte marítimo en todo su trayecto.
Esta necesidad puede adjetivarse como vital o existencial, pues no sólo es un tema económico. Según la FAO, sólo el doce por ciento del territorio chino puede considerarse como cultivable. Para una nación con más de novecientos millones de habitantes este es un problema de primer orden, pues algo tan básico como la alimentación de la población depende de la importación y, por ende, de que las mencionadas rutas marítimas se mantengan abiertas. Así mismo, el enorme complejo industrial de China necesita de ingentes cantidades de recursos energéticos para mantener el ritmo de producción, y eso obliga a buscar nuevas fuentes de recursos fuera de sus fronteras, o a la necesidad de ampliar éstas para poder acceder a nuevos yacimientos.
Es este último apunte el que puede considerarse el principal punto de fricción entre China y las naciones de la región y el que, a pesar de que el foco se sitúe en Taiwán, realmente podría provocar un choque armado.
Como parte de su política, y tal y como hacen otras naciones, China intenta hacer una interpretación del derecho internacional así como de los diferentes convenios y tratados basados en el derecho del mar en su propio beneficio tratando de sacar el máximo provecho, pero esa línea de acción, totalmente legitima, se añade que desde mediados de la pasada década el Gobierno chino ha sido algo más expeditivo en sus acciones sobre el terreno, o mejor dicho, sobre el mar, intentando ampliar el control sobre las aguas en disputa, con una política de hechos consumados, empleando buques pertenecientes a su servicio de guardacostas. Este dato es interesante, pues muestra una progresión en la escalada en la que se intenta, de momento, no involucrar a las fuerzas del PLA.
Otra de las medidas tomadas por China fue su retirada de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, dando la espalda de ese modo al foro donde se establecen los procedimientos de resolución de disputas entre naciones cuando sus intereses son contrapuestos. Este paso fue dado al mismo tiempo que iniciaba prospecciones en busca de recursos energéticos en las aguas en disputa, en línea con la política señalada anteriormente.
China reclama la soberanía del noventa por ciento del MCM, llevando sus reivindicaciones hasta las zonas costeras de los Estados ribereños e incluyendo la propiedad de todos los arrecifes, bancos de arena y recursos naturales de esta zona.
Fue en 2012 cuando China comenzó a construir islas artificiales apoyándose en rocas, arrecifes y pequeños atolones para posteriormente ampliarlas y establecer infraestructuras militares en ellos. Obviamente, el resto de los países de la región han mostrado su inquietud, no sólo por la amenaza que esto significa, sino porque de facto China se está apropiando de zonas que estos reclaman para sí, y está expulsándolos de áreas que han estado utilizando económicamente durante décadas o siglos en algunos casos.
La actitud de EE. UU. en una época donde su foco de interés estaba en otras zonas del planeta, fue entonces bastante displicente y pasiva, pero todo cambió cuando China comenzó a ampliar significativamente su presencia militar y sus instalaciones en tres de las nuevas islas artificiales. Esto llevó a que Estados Unidos aumentara su presencia militar en la región, realizando patrullas estratégicas y participando en ejercicios junto a las Fuerzas Armadas de otros países en el MCM. El objetivo era demostrar su posición en contra de las reclamaciones territoriales de China y su compromiso para mantener la libertad de navegación.
Pero ¿cuáles son los principales focos de disputa y tensión? Los más significativos son las islas Paracel, (reclamadas por China, Vietnam y Taiwán) y las islas Spratley (reclamadas por Vietnam, Malasia, Brunéi, Taiwán y Filipinas).
En torno a estas dos zonas China ha establecido una miríada de posiciones que, llegado el caso, podrían denegar la navegación en un punto que, además de albergar importantes yacimientos, es un cuello de botella para la circulación del tráfico marítimo.
El más claro ejemplo de las consecuencias de las acciones de Pekín lo tenemos en los recientes enfrentamientos con barcos filipinos en las proximidades del atolón Scarborough Shoal, ocupado desde 2012 y por el que Filipinas presentó una reclamación ante la Corte Permanente de Arbitraje en La Haya.
Otro actor del que no podemos olvidarnos es la India, cuya presencia el Mar de China Meridional ha aumentado también en la última década. Para Nueva Delhi no se trata sólo de los recursos y las explotaciones de esta extensión marina, sino que su presencia en la zona es parte de una estrategia mucho más amplia para contrarrestar las veleidades expansionistas del dragón chino. India ha estado presionando para que sus aguas circundantes estén libres de disputas, y considera a su vecino del norte como un problema potencial en el océano Índico, sobre todo desde el inicio del desarrollo de lo que se conoce como “el collar de perlas”, diversas bases, puertos e instalaciones bajo el control de China que jalonan la “Nueva Ruta de la Seda”. La presencia naval china es, sin duda, un motivo de preocupación para India. Este objetivo de mantener el comercio y las aguas inclusivas, abiertas y legalmente protegidas no es exclusivo de India, sino que incumbe a la mayor parte de las naciones de la ASEAN. India está tratando de adoptar el papel de potencia más global, siendo un caso de estudio de crecimiento económico y nacional. Esto le lleva a comprender la importancia de mostrar su presencia, pero, al mismo tiempo, evitando motivos de confrontación directa con China. Un enfoque más pragmático consistiría en no inmiscuirse en la compleja escena geopolítica del Sudeste Asiático, pero tampoco abstenerse de pulir nuevas alianzas en el marco de la Política de Actuación en Oriente de 2014. La contribución india no tiene que ser necesariamente totalmente militarista, sino que podría adoptar un enfoque más cercano a las personas.
El Mar Meridional de China representa hoy todos los síntomas de una zona propensa a sufrir un peligroso incremento de la tensión: intentos de equilibrar diferentes hegemonías, la carrera por explotar al máximo todo tipo de recursos, alianzas de seguridad colectiva, exhibición de poder e intentos de conversaciones bilaterales y multilaterales para resolver los problemas.
Pero algo que diferencia a esta región de la mayoría de los conflictos es su potencial para que un eventual conflicto local sirva como catalizador que empuje todas las fichas de dominó, implicando a todas las potencias con intereses en la zona y provocando una gran guerra a escala casi mundial o cuyas consecuencias afectarían seriamente a todo el planeta. En este punto es interesante recordar las palabras de Steve Bannon, estratega jefe de la Casa Blanca durante el mandato de Trump, que calificó el Mar de la China Meridional como el “Nuevo Oriente Próximo” señalando que la próxima gran guerra se libraría dentro de una década en la misma región.
Países como la India y Filipinas, como consecuencia del denodado interés por parte de China de desarrollar una fuerza naval que a futuro pueda equipararse a la de EE. UU. (aunque aún está lejos de conseguirlo), ya han dado pasos el ajuste y la mejora de sus fuerzas navales, adquiriendo nuevos sistemas y avanzando en el establecimiento de capacidades de producción de defensa autóctonas. La mejora de la presencia marítima es cada vez más importante, teniendo en cuenta que a medio plazo la supremacía naval que China tiene sobre el MCM podría ser difícil de igualar.
El reto principal en nuestros días es encontrar caminos para rebajar la tensión. La fórmula basada en el establecimiento de canales directos de comunicación, algo muy propio de la Guerra Fría, tuvo en su tiempo cierta efectividad. Esta vía podría reducir las tensiones actuales entre las fuerzas navales y los guardacostas de los distintos actores. Todos estos tienen dinámicas únicas entre sí y sentarlos a todos en una misma mesa para crear un espacio diplomático es una idea muy descabellada y difícil de conseguir. Sin embargo, si se hace, se podría vislumbrar algún discurso fructífero que ayudara a encontrar la manera de salir de un potencial conflicto estableciendo medidas de fomento de la confianza.
En conclusión, la postura china agresiva y de hechos consumados en el MCM necesita una visión a largo plazo y una combinación de medidas diplomáticas, legales y militares de disuasión. Pero se ha de actuar con sumo cuidado, pues las medidas equivocadas podrían deteriorar la situación y provocar una reacción china sin precedentes. Debe entenderse que la cuestión del MCM no es sólo un conflicto regional. La contención y resolución oportunas de este espacio ayudarán a extinguir antes de su inicio una crisis que el mundo tendrá que afrontar en el futuro. Una estrecha coordinación entre las partes afectadas reducirá las posibilidades de interferencias extrarregionales y ayudará a una disolución a tiempo.
La solución tendrá que ser global e integradora, desde la agresión china hasta la construcción de alianzas por parte de Occidente. Habrá que estudiar a todos los actores para elaborar una solución que no deje a nadie atrás.